
«No pude despedirme de ella, no pude pedirle que me perdonara»
- Cuba
- mayo 19, 2025
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MADRID, España.- Desde la celda que ocupa en la prisión La Pendiente, en Santa Clara, el escritor y preso político cubano José Gabriel Barrenechea escribió una conmovedora carta a su madre fallecida, Zoila Esther Chávez Pérez, publicada íntegramente por el medio independiente 14ymedio. La misiva, cargada de dolor, amor y remordimiento, es a la vez un testimonio de pérdida íntima y una denuncia del régimen que le impidió despedirse de ella en vida.
Zoila Esther Chávez Pérez falleció el pasado 4 de mayo en Encrucijada, provincia de Villa Clara, a los 84 años, tras semanas postrada por un agresivo cáncer de vejiga con metástasis en la uretra y los riñones. “El mundo nuestro, el de los seres humanos, se sostiene en último término sobre nuestras madres, reposa sobre el firme apoyo de sus almas y carnes, sufrimientos y alegrías”, escribe Barrenechea, quien no pudo estar a su lado en sus últimos días.
El 21 de abril, ante la baja hemoglobina de la anciana, los médicos le administraron una transfusión. No hubo mejoría, y fue enviada de vuelta a casa, donde pasó sus últimos días cantando y llorando por su hijo, sin fuerzas para visitarlo en prisión y sin respuesta a su deseo final: verlo por última vez.
“Todas las elevadas entelequias que los hombres, y algunas mujeres, nos hacemos solo son autoengaños para ocultarnos lo que realmente somos: descartables actores sobre el teatro humano que de sí mismas se sacan nuestras madres”, reflexiona el prisionero desde su celda.
A pesar de múltiples solicitudes familiares, las autoridades penitenciarias negaron el permiso a Barrenechea para visitar a su madre. Sólo autorizaron su presencia en el funeral, cuando ya era tarde. El lunes posterior a la muerte de la anciana, fue trasladado de madrugada en ambulancia hasta la funeraria municipal de Encrucijada. Le retiraron las esposas al descender, bajo la vigilancia de cuatro militares, incluido el jefe de prisión que días antes había rechazado su solicitud de visita.
“Nunca la valoré en lo que merecía, pero aun así Dios tuvo a bien darme el privilegio de una madre de quien solo cabe decir lo fue por antonomasia”, confiesa. “Lo que soy, eso poco de lo que puedo enorgullecerme, se lo debo al hogar donde nací y me crie. Y en ese hogar mi mamá era el corazón y el cerebro, los brazos y hasta los pulmones”.
En su carta, Barrenechea reconstruye con nostalgia escenas de su infancia: “Desde la sala, donde juego con mis soldaditos a los pies de mi papá que lee el periódico, la veo en la cocina, ajetreada con la comida en una tarde luminosa de los años setenta. Huele a gloria toda la casa, entre el sofrito para los frijoles y la escrupulosa limpieza…”.
Su retrato de Zoila es el de una mujer sencilla, de campo, hecha para el sacrificio. “Sus giros idiomáticos arcaicos, de gente de campo cubano… su risa, que era amplia y suave, con una pizca de melancolía… sus manos ya gastadas de lavar para la calle”.
La carta avanza hacia el dolor de la ausencia y la culpa. “La muerte de mi hermano la sumió en el mundo de la tristeza y la añoranza, del que, en verdad, nunca estuvo muy lejos. Pero fue en los últimos seis meses de vida en que su sufrimiento escaló hasta convertirse en calvario”.

Barrenechea, que fue detenido en 2023 tras participar en una protesta pacífica por los apagones en su barrio, se responsabiliza por el dolor de su madre: “La culpa es mía. Porque a sabiendas del país en que me tocó vivir, cometí el gravísimo crimen de unirme a mis vecinos en el reclamo cívico de corriente eléctrica”.
“Mas ello no justifica la realidad de sus últimos seis meses, en que por creerme que vivía en un país diferente la dejé todavía más sola, más envuelta en las tinieblas y tristezas de una noche interminable, en la cruz en que un impensado impulso mío la trepó”.
El texto concluye con una plegaria silenciosa y una certeza: “No pude despedirme de ella, no pude pedirle que me perdonara y recibir su bendición… Ella, lo sé, me perdona y sigue velando por mí. Desde ese mejor lugar al que trato de merecer ir yo también, algún día”.
La carta de José Gabriel Barrenechea es una elegía desgarradora a una madre cubana, una denuncia política implícita, y también una reflexión sobre el dolor de miles de familias divididas por la represión y la injusticia.