
Cuba y Díaz-Canel vistos por Milovan Djilas
- Cuba
- junio 27, 2025
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Dice él, Díaz-Canel, que administra un Estado en plenitud de derechos y debido proceso, sin censura, con libertad de expresión, de opinión y de movimientos, sin exilios, destierros ni diásporas, donde no existen presos políticos
PUERTO PADRE, Cuba, _ Dictador en ciernes de la “dictadura del proletariado”, _lo será, (acaso) cuando muera el autócrata con mando real en Cuba, el nonagenario general Raúl Castro_ recién Miguel Díaz-Canel ha concedido otra entrevista, esta vez, a un periodista brasileño, diciendo lo que siempre ha dicho, sin un ápice de progresión en el manido discurso castrocomunista, así, como si millones de cubanos no hubiéramos sufrido las arbitrariedades de un régimen totalitario que él niega, Díaz-Canel dice de un país gobernado por el pueblo y no por una nomenklatura que unas veces nos recuerda a Stalin y otras a Hitler.
Dice él, Díaz-Canel, que administra un Estado en plenitud de derechos y debido proceso, sin censura, con libertad de expresión, de opinión y de movimientos, sin exilios, destierros ni diásporas, donde no existen presos políticos, ¡no!
Según la narrativa de Díaz-Canel y cofradía, los presos políticos en Cuba son una entelequia; como también ficción resulta la persecución policial, el acoso laboral, comunitario, estudiantil y social todo, de todas las personas por pensar y expresar ideas contrarias al régimen totalitario que él llama “revolución”, pero que de movimiento poco o nada tiene por ser un inmovilismo de coyunda y yugo. ¡Vamos, qué olvidos los de Díaz-Canel!, como si el mismo y tantos otros no hubieran repetido tantas veces que, las calles de Cuba, “son de los revolucionarios”, o, que las universidades, “son para los revolucionarios”.
Dicho de otra forma y sólo por citar ejemplos personales, disculpen. Según el discurso maniqueo de Díaz-Canel, yo no existo, no existe Bucaneros, que un policía rotuló y tergiversó como “la novela de la Causa Uno”, no he pasado un día en los calabozos, no existen los policías y chivatos que me han perseguido días y noches, a mí y a mi seres queridos, durante más de veinte años, por escribir libros y artículos diciendo como pienso, y, para colmos de la desfachatez de quienes debían comportarse como hombres honestos y no cuales sicarios, según los conceptos de Díaz-Canel respecto a sus adversarios políticos, mi anciana madre, enferma en estado terminal, no fue intoxicada en su habitación, simulando fumigaciones reiteradas contra mosquitos, cuando en realidad, desalmados esbirros de la policía política dirigían mi búsqueda, la de un hombre dedicado al trabajo y no a la simulación.
Pero no, puesto que todavía sangro por esa herida, la de mi madre por sobre cualquier otra herida, no seré yo quien retrate a esta pobre Cuba y a los dirigentes castrocomunistas como Díaz-Canel, además, es innecesario que yo juzgue, cuando ya alguien, que vivió y murió honestamente según su credo, lo hizo, con más conocimientos, experiencia personal y profesional que yo, por haber sido protagonista en la construcción del comunismo europeo y a la vez, testigo presencial del inicio de la desintegración de esos regímenes, y quien, premonitoriamente, a propósito de la rebelión en Hungría, había escrito para el semanario liberal de Nueva York, New Leader, “es el principio del fin del comunismo” porque “ha marcado el camino que tarde o temprano otros países comunistas deben seguir”; y, por supuesto, estoy refiriéndome a Milovan Djilas, ex vicepresidente de Yugoslavia, dirigente del Partido Comunista, amigo personal del mariscal Tito y una de las figuras más visibles del comunismo europeo en el momento de su detención, ocurrida el 19 de noviembre de 1956, precisamente, en un momento grávido para Cuba: seis días después de la detención en Budapest de Djilas, salía de México la expedición de Fidel Castro, que terminaría aliándose con la Unión Soviética contra Estados Unidos.
Cuando ya cumplía tres años de prisión por sus denuncias del totalitarismo soviético, extendido por Europa Oriental, el 5 de octubre de 1957 Milovan Djilas fue condenado a siete años de cárcel por haber escrito y publicado su libro La nueva clase, en el que hoy vemos un retrato de Cuba y de la élite gobernante cuando expresa: “En el sistema comunista la inseguridad es el ambiente en que vive el individuo. El Estado le da la oportunidad de que se gane la vida, pero con la condición de que se someta… El poder o la política constituyen el ideal de quienes tengan el deseo o la oportunidad de vivir como parásitos a expensas de los demás… En consecuencia, las ambiciones sin escrúpulos, la adulación servil y los celos tienen que ir en aumento inevitablemente. El afán de hacer carrera política y la creciente burocracia son las incurables enfermedades del comunismo… Ningún otro sistema ha provocado nunca tan profundo ni tan general descontento… Es un descontento total en el cual se esfuman gradualmente todas las diferencias de opinión política: sólo subsisten la desesperación y el odio. El espontáneo disgusto de millones de gentes con los detalles de la vida cotidiana es una forma de resistencia que el comunismo no ha sido capaz de sofocar.”
No hace falta decir más. Ya Milovan Djilas lo dijo todo. Es un retrato de Cuba, de Díaz-Canel, de la actual dirigencia castrocomunista y de las que le antecedieron en los últimos 66 años, desde 1959 hasta el presente.
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