
Mis tristes recuerdos del aeropuerto de Rancho Boyeros
- Cuba
- agosto 10, 2025
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«Raulito fue el primero de esa casa, próxima a la mía, en irse a Miami (…) Hace unos años, falleció en los Estados Unidos».
LA HABANA, Cuba – La primera vez que estuve en el aeropuerto de Rancho Boyeros, yo tendría unos 13 años, y fue para despedir a un amigo de la infancia, Raúl Milián, que partió en 1960, de forma definitiva, hacia Estados Unidos.
Fui con mi madre, los padres de él y su hermano. En aquella época aún permitían la entrada a lo que hoy se conoce como la Terminal # 1. Allí nos abrazamos y le deseamos suerte en su nueva vida, antes de que pasara a un cubículo cerrado con paneles de cristal, que llamaban “la pecera” donde chequeaban la visa, el pasaporte y el pasaje de la Pan American, que todavía volaba a Cuba. Ya dentro de “la pecera”, solo pudimos darle un saludo final agitando las manos.
Raulito fue el primero de esa casa, próxima a la mía, en irse a Miami, donde residían sus tías. Hace unos años, falleció en los Estados Unidos. Jamás volví a verlo.
Esa primera despedida de una persona querida fue un drama que se repetiría en varias ocasiones.
La madre de Raulito, María Josefa Cabadilla, que yo tenía como una segunda madre, visitaba mi hogar con mucha frecuencia, y más después de fallecer su esposo. Un tiempo después de irse Raulito, también ella se fue del país.
Por entonces no se podía ir al aeropuerto. Las despedidas eran en la puerta de una residencia de El Laguito, una situación que generaba mayor angustia.
En Cuba quedó su hijo, Sergio Milián, a quien consideraba como un hermano. Sergio tardó 25 años en ir a reunirse con los suyos, acompañado por su esposa y su hija. En ese largo período tuvo un solo encuentro con su progenitora, cuando ella vino a Cuba, luego de que en 1979 permitiera el gobierno las visitas de la llamada “comunidad cubana en el exterior”.
El día de la partida de Sergio fui a su domicilio, en El Cerro, a despedirme. No fui al aeropuerto porque no quise repetir las tristes experiencias anteriores. Aun así, las lágrimas nos inundaron.
Nunca más nos encontramos. Sergio falleció hace unos meses, en un asilo de ancianos en Tampa.
Otro gran quebranto para mí fue la ida de mi tío paterno, el más querido de mis tíos. Esa vez, fui a decirle adiós acompañado de mi padre. Como no dejaban entrar al aeropuerto, el salió un momento para la despedida. Cuando regresó al interior del recinto, mi padre comenzó a llorar. Fue la única vez que lo vi llorar. Él temía que nunca más volvería a ver a su hermano, y así fue.
Otro familiar querido que vi partir fue a mi tía por línea materna Gabriela. Mis padres y yo fuimos a su domicilio, cerca del Barrio Obrero, a despedirla, pues ir hasta el aeropuerto era complicado.
Mi última experiencia en cuanto a despedidas, y la más amarga, fue cuando mi hija se marchó a Italia, para reunirse con el hombre con quien contrajo matrimonio, un italiano de Verona. Por supuesto no intenté siquiera ir al aeropuerto, para no sufrir más.
Hace 26 años que no la veo. A mi nieta, que ya cumplió 12 años, la conozco solo por fotos. Esta extensa separación se debe a que ella no cuenta con recursos económicos para venir a Cuba o invitarme a Italia, y yo carezco totalmente de ellos para hacer el viaje.
Cuando he concurrido en varias ocasiones a la Terminal # 2, por donde entran y salen los vuelos hacia los Estados Unidos, he visto grandes aglomeraciones de personas en un largo portal, que van a despedir a familiares o amigos y otros a recibir a los que vienen en visita breve, sin poder entrar al salón.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que la mayoría de cubanos han pasado por estas tristes situaciones de despedir a familiares o amigos que se van del país.
Cuando muy pocas veces he viajado en vuelos nacionales, visito el aeropuerto, o paso cerca de allí, vuelven a mi memoria esas tristes vivencias del ayer, con las innumerables vicisitudes debidas a las absurdas disposiciones del régimen comunista como venganza contra “los gusanos”, como llamaban despectivamente a los que optaron por buscar la libertad y una vida mejor en otras tierras.
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