Pueblo cubano, ¿víctima o cómplice?

Pueblo cubano, ¿víctima o cómplice?

  • Cuba
  • marzo 22, 2025
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En redes sociales es frecuente encontrar versiones de la frase «los cubanos tienen lo que se merecen», casi siempre afirmadas por coterráneos que lograron emigrar. La mayoría de las veces mi respuesta es visceral, como de enfado. Internamente paso de «¿realmente no recuerdas como funciona esto?», a «¿tú qué hiciste cuando vivías oprimido, aparte de escapar?»… Pero después del enojo llega la duda: «¿tendrán alguna razón?«.

Es un reto mental entender cómo este país soporta tanta humillación sin rebelarse, sin tomar las calles en arrebato de rabia, como hacen tantos otros pueblos sometidos a muchísimas menos injurias y privaciones. Parece cobardía.

Pero la historia demuestra que los cubanos no somos particularmente cobardes como erradamente algunos afirman, ni tenemos ninguna tara mental que nos impida entender quién causa nuestra desdicha.

Este pueblo conoce a su verdugo. El problema es que el verdugo pudo —cuando contaba con un mayoritario apoyo gracias al carisma del líder y su capacidad infinita para mentir— usar dinero y asesores soviéticos para destruir la sociedad civil cubana e implantar, como si un virus fuese, efectivísimos mecanismos totalitarios que aún impiden que en Cuba surja resistencia coordinada y efectiva al Gobierno.

Con una eficacia del 100%, el totalitarismo castrista logra impedir el desarrollo de cualquier organización cívica, no solo de oposición, sino siquiera independiente del Gobierno. Así, siendo la acción colectiva imposible, no pueden arraigar organizaciones políticas ni tomar dimensión nacional ningún liderazgo opositor, lo que deja como única alternativa para el pueblo algunos brotes individuales o colectivos de protesta —siempre rápidamente controlados por el poder—, que más que actividad política son catarsis ante el desespero, la impotencia y la frustración.

Sin posibilidad real de coordinarse, organizarse y proyectarse colectivamente, los cubanos —con la excepción de algunos héroes que cargan la dignidad de todos los otros— eligen callar antes que lanzarse como quijotes a pelear contra molinos especializados en triturar carne humana, con el único seguro resultado de su inmolación personal y familiar. Al parecer, al sistema no se le puede derrotar desde dentro.

Pero una cosa es no rebelarse y otra bien distinta es aplaudir a tus secuestradores, recibirlos en las calles con vítores, acudir cuando te convocan, asentir pasivamente cuando te mienten y, en fin, otorgarles el apoyo de tu participación en esa farsa que sostienen para seguir gobernando este cementerio de ilusiones.

Nadie, en ningún lugar de Cuba, está obligado a darle la bienvenida a Díaz-Canel o a cualquiera de sus cómplices cuando por «sorpresa» visitan algún lugar. Nadie va al centro de Cumanayagua o Baracoa cuando llegan los del PCC porque tema ser castigado; va por curiosidad, aburrimiento o conveniencia, y con hambre aplaude la perorata del obeso de turno que rellenará espacio en el Noticiero, legitimando 66 años de crimen.

Nadie, en ningún lugar de Cuba, está obligado a ir a una marcha del régimen. Algunos sentirán cierta presión en trabajos y escuelas, pero hace años que nadie va preso o es expulsado de ningún lugar, ni nada pasa realmente si no marcha; basta cualquier excusa o sencillamente no ir, pero mucha gente va.

Nadie, en ningún lugar de Cuba, está obligado a ser uno de esos entrevistados por los periodistas del régimen que en la televisión nacional muestran esperanza en que las cosas mejorarán, y comprensión por los «esfuerzos» del Gobierno, y como mucho, alguna insatisfacción con ineficiencias puntuales, jamás descontento con el sistema mismo.

Nadie, en ningún lugar de Cuba, está obligado a integrar UJC, PCC, FMC, CDR o cualquier otra de esas bazofias castristas para controlar la sociedad, pero la gente sigue integrándose.

La inmensa mayoría de las veces, estas pequeñas complicidades con el régimen no se realizan por miedo, sino para acceder a algún tenue beneficio que el castrismo administra; es decir, se hacen por conveniencia, desde el pensamiento —otro logro del totalitarismo— de que de nada vale no hacerlas y «marcarse», si al final alguien la hará, se beneficiará y todo seguirá igualmente mal.

Y sí, razón no falta a los millones que así piensan; pero, entonces, razón no falta tampoco a quienes afirman que los cubanos tenemos lo que merecemos —al menos en parte—, cuando cada uno de nosotros, individualmente, no es siquiera capaz del sacrificio más mínimo, el de no ser cómplice.

Pedirle al pueblo cubano que se rebele es inútil. No puede hacerlo y no puede ser culpado por ello. La situación totalitaria en Cuba no tiene parangón histórico, el pueblo está, sencillamente, atrapado.

Pero pedirle a los cubanos individualmente no que se resistan, pero al menos que no colaboren, que no se presten a legitimar al régimen con sus pequeñas acciones, sí puede hacerse, porque el costo individual es ínfimo y el resultado, si la gente se queda en su casa cuando Díaz-Canel visita su localidad, si no va a las marchas, si no sale a votar, si no sale a las reuniones del CDR, si no le responde al periodista del NTV, si no va al 1º de Mayo… ese resultado sería gigantesco, clamoroso, y dejaría expuesta la desnudez de este rey.

Para que alguna vez tengamos el respeto que merecemos como pueblo, para ser verdaderas víctimas de estos monstruos, tenemos que dejar de ser, en cualquier medida, cómplices del crimen que están cometiendo. No es mucho lo que hay que hacer, solo darles silencio. Solo quédate en tu casa.

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