Protesta universitaria: no importa la causa, sino los hechos

Protesta universitaria: no importa la causa, sino los hechos

  • Cuba
  • junio 9, 2025
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LA HABANA, Cuba.- Cuba está viviendo días trepidantes desde que ETECSA, el monopolio de las telecomunicaciones, aplicó un tarifazo sin previo aviso, desbloqueando un nivel superior de miseria y dependencia para quienes viven dentro de la isla. Si bien la noticia fue mal recibida por el pueblo en general, fueron los estudiantes de la Universidad de La Habana los que se plantaron frontalmente y convocaron a un cese de las actividades lectivas hasta tanto no se revirtiera el aumento de precios que resulta, cuando menos, abusivo y excluyente. El cubano que no tenga moneda nacional en grandes cantidades, o un familiar en el exterior que le garantice recargas en dólares, solo podrá acceder a la red de redes de forma limitada.

La protesta fue pacífica, pero tan enérgica que facultades de otras universidades del país se sumaron hasta conformar un movimiento sin precedentes en la era posrevolucionaria, atrayendo la solidaridad de artistas, académicos e intelectuales dentro y fuera de Cuba. A la par del apoyo masivo demostrado en las redes por la sociedad civil, llovieron reproches injustos, así como teorías conspirativas sin más fundamento que el hábito de desconfiar de todo y de todos, especialmente en momentos cruciales.

Al hostigamiento por parte de la Seguridad del Estado y los intentos desesperados del oficialismo por restarle legitimidad a la protesta alegando que estaba siendo orquestada y pagada desde el exterior, se sumaron voces para cuestionar el motivo por el cual se pronunciaban justo ahora los estudiantes, que habían permanecido callados ante los apagones, la falta de alimentos y medicinas, y el atropello constante de las libertades civiles.

Lo mismo podría exigírsele al resto de los nueve millones de cubanos que, según cifras oficiales, todavía residen en la isla. Aunque todos sufren apagones, escasez y atropello, las protestas siguen siendo aisladas. Todos recibieron con indignación el tarifazo de ETECSA, pero sus quejas se diluyeron en la cháchara vecinal.

El grito verdadero bajó desde la colina universitaria con una fuerza que no se había visto desde 1959. No hizo falta sacar un cartel para que el debate girara espontáneamente hacia el terreno político, porque la arbitrariedad de ETECSA se inserta en una práctica sostenida de violencia estatal –política y económica– contra los ciudadanos, de manera que el reclamo de los estudiantes trascendió el asunto de más o menos gigas para abarcar la realidad que vive el país y la humillante situación de dependencia a que los empuja una empresa estatal socialista que se dice incapaz de desarrollarse sin las divisas de la emigración.

Si los estudiantes plantearon sus demandas como gremio fue porque solo ellos –y sus padres– conocen la importancia del acceso a Internet para consultar bibliografía actualizada en un país donde la base material de estudio es vieja, deteriorada o, en muchos casos, inexistente. El más flaco de los libros que debe leer un universitario en sus cinco años de carrera no tiene menos de cien páginas. Imprimirlo en alguno de los negocios que se dedican a esa actividad, pagando entre 15 y 20 pesos cada cuartilla, representa una inversión que se suma a los costos de transporte y alimentación, una sangría insoportable para la media de las familias cubanas.

La estrechez en los hogares, el sacrificio titánico y mal remunerado de los padres ha obligado a muchos jóvenes a reducir su tiempo de estudio, descanso u ocio para buscar empleo en mipymes, bares y cafeterías, con el objetivo de aportar a la economía doméstica o financiar sus propios gastos. Es comprensible que se sientan aplastados por el tarifazo y no estén dispuestos a tolerarlo como han tolerado los apagones y demás desgracias provocadas por un sistema político que ya contaba con casi medio siglo cuando ellos nacieron. Pretender que de golpe se levanten contra lo que les afecta directamente y, de paso, arrasen con todo lo demás, es un reclamo mezquino que busca sembrarles culpa y desaliento. Sus demandas deben ser respetadas y entendidas en su justa dimensión, que es, dicho sea de paso, enorme.

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Donde el régimen no esperaba más que un lógico descontento seguido por la habitual resignación, halló el espíritu vibrante que movía a las universidades cubanas antes de que les robaran su autonomía. Con bravura y un altísimo grado de civismo, los estudiantes honraron una tradición que se creía perdida, emplazaron a esbirros disfrazados de docentes y, quizás sin proponérselo, dieron respuesta a la pregunta formulada por el artista y preso político Luis Manuel Otero Alcántara en su performance titulado “¿Dónde está Mella?” (2017), que cuestionó la desaparición del busto del líder estudiantil del espacio que ocupara en la Manzana de Gómez –sede de la Facultad Obrero-Campesina–, hoy transformada en el hotel Manzana-Kempinski.

Julio Antonio Mella, que fue comunista cuando el comunismo parecía ser la mejor alternativa en favor de la justicia social, ha vuelto a respirar en cada joven que hoy defiende su derecho a la dignidad frente a un Partido Comunista déspota, corrupto y represivo que ha convertido a Cuba en un cementerio de garantías civiles.

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