
¿Qué se sabe de las propiedades de La Macorina?
- Cuba
- marzo 24, 2025
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LA HABANA.-Existen personajes populares significativos en nuestra historia. Tal es el caso de una mujer que fue muy famosa a principios del siglo XX: La Macorina.
Nacida el 15 de marzo de 1892, su nombre era María Constancia Caraza Valdés, pero luego que cambió sus apellidos y adoptó los de su padre de crianza, pasó a llamarse María Calvo Nodarse. El mote La Macorina provino de un borracho que equivocó el nombre de la artista Fornarina.
Abundan los artículos en publicaciones de la época y los testimonios de vecinos y personas que la conocieron, pero hay datos que no han salido a la luz o son muy poco conocidos, como fueron las direcciones de las casas de su propiedad y los autos que poseyó durante su época de esplendor, y los sitios pobres donde moró en sus últimos años.
La casa donde nació, en Guanajay, estaba en la calle Calixto García N° 15. Después su familia se trasladó a la calle Agramonte (hoy Avenida 72) número 6308 entre 63 y 65, donde hoy está la Biblioteca Municipal, que guarda dos jarrones valiosos que la Macorina donó a la iglesia de la localidad.
Muy joven, se fugó con un hombre, y se fue a vivir a la capital. ¿A qué dirección? Es una incógnita. Pero se sabe que en 1917 residía en la calle Felipe Poey # 23, en La Víbora. Esa fue la dirección que aparece en su licencia de conducción. No se ha podido determinar si efectivamente vivía allí o si fue la que dio para obtener el permiso para manejar autos.
Según declaraciones hechas por ella con posterioridad, fue propietaria de residencias de estilo palaciego en Calzada y B y Línea y 8, en El Vedado, además poseer otras dos, una en Compostela y Habana, y otra en San Miguel entre Belascoaín y Gervasio.
Caminé por alguno de estos lugares, y es imposible al cabo de tanto tiempo determinar el sitio exacto de estos inmuebles. La Macorina, en sus declaraciones, no dio sus números. Hoy existen nuevos edificios y la numeración se modificó. Tal vez una investigación minuciosa en el Registro de la Propiedad de principios del siglo XX aclare la situación.
Más adelante habitó en Jovellar N° 123 entre Espada y Hospital, en el actual municipio de Centro Habana. Su sobrino, Evelio Caraza, afirmó que La Macorina también vivió en una casa en la esquina de las calles Marina y Vapor.
El prostíbulo que regentó La Macorina y del cual fue también su propietaria, estuvo en la calle Príncipe # 155, y tenía otra entrada por la calle del fondo.
Llama la atención que su residencia y su negocio se hallaban cerca, en el mismo barrio.
Testimonios de moradores de la comarca en ese tiempo señalan que jamás oyeron escándalos en ese prostíbulo y que La Macorina tenía buenos modales y saludaba con educación a todas las personas de allí, a pesar de no ser alguien de cultura y estudios elevados. Se atribuyen esos modales al roce que mantuvo con las altas personalidades de las que fue amante.
Con referencia a sus autos, se afirma que tuvo nueve, de distintos y costosos modelos, regalo de sus potentados adoradores. El auto que la destacó fue uno rojo con una bocina singular, que llamaba la atención de los transeúntes, y que es el carro “colorao” que se menciona en el estribillo de la canción popularizada por Abelardo Barroso y otros intérpretes.
Se sabe que en los años treinta visitó su natal Guanajay con un Hispano Suiza o Stur descapotable.
La Macorina vivió con lujos y viajó a Paris y México. La decadencia llegó cuando sus protectores empezaron a retirarle su apoyo económico y a olvidarla.
Luego de irse a vivir con una amiga llamada María Ramos, quien también fuera trabajadora sexual, en Infanta y Picota, La Macorina por último fue a parar a una habitación en una cuartería en Apodaca # 365, lugar donde murió en la miseria, el 15 de junio de 1977, a la edad de 85 años.
¿Qué sucedió con la fortuna de La Macorina ¿Quién o quiénes adquirieron los bienes que poseyó? Es una incógnita, pendiente de esclarecer.
Tras el triunfo de la Revolución, Fidel Castro aseguró que acabaría con la prostitución y el oficio que enriqueció a la Macorina, pero no sucedió. En septiembre de 1987, en un artículo de la revista “Somos Jóvenes” (número 93-94) titulado “El caso Sandra”, se admitía un secreto a voces, la permanencia de la prostitución en Cuba. Durante los años del Periodo Especial, el fenómeno se incrementó, con las llamadas “jineteras”.
Conocí una de estas “jineteras”. Practicaba la prostitución, pero era casada. Me confesó en cierta ocasión: “Para tener cuatro pitusas (jeans), alguna ropa decente, y poder alimentar a mis dos hijas, tenía que jugármela frente al cabaret del Capri, donde en varias ocasiones fui detenida y me pusieron multas”.