
Nadie se amaba tanto a sí mismo, como el ególatra de Fidel Castro
- Cuba
- agosto 13, 2025
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Probablemente la renuencia del Máximo Líder a que le dedicaran estatuas fue para impedir que un día sus enemigos pudieran derribarlas y profanarlas.
LA HABANA. – En 1959, unas semanas después de su entrada triunfal en La Habana al frente del ejército guerrillero que derrocó al régimen de Fulgencio Batista, Fidel Castro ordenó retirar de la calle 41, cerca del campamento militar Columbia, en Marianao, la estatua que le había hecho el escultor italiano Enzo Gallo y dictó una ley para evitar el culto a su persona.
Antes de morir, el 25 de noviembre de 2016, dejó dispuesto que no se le hicieran monumentos y que su nombre no fuese utilizado para bautizar cosa alguna.
Probablemente la renuencia del Máximo Líder a que le dedicaran estatuas fue para impedir que un día sus enemigos pudieran derribarlas y profanarlas.
En Cuba no hay estatuas de Fidel Castro. Ni falta que hace. Su rostro barbudo, generalmente con treinta o cuarenta años menos de los 90 que tenía cuando murió, está presente a cada paso en Cuba: en la primera plana de los periódicos, en la TV, en vallas y carteles en las calles, en fotos colocadas en sitios prominentes en oficinas, escuelas, hospitales o cuarteles de la policía. Desde 1959 ha sido así.
A falta de estatua, Fidel Castro tiene un monolito funerario en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde yacen sus restos, cerca de los de José Martí, Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales. Tiene guardia de honor permanente y es lugar obligado de peregrinación para los fieles del castrismo. Algunos de los visitantes parecen caer en trance. Y el escultor que hizo el monolito asegura que Fidel se le aparece y conversa con él.
Si Fidel Castro quería evitar el culto a la personalidad y que lo endiosaran como a Mao Zedong y Kim Il Sung, no hizo mucho por impedirlo. Todo lo contrario.
Terco, incansable, opinaba de todo, estaba presente en todas partes, lo mismo en los huracanes que en los congresos científicos. Su palabra era ley, sus órdenes no se discutían, ¡ay de quien se atreviera a contradecirlo!
Sus discursos, que duraban tres, cuatro horas o más, versaban lo mismo de economía que de política internacional, o de ganadería. Poco antes de su retiro por enfermedad, en el programa televisivo Mesa Redonda explicó cómo usar las ollas chinas y recomendó poner en remojo los frijoles varias horas antes de cocinarlos.
Siempre era ensalzado, considerado infalible. Era la personificación del Gobierno, el Estado, el Partido, de “la Patria, la Revolución y el Socialismo”. Había que agradecerle todos y cada uno de “los logros de la revolución”.
Sus funerales, a lo norcoreano, con luto riguroso, duraron nueve días. Sus restos, en un armón verde olivo, recorrieron todo el país antes de ser depositados en la roca de Santa Ifigenia.
El culto a Fidel Castro se reforzó con su muerte. El recuento-letanía póstumo de sus hechos y discursos fue lo que necesitaba para oxigenarse.
En sus últimos años no le hacía mucho favor la imagen de un anciano testarudo y frágil que escribía confusos editoriales para CubaDebate y el periódico Granma que llamaba Reflexiones y firmaba como “Compañero Fidel”, en los que hacía predicciones apocalípticas y uso y abuso del corta y pega.
La muerte vino a darle a la figura de Fidel Castro el segundo aire que necesitaba. ¡Y qué segundo aire!
Los continuadores de su régimen, aunque suelen contradecir sus políticas, no dejan de invocar a Fidel Castro y citar frases de sus discursos, vengan o no al caso.
El desastre en que han sumido el país los mandamases de la continuidad ha hecho que justo cuando ya menguaban los seguidores de Fidel Castro, se multiplique su número entre las personas, sobre todo ancianas, que olvidadas de los desastres del ayer, de las tantas veces que tuvo que convertir los reveses en victoria o en algo que lo pareciera, repiten que “con Fidel estas cosas no pasaban”.
Este año, como ocurre cada vez que se acerca el 13 de agosto, día en que nació Fidel Castro en Birán, en 1926, los medios oficialistas llevan días desbordados con el recuento de los hechos y anécdotas del Comandante y las loas a “su legado”. Y ya pueden imaginar cómo será la cantaleta el próximo año 2026 cuando sea su centenario.
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