
Una multitud de «participativos» y «entusiastas»
- Cuba
- mayo 2, 2025
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LA HABANA, Cuba. – De los mismos que te dicen que han bajado la inflación cerrando mipymes y que el dólar sube por El Toque, que el pasaporte retenido a los médicos es por su propio bien y que no los tratan como esclavos, ahora nos llega el anuncio de que llenaron la plaza con 600.000 personas que acudieron por voluntad propia, como si ninguno de nosotros recordara las veces que fuimos amenazados con descuentos salariales o con la suspensión de la “jabita” si no íbamos a una marcha o si en las “verificaciones” que hacían rutinariamente en el CDR algún chivato daba una calificación “negativa”.
Opiniones como “no es participativo”, “es poco social”, “no es combativo” o “participa, pero sin entusiasmo” han frustrado viajes al extranjero, becas de superación, buenas ubicaciones laborales después de terminados los estudios, asignaciones de viviendas y demás “estímulos” materiales que el régimen ha usado siempre como chantaje, como eficiente herramienta para obligarnos no solo a salir en su foto oficial sino a hacerlo “con la alegría que caracteriza al buen revolucionario”.
Pero, como mismo la “participación” y el “entusiasmo” han jodido proyectos de vida de gente muy buena pero “no integrada al proceso”, también hay quienes, comprendiendo cómo es que funciona el “sistema”, han hecho carrera con ellas a pesar de la mediocridad y de la falta de talento que no les auguraban un gran futuro como profesionales en aquello de lo cual lograron graduarse en la “universidad de los revolucionarios”, pero solo a golpe de consignas, de marcha de las antorchas, de primero de mayo, de mítines de repudio, de “trabajos voluntarios” y “Días de la Defensa”.
Cuba fue secuestrada desde la llegada de los comunistas al poder por ese oportunismo disfrazado de “participación” y “entusiasmo”. El propio Miguel Díaz-Canel es el mejor ejemplo de esa realidad, en tanto la mediocridad y la falta de liderazgo no fueron inconvenientes para su designación como “administrador de la finca” sino, precisamente el motivo que inclinó la balanza a su favor cuando Raúl Castro, consciente de que las cosas con la “Tarea Ordenamiento” irían de mal en peor, abrió el casting en busca del perfecto “blanco de distracciones”.
El heredero de su hermano, con más ganas de retirarse en su rancho a beber Cristach que de andar de visiteos por las provincias, buscaba una figura ambiciosa pero no demasiado inteligente para superarle, temerosa del verde olivo más que fiel, sin el don de la palabra, de proyección gris y, sobre todo, sin ningún otra cualidad que no sea la de la obediencia, en fin, el tipo imperfecto (incapaz) para cambiar “lo que debe ser cambiado” pero perfecto para servir de parapeto tras el cual esconder el verdadero poder pero, sobre todo, para ser ofrecido como pieza de sacrificio en caso de que el populacho se salga de control, o si alguien pidiera una cabeza “importante” en una mesa de negociaciones.
Fijémonos qué tanto es así, cuánto Raúl Castro ha logrado su objetivo de distraernos, que en las calles se escucha hablar peor del títere que del titiritero. Miguel Díaz-Canel es el gato que el castrismo le ha vendido al mundo como liebre, así como las multitudes en las imágenes del Primero de Mayo son la ilusión de “popularidad” que ofrecen a los que tienen hambre de comprársela.
¿Díaz-Canel y sus secuaces son conscientes del papel de distracción que desempeñan? Por supuesto que sí, pero se conforman (por ahora) con la buena ración de poder que les han ofrecido, y eso para cualquiera de esa estirpe “participativa”, “entusiasta” y “luchadora”, es mucho mejor pago que un cupón para comprar combustible extra, una bolsita de leche, o un viajecito de trabajo al extranjero de vez en cuando.
¿Los que van a las marchas son conscientes del circo para el que se prestan? Por supuesto que también lo son, pero se conforman (hasta que ocurra el milagro) con sobrevivir fingiéndose “participativos”, “entusiastas”, “luchadores”, porque una “jabita” y un viajecito de vez en cuando es la única oportunidad de comer y, de paso, de alimentar a la familia.
Casi todos hemos conocido bien de cerca a esos especímenes “participativos” y “entusiastas”, incluso lo hemos sido aunque sea por breve tiempo, o en alguna época de juventud, de férreo adoctrinamiento, en que no podíamos imaginar otro modo de “triunfar” o simplemente de “existir” que no fuera tal como nos enseñaron nuestros padres y abuelos, que sí conocieron en carne propia de la fiebre de los fusilamientos, de la Ofensiva Revolucionaria, de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), de las escuelas “al campo” y “en el campo” (para enmascarar e institucionalizar el trabajo infantil), de los durísimos años 70 y, sobre todo, del desespero de Fidel Castro por construir un “hombre nuevo” capaz de traicionar a su familia y su fe religiosa por tal de mostrarse fiel a los “principios revolucionarios”.
Los que sabemos de esas generaciones de susurrantes, de cubanas y cubanos que aprendieron con castigos a callar sus opiniones, a “hablar del gobierno” en voz baja, a decir una cosa en la casa y otra muy distinta en la calle, a llorar en silencio y a reír en público para ganar la lavadora o hasta el pomo de aceite, también sabemos de cómo llenan las plazas con esa misma pobre gente que, terminado el circo sin pan, regresan a su día a día de angustias, de decepciones y arrepentimientos, de hambres, de “químico” y reparto, de remesas y mercado negro, de moneda nacional que se rinde ante el dólar, de la libra de arroz a 300 pesos y la dipirona a 600, de apagones y novelas turcas para olvidarse de las mentiras del Noticiero, de ganas de irse para siempre de este país de p… donde todos son unos “sin casa”.
No importa si ayer acudieron 600.000 a la plaza o si para la próxima serán 2 o 3 millones. Nadie, con el conocimiento básico de cómo funciona tanto la dictadura cubana como las mentes de quienes la sostienen, esperaba algo diferente del espectáculo que ahora los medios de propaganda del castrismo intentarán venderle al mundo (y a nosotros, que estamos muy lejos de él) como muestra de “apoyo popular”, cuando en realidad es la mayor demostración de cuán profundo es el daño que han infligido los comunistas a la sociedad cubana, tanto que para algunos se trata de un mal irreversible y hasta de un castigo más que merecido.