Si se pudo en Nepal, también se puede aquí

Si se pudo en Nepal, también se puede aquí

  • Cuba
  • septiembre 17, 2025
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Hay que tomar las calles como lo hicieron en Gibara, con la conciencia de que si se pudo allá, en Nepal, también se puede aquí. 

LA HABNA, Cuba. – Las protestas en Gibara debieron extenderse a toda la Isla pero no sucedió. El detonante fueron los apagones de más de 24 horas, pero en lugares como el centro de Santa Clara, donde fueron más de 40, o en Caibarién, desde donde han reportado más de 50, aunque hubo micromanifestaciones, la mayoría de la gente optó por continuar “resistiendo” y protestar solo con murmullos al interior de sus casas.

En Matanzas, con alguna que otra excepción, lugares con más de 30 horas con cortes de energía, se mantienen en silencio y aguantando, y en Pinar del Río, con zonas donde los pobladores ya han perdido la cuenta de los días sin luz eléctrica, aunque el malestar es grande, no se ha sabido ni siquiera de protestas individuales, lo que a mí en lo personal me da mucho más miedo que la posible eternización de la oscuridad y el hambre, porque habla de una especie de “zombificación”, de adormecimiento nacional, más cuando en Nepal nos acaban de dar una lección de lo que es posible hacer si unimos fuerzas y encauzamos enojos de una vez y por todas.

En La Habana, con lugares tradicionalmente donde la falta de fluido eléctrico se ha prolongado a diario por más de 10 horas, uniéndose a la escasez de agua y combustibles para cocinar, se han sonado algunos calderos, algunos han gritado fuerte contra el régimen y, hasta en El Vedado, en las cercanías del Hotel Cohiba, alguien en redes sociales reportó el incendio de neumáticos pero, hasta donde he podido indagar, nada pasó de ahí.

Los núcleos de protestas no se extendieron. Una actitud similar a la indiferencia, o la indiferencia misma, continúa reinando entre los cubanos, mientras que la dictadura, una vez más, usa a su favor esos silencios (porque el que calla, otorga) para hablar de “comprensión”, de “confianza”, de “apoyo” y demás tonterías que finge obtener de un pueblo que, a ratos, pareciera que de verdad sí le gusta ser abusado, castigado, reprimido y tratado como bestia.

Le he dado vueltas al asunto, a la cuestión de nuestra inmensa apatía (que solo tiene una pequeña dosis de miedo verdadero, así como demasiado de oportunismos, egoísmos y complicidades) y, aunque algunos amigos me explican las diferencias de contextos entre Nepal y Cuba, entre aquellos comunistas de Asia y estos del Caribe —ambos de “mentiritas”— ninguna explicación me convence o hace cambiar mi opinión de que en realidad estamos cosechando lo que sembramos.

Solo la cuestión del abuso sistemático al que hemos sido sometidos los cubanos, más los altos niveles de miseria que nos asfixian física y mentalmente, de vez en cuando me llevan a pensar en la domesticación y en la adaptación como causas de nuestros brazos cruzados, pero en cuanto veo a la gente en una esquina, en pleno apagón, maldiciendo bajito a Miguel Díaz-Canel pero, al mismo tiempo bebiendo y pasándose los videos de las protestas en Gibara, para disfrutarlos como si se tratara de una película de ficción, fortalezco aún más el convencimiento de que recibimos lo que merecemos.

Una vez más, a los pocos valientes que han ido quedando entre éxodos y encarcelamientos, los hemos dejado solos, con total conciencia de que lo hacemos y que con nuestro silencio nos convertimos en cómplices de una dictadura que solo falta que la empujemos un poquito para que caiga. Sin embargo, ni eso queremos hacer, esperando a que otros pongan el golpeado, el muerto, el preso, y de paso hasta la cabeza del comunismo en bandeja de plata.

Preferimos ir a la cárcel por robar, estafar o agredir al vecino que nos miró de reojo o al que se nos coló en la fila de la bodega. Nos comportamos como verdaderos pencos sin remedio cuando debemos enfrentar a quienes de verdad lo merecen, puesto que con esa única pelea, que sabemos breve y posible, comenzará a desaparecer todo cuanto hace que se acumulen nuestros enojos, a la vez que reaparecerá la esperanza.

Dejemos de fortalecer ese mito. Echémoslo abajo. La apatía de los cubanos no es una cuestión de miedos, es solo un asunto de hipocresías y hasta de vagancias, de mediocridades y de maldades, y si nos despojáramos aunque sea un par de horas de esos lastres, como lo hicieron ejemplarmente los hombres y mujeres de Gibara, y los demás que respondieron solidariamente desde sus lugares, aún lejos, en menos de 48 horas terminaríamos con este infierno que no acabará con solo compartir videos y dando likes, publicando en Facebook. Definitivamente, hay que tomar las calles como lo hicieron en Gibara, con la conciencia de que si se pudo allá, en Nepal, también se puede aquí. 

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