Recortes, dependencia y caridad: ¿Cómo no morir de hambre en Cuba?

Recortes, dependencia y caridad: ¿Cómo no morir de hambre en Cuba?

  • Cuba
  • julio 22, 2025
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Quienes ya han sido completamente aplastados por la pirámide, esperan lo que pueda ofrecerles un buen vecino en un gesto de humanidad más grande cuanto más sacrificado, que los salva del peligro y la humillación de comer de la basura.

LA HABANA.-Nery quita el pellejo a dos cuartos de pollo. Después de varios días zapateando la Habana Vieja, pudo comprar tres libras a 380 pesos cada una, un par de cuartos de buen tamaño, suficientes para diez comidas dentro del severo régimen de ahorro que ella implementa desde la pandemia para intentar aliviar el hambre.

A sus 65 años, sola y con una jubilación de 1528 pesos, Nery vive en economía de guerra desde mucho antes que Díaz-Canel bautizara con esas palabras, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, la insalvable crisis cubana. Garantizado el pollo, su próximo paso es ir al agro para comprar con qué aumentar el plato fuerte. Berenjena, zanahorias o habichuelas son las opciones más compatibles, menos caras y de mayor rendimiento. Para que las dos postas de pollo se estiren hasta dar diez comidas, Nery las hierve o asa directamente con la hortaliza de turno, luego las desfleca en hebras muy finas y separa las raciones en potes plásticos que alguna vez fueron de helado, quesito crema o mantequilla. Como la inmensa mayoría de los cubanos, ella siempre guarda los vacíos, porque todo aquí hace falta. Una vez concluida la labor, guarda las porciones en el congelador y, mentalmente, descuenta diez de las sesenta comidas que ella hace en el mes, sabedora de que una mujer de su edad, con diversos padecimientos de salud, no puede limitarse más de lo que ya lo hace.

Luego va a la mipyme y con 1200 pesos compra diez huevos (120 pesos cada uno), que representan otros diez almuerzos. El importe de su chequera ya se había esfumado con la compra del pollo y el pago de los servicios básicos. Los huevos fueron sufragados con el dinero que le reporta su trabajo como repasadora, que también se queda muy por debajo del costo de la vida en Cuba. Para desayunar compra una bolsa de ocho panes que le debe durar toda la semana. La guarda en el congelador para evitar que le salga moho, y tuesta uno cada mañana para acompañar el yogurt que una amiga le compra, ocasionalmente, en Supermarket 23. Las otras cuarenta comidas corren por cuenta de amigos que, dentro y fuera de la isla, se preocupan por ella y la ayudan con lo que pueden.

En Centro Habana, Ana Ibis, una madre soltera de dos niños en edad escolar, ha reducido sus comidas calientes a prácticamente una diaria, siempre en la noche, para no acostarse con hambre porque, de lo contrario, no puede dormir. Para desayunar y almorzar ha optado por el pan con lo que aparezca, o mojarlo en la salsita del plato fuerte de ayer, apurar la deglución con refresco instantáneo y seguir luchando. Una bolsa de ocho panes cuesta 300 pesos. El gasto es diario: tres panes para cada uno de sus niños, dos para ella.  

Durante la semana, Ana Ibis alterna su trabajo para el estado con la limpieza de varias casas. El sábado, bien temprano, vuela para la feria de Galiano, donde puede comprar algunos productos un poco más baratos: 2400 pesos por un cartón de huevos, que en las mipymes cuesta entre 2800 y 3600 pesos; un litro de aceite de girasol en 850 pesos, contra los 950, como mínimo, que vale en los comercios de su barrio. Compra también detergente, arroz, cuatro mangos, dos aguacates, una piña y pasta de tomate, ligeramente menos costosos que en los agros y carretillas, pero igual, admite, es un dineral solo para comida y algo de aseo.

Ambas mujeres, trabajadora activa una, la otra jubilada, pero obligada a seguir trabajando para no tener que disfrazarse de mendiga, han recibido con escepticismo la noticia oficial de que a partir de septiembre habrá un aumento en las pensiones de hasta cuatro mil pesos, así como la posibilidad futura de que incrementen el salario mínimo. La misma medida sin respaldo productivo fue aplicada hace cuatro años, desencadenando una inflación que redujo casi a cero el poder adquisitivo. No hay ninguna razón objetiva para creer que esta vez será diferente.

Como Nery y Ana Ibis, millones de cubanos procuran mantenerse a flote en un mar de privaciones, anticipándose y calculando, saturadas con el estrés del no hay, no alcanza, me quedé sin dinero. Ambas intentan no quejarse, conocen de cerca a gente que vive peor, ancianos sin apoyo filial que, justo la semana pasada, se quedaron dos días sin almorzar ni comer porque el Sistema de Atención a la Familia (SAF) no tenía nada para ofrecerles. Las dos ayudan con lo que pueden: un pan, un poco de arroz con caldo de frijoles o un fufú remojado con la salsita del pollo de anoche, que sigue salvando del hambre al día siguiente, y quizás también pasado mañana.

Nery guarda la piel de los cuartos de pollo para una amiga suya, enfermera retirada y con una situación familiar difícil, que utiliza esa grasa letal para cocinar porque el aceite que viene a la bodega, cuando viene, no le alcanza. Le duele la conciencia de saber que está entregando un puñado de veneno a la pobre mujer, pero más le duele ver la expresión en sus ojos cuando le dice que botó el pellejo del pollo.

A base de recortes, dependencia y caridades viven los cubanos, aplicando soluciones que deterioran la salud física y mental, buscando la opción más barata, que sigue siendo carísima en relación con los salarios, y creyendo que tener la barriga llena es lo mismo que estar bien alimentado. Quienes ya han sido completamente aplastados por la pirámide, esperan lo que pueda ofrecerles un buen vecino en un gesto de humanidad más grande cuanto más sacrificado, que los salva del peligro y la humillación de comer de la basura.

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