«Una auténtica saga familiar de orígenes cubanos que renació y echó raíces en España»

«Una auténtica saga familiar de orígenes cubanos que renació y echó raíces en España»

  • Cuba
  • abril 7, 2025
  • No Comment
  • 3

MADRID, España. – Como cada año, la primavera es la ocasión para que regrese a Madrid y me encuentre con amigos que generosamente me presentan a otros que entran en el círculo de personas entrañables. De este modo, gracias a la idea de Margarita Larrinaga y, a sabiendas de que desde hace cuatro años entrevisto a exiliados cubanos que conocieron el país anterior a 1959, me encontré con Fernando Vega-Penichet López, empresario afincado en Madrid y el primero de los 14 hijos de una saga hispano-cubana que renació en el exilio español después de 1961, tras salir definitivamente de La Habana y luego de una breve estancia en Estados Unidos. 

Nos encontramos en el Milford de la calle Juan Bravo, en donde Fernando es un habitué, y comienzan a fluir recuerdos y anécdotas de su vida que van conformando poco a poco el cuerpo de esta entrevista. El exilio, el hecho de rehacer su vida, de encontrar su propio camino, de renacer prácticamente y de transmitir luego la memoria familiar a hijos y nietos ya es de por sí un esfuerzo personal y acto de valor que convierte a quienes han pasado por estas vicisitudes en personajes indispensables de la historia de una nación. Dejemos que sea el propio Fernando quien, en persona, evoque entonces sus recuerdos familiares y algunas de sus vivencias 65 años después de su salida de Cuba.

―Como a todos los entrevistados de esta serie, te pido empezar evocando tus orígenes familiares. ¿Quiénes fueron tus abuelos y padres?

―Mi padre, Manuel Vega Penichet, nació en La Habana el 15 de febrero de 1918 y falleció en el exilio, en Madrid, en 1983. Era hijo de un asturiano y de una matancera que se casaron en Cuba en 1916. Mi abuelo paterno, Fernando Vega Álvarez, fue uno de esos tantos asturianos que un buen día partió de Oviedo rumbo a América y se instaló en la capital cubana, en donde trabajó mucho para conseguir el bienestar económico. Comenzó trabajando como oficinista gracias a su contacto con José Ignacio Pepín Rivero Alonso, el director del célebre Diario de la Marina, cuyo padre también era asturiano, natural de Villaviciosa.

Graciela López Miranda y Manuel Vega Penichet, padres de Fernando, en Cuba
Graciela López Miranda y Manuel Vega Penichet, padres de Fernando, en Cuba (Foto: Cortesía del entrevistado)

Era muy corriente en el norte de España buscar mejor vida en América y me viene a la mente una anécdota que contaba mi tía Lola, quien relataba que, en Oviedo, cuando los hombres decían que bajaban a por tabaco las mujeres se quedaban temblando porque muy bien podían salir de sus casas, tomar el primer barco que soltara sus amarras y terminar en las antiguas colonias de América. El caso es que mi abuelo, una vez asentado en Cuba, se casa con la matancera Margarita Penichet de los Reyes, nacida en Cárdenas, hija de Agustín Penichet Hernández y América María de los Reyes Herrero, con quien tuvo además de a mi padre Manuel, a Agustín, mi tío paterno. Margarita, como muchos de sus coterráneos, tenía orígenes franceses por su lado paterno. Con otros asociados, mi abuelo fundó un banco, hizo frente a los embates económicos del terrible crac financiero de 1929, pero por suerte pudo salvar parte de su capital y dedicarse a invertir en propiedades. Como le iba bien desde el punto de vista económico viajaba con frecuencia a Europa, algo que benefició en mucho a mi padre porque de pequeño viajaba con frecuencia a Francia y España. De este modo, mi padre aprendió perfectamente el francés y estudió en Biarritz y en Saint-Jean de Luz (en Francia) y en el colegio El Pilar, de la calle Castelló (en Madrid). Mis abuelos paternos tuvieron dos hijos: Agustín y Manuel Vega Penichet.

En la capital cubana, mi padre cursó el bachillerato en el colegio jesuita de Belén y, luego, la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Una vez terminado sus estudios abrió su propio bufete de abogados, llamado Jova-Vega Penichet, que se encontraba en la calle Mercaderes N° 2, en La Habana Vieja y, luego, en el Paseo del Prado.

Los abuelos del entrevistado: Margarita Penichet y Graciela Miranda, Eduardo López y Fernando Vega, en Madrid, en la década de 1960 (Foto: Cortesía del entrevistado)

Mi madre, Graciela López Miranda, quien vive aún con 102 años en Madrid, era hija de cubanos. Fue su padre Eduardo López de la Torre, propietario de la Compañía General de Asfaltos de La Habana, casado con Graciela Miranda. Tuvieron tres hijos: Graciela, Eduardo y Marta. Mi abuelo fue alguien muy emprendedor y participó en la urbanización del reparto Biltmore pues era muy amigo de Arellano, el promotor de esta zona residencial al oeste de La Habana, en plena expansión en las décadas de 1940-1950. Por haber participado con su compañía en la creación de este reparto, poseía varias parcelas en él, y en cuatro de estas había construido casas. La suya estaba ubicada en la calle Miraflores, esquina a Universidad, en el mismo Biltmore. Es la razón por la que nuestra casa familiar también vivía allí, en la misma calle de ese reparto. 

Mi abuelo se exilia junto con su esposa y su hija pequeña Marta en Miami, en 1960. En esa ciudad ambos fallecieron. Su hijo Eddy, junto a otros asociados, volvió a fundar en 1966 la General Asphalt Company en Miami, compañía que dirige hoy mi primo Roberto López, y en la que también trabaja su hermano Alberto.

―Cuéntanos de tu hogar cubano y de tus primeros pasos en la vida.

―Mis padres tuvieron 14 hijos de los cuales yo fui el primero en nacer, en 1943. En total tuvieron 10 hijos y cuatro hijas. De los 14 hermanos, 11 nacimos en Cuba, dos exiliados ya en Estados Unidos, y Teresa, la menor, también en el exilio, aunque en Madrid, en 1963. Mis padres educaron a todos los hijos en el colegio jesuita de Belén y a las hijas las enviaron a la Merici Academy, un colegio estadounidense establecido en La Habana por las monjas ursulinas a partir de 1941. Toda mi escolaridad la cursé entonces en Belén hasta 1957, cuando me enviaron junto a mi hermano Manolo a estudiar el bachillerato en Wisconsin, Estados Unidos. 

Manuel Vega Penichet y Graciela López Miranda en La Habana, con los 10 hijos nacidos en la Isla antes de 1960 (Foto: Cortesía del entrevistado)

―¿Tuvo tu familia alguna implicación en el movimiento insurreccional contra Fulgencio Batista después del golpe de Estado de 1952? ¿En qué condiciones les sorprende el 1ro. de enero de 1959 y qué sucede?

―Hasta donde sé en la familia nadie estuvo implicado en temas políticos. Mi familia no dio un céntimo para tumbar a Fulgencio Batista y menos para poner a Fidel Castro. Como la gran mayoría de los clientes de mi padre eran miembros de compañías extranjeras que invertían en Cuba, él tuvo mucho que ver desde los inicios mismos del castrismo con el gobierno porque sus propios clientes eran los primeros perjudicados con las leyes revolucionarias de confiscación de la gran propiedad privada. Mi padre tuvo que asistir en 1959 a varias reuniones con personajes clave del gobierno revolucionario para acompañar a sus clientes o representarlos. Esta circunstancia le permitió darse cuenta desde muy temprano de que lo que se estaba tramando era la instauración de un régimen comunista y él se oponía a este tipo de ideología. 

Hacia diciembre de 1959 se reunió con sus padres y suegros y les comunicó que había decidido irse del país con su mujer y sus hijos. Tanto sus padres como los de su esposa le dijeron que se estaba precipitando algo, que mejor esperara un poco para ver qué sucedía. Pero él ya estaba seguro de lo que iba a ocurrir y en febrero de 1960 salió al exilio, rumbo a Ridgefield, un pueblito del estado de Connecticut, con mi madre y nueve de sus hijos, ya que mi hermano Manolo y yo nos encontrábamos estudiando en Wisconsin. Mi madre salió de Cuba embarazada de Juan, quien nació en Estados Unidos en 1960. Más tarde, también en el exilio, nació Miguel, en 1961. Por último, ya en España, nació Teresa, dos años más tarde. Al final mi padre no tardó en tener razón porque ese mismo año, bajo las presiones políticas y el giro de los acontecimientos, también salieron hacia Estados Unidos mis abuelos maternos y, rumbo a España, los paternos.

El abogado Manuel Vega-Penichet mediando a favor de uno de sus clientes expropiados en 1959, en La Habana, ante el Che Guevara (Foto: Cortesía del entrevistado)

―Trece hijos en Estados Unidos y en el exilio no es cosa de juego. ¿Cómo pudieron tus padres hacer frente al desafío de educar a tan vasta prole?

―En Connecticut éramos ya 13 tras el nacimiento de mis hermanos Juan y Miguel. Mi padre quería seguir siendo abogado, pero en Estados Unidos tenía que volver a empezar la carrera desde cero, estudiando cinco años en la universidad, algo que desde el punto de vista económico no era posible. Por eso, en diciembre de 1961, volamos todos de Nueva York a París, y desde la capital francesa en un minibús Volkswagen de tres hileras de asientos, que mi padre compró en Francia, con el objetivo de trasladarnos todos hasta Oviedo, capital de Asturias y tierra de su padre. Allí ya estaban esperándonos mis abuelos. Fuimos 15 personas en ese viaje y las maletas iban en el compartimiento llamado “vaca” en el techo del vehículo. Allí viajaba con nosotros, de Francia a España, todo el patrimonio del que disponía mi padre.

Ese minibús se convirtió en el símbolo de nuestra familia y se le conoció como el “Vegabus” porque recorría las calles de Oviedo, primero, y de Madrid después, de un lado para otro con la numerosa prole, según las necesidades de unos y otros.

―¿Qué impresión te provocó entonces la España de provincias en aquel año de 1961?

―Lo primero que debo decir es que nuestra familia paterna asturiana nos abrió las puertas de par en par. Tanto fue así que apenas nos bajamos del minibús, nos repartieron a todos los hermanos y las hermanas, en grupos de tres, en las casas de la parentela a la espera de que mi padre encontrara un sitio para acogernos a todos y poder reconstruir nuestro primer hogar en España, por supuesto, con lo mínimo. 

Por otra parte, como mi hermano Manolo y yo habíamos vivido cuatro años entre Wisconsin y Connecticut estábamos muy identificados con las costumbres y forma de vida estadounidenses que no se parecían a las de Oviedo en esa época. Empecé a quejarme constantemente y fue tanta la cantaleta que mi padre me llamó aparte seriamente un día y me dijo: “Tienes dos opciones: te quedas en Oviedo estudiando para terminar el bachillerato y comenzar la universidad, que es lo que tu madre y yo deseamos, o te compro un billete de ida Madrid-Nueva York, te doy 20 dólares, con la condición de que no me llames o escribas pidiendo dinero porque no te lo podré enviar, pues lo poco que hay es para tus hermanos y la familia que queda en España”.

―¿Y qué decidiste?

―Ahora, con el tiempo, me doy cuenta de lo duro que debe haber sido para él aceptar que dos de sus hijos adolescentes se fueran del hogar en busca de vida a otro país. Pero en aquel momento yo y mi hermano Manolo éramos jóvenes y estábamos llenos de ilusiones con lo que creíamos nos esperaba en Estados Unidos. De modo que ambos regresamos al pequeño Ridgefield (Connecticut), mientras mi padre se quedaba en Asturias con el resto de la familia, preparándose para revalidar su título de abogado en la Universidad de Salamanca. Al final lo consiguió en 1963 y, cuando obtuvo el anhelado título, envió un telegrama muy escueto a mi madre, en el que decía simplemente: “¡Ya!”.

Quiero precisar que, con su título de abogado español en mano, mi padre se mudó a Madrid con toda la familia. Inició y fundó el bufete M. Vega Penichet tras alquilar una oficina en la calle madrileña de Alcalá, N° 115, aproximadamente entre 1964 y 1965. Cuando lo hizo no tenía un solo cliente y él era el único abogado del bufete. Ya en los años 1970-1975 había logrado estar entre los tres primeros bufetes de Madrid, un verdadero éxito profesional que consiguió con mucho trabajo y esfuerzo.

Los 14 hijos del matrimonio de Manuel Vega Penichet y Graciela López Miranda, en Madrid
Los 14 hijos del matrimonio de Manuel Vega Penichet y Graciela López Miranda, en Madrid (Foto: Cortesía del entrevistado)

―Al parecer tú y Manolo eran inseparables. ¿Qué sucedió con ustedes dos tan jóvenes y solos en Estados Unidos?

―Al llegar en febrero de 1962 a Ridgefield, un pueblo que como ya dije era muy pequeño, con algo más de 8.000 habitantes en ese momento, nos fuimos a desayunar temprano a un sitio en el mismo centro. Cuando terminamos decidimos que cada uno cogería por la calle central y en dirección contraria para buscar trabajo. Al final acordamos encontrarnos a las 5:00 p.m. en ese mismo lugar para compartir los resultados de nuestras búsquedas. 

Así hicimos y a las 5:00 p.m. mi hermano Manolo había encontrado un trabajo de talador de árboles y yo otro en una gasolinera. Durante este tiempo estuvimos haciendo varios trabajos, sobre todo en una constructora. Así nos mantuvimos hasta que en diciembre de 1962 fuimos a Miami a visitar a la familia por Navidad. En ese momento acababan de llegar los prisioneros cubanos de Bahía de Cochinos y, entre ellos, me encontré a antiguos compañeros de Belén. 

En previsión de una eventual futura intervención empezaron a reclutar a voluntarios cubanos para ofrecer entrenamiento militar en el US Army a quienes quisieran alistarse. Los entrenamientos eran en Fort Jackson, Columbia (Carolina del Sur), y mi hermano Manolo y yo nos alistamos. Entonces mi abuelo Eduardo, preocupado por nuestro nomadismo, quiso consultar al padre Armando Llorente, sacerdote jesuita español que había sido formador de muchos jóvenes cubanos en el colegio de Belén de La Habana y que también había llegado al exilio. Cuando el padre supo por boca de nuestro abuelo de nuestras aspiraciones, le respondió que le parecía muy bien que sus dos jóvenes sobrinos se entrenaran pensando en el futuro de Cuba. En realidad, solo fui yo a Fort Jackson porque mi hermano Manolo por no haber cumplido los 18 años no fue admitido. Mi entrenamiento duró seis meses. Manolo se quedó en Miami con la familia y regresó a Connecticut meses después, antes de que yo terminara el entrenamiento militar.

Fernando y su hermano, Manolo Vega-Penichet López
Fernando y su hermano, Manolo Vega-Penichet López (Foto: Cortesía del entrevistado)

―Al final no hubo segunda invasión…

―Al final pasé los seis meses, entre enero y junio de 1963, entrenando. Luego, regresé a Miami con dinero ahorrado pues nos pagaron durante la formación militar, y me fui a vivir con mi tío Eddy en Coconut Grove. Entre junio de 1963 y hasta el primer trimestre del año siguiente trabajé en varias compañías constructoras en Miami.

Fue entre marzo y abril de 1964 en que me puse de acuerdo con mi hermano Manolo para regresar a España, en un momento en que la familia se había establecido en Madrid y en que mi padre ya había abierto el Bufete Vega Penichet en la capital española. 

―¿Terminas entonces el bachillerato en Madrid?

―Lo terminé en junio de 1964 en el American School de Madrid con relativa facilidad a pesar de que habíamos tomado el curso ya empezado. El caso fue que pidieron nuestras notas en Wisconsin y Connecticut y teníamos buena parte adelantada. Yo siempre he dicho que mi mejor universidad fue hablar perfectamente el inglés pues en España en aquel entonces casi nadie lo hablaba. En junio de 1964 obtuve el diploma de bachiller y en septiembre ya estaba estudiando Derecho en la Universidad. 

La casa familiar quedaba en el barrio de Chamartín, cerca de la plaza del Perú. Mi hermano Manolo y yo aguantamos solo dos años de estudios universitarios porque con nuestras andanzas habíamos perdido la costumbre de estudiar. Entonces mi padre nos dijo: “Si no estudian, tienen que ponerse a trabajar”. Y gracias a nuestro dominio del inglés, eso hicimos. En mi caso, empecé a trabajar como agente de cambio y bolsa en 1967 en Bache Company, y la empresa me envió durante ocho meses a recibir un curso de entrenamiento en Wall Street, Nueva York. Trabajé como broker en Bache y, luego, en Kidder Peabody, también en Wall Street. En total estuve unos cuatro en este ámbito.

Fernando con sus hijos María y Javier Vega-Penichet Fierro (Foto: Cortesía del entrevistado)

―¿Te dedicaste a esto el resto de tu vida?

―No. En 1971 un cliente me ofreció trabajar con él en la compañía de brokers internacionales, específicamente en la siderúrgica Harlow and Jones. En esa época viajé mucho a Londres y terminé estableciéndome definitivamente en la sucursal de Madrid. En realidad, fue en la siderúrgica en la que me mantuve, exactamente Hierros y Aceros Europeos S. A. (HAESA), la que terminé comprando al cabo de cierto tiempo. Fueron años muy productivos y fructíferos hasta que me retiré, aún joven, porque mis asociados ingleses eran mayores y se fueron retirando poco a poco. Este trabajo me dio la estabilidad necesaria para fundar mi propia familia, casarme en 1975 con María Fierro Guerra, la madre de mis tres hijos (Fernando, Javier y María Vega-Penichet Fierro), y echar raíces en Madrid, ciudad en la que vivo desde hace más de seis décadas ya.

Con Fernando, su hijo mayor (Foto: Cortesía del entrvistado)

―¿Volviste alguna vez a Cuba? 

―Volví una sola vez, por cuatro días, en 1998. Me lo propuso un amigo español que era político del Gobierno de Felipe González y que viajaba con cierta frecuencia a la Isla. Viajé no con temor a que no me dejaran entrar sino a que me impidieran salir, pues me había implicado en la Unión Liberal Cubana que presidía Carlos Alberto Montaner y me había mostrado demasiado en los círculos de la Fundación Hispano Cubana con grupos que se oponían en el exilio al gobierno castrista.

―¿Y qué resultó de ese brevísimo regreso al país en donde naciste y al que no habías vuelto en 38 años?

―Lo poco que vi me bastó para dar gracias a Dios cuando me vi en el avión de vuelta a casa cuatro días después. Pude recorrer algunos sitios afectivos de mi infancia como el colegio Belén, que ya no era Belén, pero cuyo edificio seguía siendo impresionante. Vi también la casa de mis abuelos en el Biltmore y pude escaparme un día a Varadero. En un taxi recorrí algunos barrios de La Habana y eso me permitió darme cuenta de lo que había sido esa ciudad y, sobre todo, de lo que hubiera podido ser si no hubiera llegado el comunismo. En realidad, cuando uno pasa mucho tiempo sin volver al sitio en que se vivió de niño y adolescente las dimensiones no corresponden con aquello que habíamos imaginado. Yo tenía el recuerdo de grandes avenidas y cosas desproporcionadas que me parecieron, una vez allí, bastante diferentes a lo que recordaba. 

Tengo que decir que este viaje lo hice casi de manera clandestina. Nadie sabía de mi presencia en La Habana. Estando allí me fui a la misa del domingo a la Catedral de La Habana y, al salir, me senté en una de las terrazas de un restaurante a beber un par de daiquirís. Había un grupo de músicos y les pedí que me tocaran durante media hora temas del cancionero popular cubano y en eso estaba, de espaldas a la puerta, cuando oí que detrás de mí alguien gritó: “¡Fernando Vega!”. Confieso que me asusté porque, repito, nadie sabía que yo me encontraba en Cuba y tampoco conocía a nadie que se hubiera quedado viviendo en la Isla. Resultó ser un amigo de Miami que también estaba como yo de incógnito visitando por primera vez la ciudad después de muchos años. 

Toda la familia Vega-Penichet en Madrid celebrando el centenario de Graciela López Miranda (Foto: Cortesía del entrevistado)

―¿Cómo has podido mantener el acento cubano después de 60 años de vida fuera de Cuba? ¿Ha habido alguna manera de transmitir a tus hijos algo de tu tradición familiar?

―Siempre viajé y sigo viajando con frecuencia a Miami, que es en cierta medida una prolongación de la Cuba de otros tiempos, tanto por los amigos y la familia como por la gastronomía y algunas tradiciones. Mi segunda esposa, Silvia Santeiro de Arcos, es cubanoamericana, de orígenes gallegos, y compartimos el tiempo entre Madrid y el sur de Florida desde hace más de dos décadas. 

Es cierto que mantener las tradiciones ha sido algo difícil. En otros tiempos, llevaba a mis hijos al Centro Cubano de Madrid, que estaba en la calle Claudio Coello, y que ya no existe, a comer platos cubanos y conversar con amigos que compartían los mismos orígenes. También han viajado con sus familias en varias ocasiones a Miami, sitio que les encanta, pues representa otra forma de vida y otras costumbres. Allá departen con los Escobar López, la familia de mi tía Marta, la hermana menor de mi madre, quienes viven allá.

Mi padre falleció en 1983, a los 64 años, es decir, relativamente joven, y siempre he pensado que su muerte se debió al desgaste físico y emocional de haber sacado adelante a una familia de 14 hijos, con mucho empeño y un esfuerzo extraordinario. Cuando falleció, los hermanos varones decidimos reunirnos todos los lunes en casa de nuestra madre y, al poco tiempo, se incorporaron también las hermanas. Esa reunión familiar continúa con nuestra madre centenaria y con la familia que, entre hijos, nietos y bisnietos, se ha ido convirtiendo en lo que somos: una auténtica saga familiar de orígenes cubanos que renació y echó raíces en España.

Related post

A

Please enable cookies. Sorry, you have been blocked You are unable to access diariodecuba.com Why have I been blocked? This website…
Más detalles sobre el asesinato del esmeraldero Jesús Hernando Sánchez en Bogotá: ya había sido víctima de otro atentado

Más detalles sobre el asesinato del esmeraldero Jesús Hernando…

Se siguen conociendo detalles sobre el asesinato del reconocido esmeraldero boyacense Jesús Hernán Sánchez Sierra, quien estaba el exclusivo conjunto residencial…
“He recibido llamadas intimidantes”: exinterventora del hospital de Leticia que denunció presiones de la esposa del minSalud

“He recibido llamadas intimidantes”: exinterventora del hospital de Leticia…

Lina Baracaldo fue interventora del Hospital San Rafael de Leticia (Amazonas) y la despidieron justo después de denunciar presiones para firmar…