Roberto Ferrante, otro instrumento de la dictadura

Roberto Ferrante, otro instrumento de la dictadura

  • Cuba
  • agosto 18, 2025
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El productor musical Roberto Ferrante ha pretendido ser polémico y solo ha conseguido salir apaleado.

LA HABANA, Cuba. – El mejor ejemplo para comprender las diferencias entre un provocador y un tonto nos lo ofreció hace unos días el productor musical italiano Roberto Ferrante. Quiso irse viral con lo que escribió sobre Celia Cruz y Benny Moré y sí que logró ser tendencia en internet, pero a un precio demasiado alto, tanto como para quizás arruinarse, que es como pagan siempre quienes no advierten el peligro de intentar por la fuerza colocar entre los dioses a un simple mortal.

Celia, el Benny, Ignacio Piñeiro, Miguel Matamoros, Elena Burque y Omara Portuondo, más allá de gustos musicales y números de Spotify, pertenecen al Olimpo, ya no solo de la música sino de la cultura universal, y no importarán la moda, la política, las ideologías ni las visualizaciones y facturaciones en YouTube para medir sus grandezas y genialidades. Estarán siempre en lo más alto, irradiando genio y buen gusto sobre nosotros, incluso si ya en el futuro no existieran los aventureros italianos, las disqueras, las plataformas digitales y los algoritmos que fabrican trending topics

Intentar derribar a los dioses del altar donde los puso el destino y la calidad incuestionable de sus obras no es irreverencia sino una rotunda estupidez, más si lo que se pretende es colocar en sus lugares a una promesa que necesitará pasar la prueba del tiempo, de los públicos de hoy y de los que llegarán o no con los años, para saber si pertenece a allí donde el poco sentido común pretende instalarlo solo para “provocar” (y de paso ofender, profanar), aunque sea a costa de hacer el ridículo porque eso vende, y lo que importa en estos tiempos es facturar rápido y furioso, antes que el fenómeno pase de moda.

Ya Fidel Castro intentó en vano lo mismo contra Celia Cruz (y contra todo aquel que no se plegara a sus antojos). Quiso borrarla de la historia musical cubana, pero la guarachera supo propinarle, solo con la grandeza de su arte, la paliza que se merecía. Quiso condenarla a la desmemoria, sabiendo cuán desmemoriados y oportunistas son los fanáticos del castrismo, pero no tuvo en cuenta el poder que tiene el verdadero arte para imponerse frente al más temible adversario.

Castro y Ferrante son cuñas de un mismo palo, de eso no debe haber dudas. No solo hay similitudes entre las pretensiones del dictador y las del productor napolitano sino que el ataque (porque sin dudas lo fue) de este último, lanzado la víspera del aniversario 99 del mayor enemigo que tuvieron Celia Cruz y el pueblo cubano, para nada fue mera coincidencia. 

El italiano, que estuvo entre la oleada de aventureros europeos de izquierda que arribó a Cuba en los años 90 intentando hacer fortuna a la vez que oxigenando al régimen una vez desaparecido el “campo socialista”, sabía muy bien lo que escribía en ese desafortunado mensaje y a quiénes insultaba, y ese irrespeto lanzado con toda intención de ofender —sobre todo a una parte importante del exilio cubano, para el que Celia Cruz es todo un símbolo más allá de la música—, es muy similar en “estilo” al que durante años ha empleado la dictadura para desacreditar a los artistas que consideraba molestos.

En cuanto a las ventas y el éxito de Planet Records, no era necesario atacar a Celia y al Benny para llamar la atención, mucho menos cuando el artista promovido pretende venderse como lo que es hasta este minuto: una mercancía más en un catálogo, y no un producto ya establecido, pero en cuanto al castrismo y los festejos de estos días, que buscan elevar al rango de dios a un dictador, no es casual que un incondicional de larga data como Roberto Ferrante haya decidido lanzar un guiño y congraciarse con ese régimen que le ha permitido durante casi treinta años mantener su negocio en La Habana, con lo celoso que es el Partido Comunista en cuestiones como la promoción cultural y la industria musical.

Pero Ferrante, nadie sabe por qué milagro del “dios Fidel”, no solo parece pasar inadvertido ante los ojos del régimen con su facturación de 4 millones de euros anuales, que no solo salen del reparto y los reparteros (un grupo que el régimen necesita controlar, monitorear y, al mismo tiempo, mantener alejado de los medios oficiales y hasta del mismísimo Ministerio de Cultura), y que interfiere, aparentemente, con los intereses de las disqueras estatales (en el caso de las producciones con músicos como Alexander Abreu y orquestas como Los Van Van), sino que, además, se permite licencias de todo tipo, incluidas aquellas que denigran la imagen de la mujer, que en todos los videos producidos por Planet Records aparece solo como un objeto de deseo, descartable una vez usada, un trozo de carne a disposición del macho. 

No solo es sospechoso el silencio al respecto de instituciones oficiales como la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) sino, sobre todo, la impunidad de la cual goza el italiano, que debe su fama en las noches habaneras más a sus facilidades para el comercio sexual y el alcohol que a la música que produce.

Una imagen publicada en la página oficial de Facebook de Planet Records.
Una imagen publicada en la página oficial de Facebook de Planet Records.

Porque, antes de que su más rentable producto lo mencionara en la extensa letanía de nombres y motes con que terminan todas sus canciones, nadie en Cuba que no lo frecuentara como amigo, sabía quién era ese italiano que llegó a finales de los años 90 y que se hizo famoso en los “circuitos de la carne” no por cazar talentos musicales sino por llevar a su cama, en la casa de Santa Fe, el resultado de otro tipo de cacería y de otro tipo de virtudes.

Como cuenta alguien que lo ha conocido bien desde sus primeros años en Cuba, Roberto Ferrante, a pesar de los méritos detrás del éxito de Obsesión, del grupo dominicano Aventura, y de otros como los de Travesuras, de Nicky Jam, entre los más memorables, en La Habana era solo el “yuma” con el cual se podía beber y fumar (algo más que cigarrillos) sin que la Policía se tornara un fastidio, el extranjero con quien se podía ir de rumba al Don Cangrejo en los días en que frecuentar ese lugar significaba traspasar los límites de los placeres y de la ley, con licencia de quienes debían hacerla cumplir.

Pero para el régimen, Ferrante, además de ser ese “yuma” que deja dinero y que consume en grandes cantidades el “producto nacional”, era el instrumento ideal para acarrear esa parte más difícil del rebaño, que por una cuestión de “jerarquías culturales” (que es la fórmula usada por los comisarios de la cultura cubana para marginar todo cuanto no comulgue con la ideología del régimen) debían permanecer apartada de los circuitos reservados solo para la “cultura oficial”.

Como el aventurero, oportunista y cómplice que es, Roberto Ferrante podía cumplir sin problema alguno la misión encomendada, más cuando sabía cómo sacar dinero en esos márgenes de la cultura y, aun más cuando el permiso le llegaba con otros incentivos como el de hacer y deshacer, entre La Habana y Miami, todo cuanto su delirio de tonto útil le permitiera imaginar, “todo” mientras ni él ni sus representados se metieran demasiado donde no debían.

Imagen de perfil de la cuenta de Facebook Roberto Ferrante.

De modo que Ferrante, unos días antes del cumpleaños del “jefe de jefes”, quiso regalarle al régimen su homenaje en forma de ofensa contra aquello que representa sobre todo Celia Cruz, ejemplo cimero de resistencia cultural frente a una dictadura que persiste aún en pretender aniquilar la cultura nacional más auténtica y reemplazarla por una ideología política que dicta las pautas de la creación artística. 

El producto que pretende ofrecer Ferrante, como parte del reemplazo criminal y sistemático de los más auténticos símbolos de nuestra nación, no es otro que ese mismo fantoche grosero, vulgar, reflejo de ellos mismos, moldeado por los ideólogos de una dictadura que desea colocar la imagen de Fidel Castro donde no le corresponde estar, en tanto fue el artífice del desastre que ha puesto en peligro el orgullo nacional, tan necesario para la prosperidad de un país.            

Por suerte, Roberto Ferrante ha pretendido ser polémico y solo ha conseguido salir apaleado. Porque lo que hizo fue tan “casual” y “espontáneo” como el cartel de Fidel Castro en Nueva York, que más que ilustrar la peligrosa influencia de las ideas del dictador en sectores de la sociedad norteamericana, lo que ha logrado es demostrarnos a dónde van a parar esos millones de GAESA, unos días después de que descubriéramos a cuánto asciende el producto de tantas décadas de saqueo y represión. 

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