Los represores vuelven a casa

Los represores vuelven a casa

  • Cuba
  • abril 15, 2025
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LA HABANA, Cuba. – Juana Orquídea Acanda Rodríguez, exjueza del régimen cubano y, por tanto, una pieza esencial de su aparato represivo, finalmente ha sido devuelta a Cuba por Estados Unidos. Su intento de “escurrimiento”, de “mutación” más que de “fuga” ha sido frustrado pero ella, de acuerdo con las declaraciones desde su casa en La Habana, lo ha tomado como una “experiencia”, es decir, apenas un “raspapolvos”. Y no pasa nada.

Había sido detenida en el Aeropuerto Internacional de Miami cuando, reclamada por su hijo —ciudadano estadounidense—, pretendía ingresar al país de modo fraudulento, ocultando su activa militancia en el Partido Comunista así como su extensa hoja de servicios a la dictadura, fácilmente verificable en sus redes sociales, las que olvidó borrar, así como ahora hacen todos los represores que, con este caso, han visto arder las bardas de su vecina. 

En fin, el de Juana Orquídea es otro caso más de “borrón y cuenta nueva” que esta vez quedó en el intento, pero que nos advierte de que no es una excepción sino que, a juzgar por los cientos detectados y denunciados (aunque la mayoría aún en la absoluta impunidad) se perfilan como un fenómeno que con urgencia necesita ser investigado a fondo, en tanto pudiera ocultar, más allá de una estrategia de “invasión silenciosa” de Estados Unidos por parte de los servicios de inteligencia del régimen comunista, un patrón que nos alerta sobre una mutación peligrosa de la dictadura, que estaría ejecutando una especie de “Plan B” cuando le ha fallado por completo el “Plan A”.

¿Y en qué consistía este último? Pues para nada en ese “socialismo próspero y sostenible” del que hablaba Raúl Castro para —junto con lo del “vasito de leche”— “seducirnos” antes de aplastarnos —en medio de la pandemia— con la cruel Tarea Ordenamiento, sino en la concentración absoluta de la economía en una élite de militares-empresarios como única garantía de perpetuar el castrismo por los siglos de los siglos, en tanto detentarían un poder tan descomunal que no habría fuerza opositora interna capaz de derribarlo, no sin un apoyo externo proveniente de Europa y Estados Unidos, donde el “encantamiento” del “reformismo raulista”, aunque era de puro maquillaje, tuvo cierta efectividad en gobiernos como los del Reino Unido (por acá anduvo el actual monarca), España, Francia. Mientras que en las cercanías, Obama y Biden hicieron sus guiños.

El raulismo lo tuvo casi todo para ejecutar su Plan A, incluidos los espaldarazos de Washington, de los europeos y del Vaticano, del chavismo y demás gobiernos tanto de izquierda y derecha en la región, de buena parte de los cubanoamericanos (sobre todo con intereses en las empresas de envíos a Cuba, y en la renta de habitaciones para el turismo) pero, un poco antes de la devastadora pandemia de COVID-19, llegaron las fuerzas más retrógradas del PCC, animadas más desde Moscú que de Beijing, a poner todo de cabeza, insistiendo en la idea de que una “apertura económica” para un sector privado auténtico, cuyo capital en buena parte proviene de Estados Unidos, sería sinónimo de pérdida de poder político.

Algo que no del todo es incierto, pero sucede que el raulismo jamás pretendió tal “apertura” más allá de la dosis suficiente que le sirviera como vitrina de exhibición (al final, el “sector privado” estaría conformado por los mismos militares disfrazados de emprendedores civiles), y solo lo ocurrido con la pandemia y la crisis mundial generada por el desastre, obligó al régimen a romper los planes originales en tanto se vieron en la disyuntiva de elegir entre introducir esas “distorsiones” o el fin definitivo de un castrismo que apostó por monopolizar el turismo norteamericano (y todo lo que este atraería por carambola en inversiones inmobiliarias, infraestructura, producción de bienes y servicios) y que, de pronto, se le cayó los planes.

Hoy estamos constatando eso de lo que hablo. Asistimos a lo que ocurre con esa “corrección de distorsiones” y con los miles de negocios han sido obligados a cerrar (2.681, tan solo en el más reciente “ejercicio contra la corrupción e ilegalidades”, de acuerdo con información de Granma), en el intento de retomar aquel Plan A que cada día se vuelve más imposible de ejecutar, en tanto las condiciones de hoy, en el escenario internacional, no son las mismas que cuando Obama. Y, mientras tanto, se cumplen las intenciones de Rusia (más que de China) de forzar al régimen a aceptar la “ayuda”, una vez que su trabajo de inteligencia —ataques acústicos mediante— comienza a dar resultados. 

Aquella de la época de Obama fue una oportunidad única (la de ejecutar el Plan A) que se vio frustrada no solo por el intenso trabajo desplegado al interior del castrismo por los servicios de inteligencia ruso y chino, que vieron en peligro los intereses políticos de sus respectivos gobiernos en Cuba, sino por esa fuerza de apariencia retrógrada en el seno del PCC (y nótese que digo “de apariencia”) que ha construido no solo su discurso político sobre la base del “bloqueo criminal”, de la existencia de un “enemigo externo” sino, además, el verdadero gran negocio por el cual la llamada “ortodoxia comunista” ingresa todos los años (y para su beneficio personal) cientos de millones de dólares en remesas (ya sea de modo directo o indirecto), en comercialización de servicios médicos, en donativos, en emigración ilegal (y por tanto en tráfico humano), en viajes “de trabajo” al exterior, en envío de fuerzas represivas y militares (la palabra correcta es “mercenarios”) de apoyo a gobiernos aliados como los de Venezuela, Nicaragua y Rusia, y así un sinfín de renglones mucho más lucrativos que los ofrecidos por cualquier empresa honesta, verdadera, en tanto la inversión es prácticamente cero, así como la ética de su visión. 

La realidad actual es innegable, y aquel Plan A es imposible de ejecutar, mucho menos con el actual inquilino de la Casa Blanca. Tampoco se hubiera podido desplegar tal cual con Kamala Harris, así como sucedió con Biden, por eso llevan algún tiempo —desde antes del primer mandato de Donald Trump— torciendo el timón hacia un Plan B en el cual no se renuncia por completo a los objetivos iniciales de monopolizar de modo absoluto la economía y el poder para los militares-empresarios, pero esta vez contemplando de modo bien realista la posibilidad de una estampida en masa, aunque llevando con ellos la mayor cantidad posible de dólares.

En las “altas esferas” del Gobierno cubano el cambio de planes es un secreto, pero a voces. No lo saben todos, pero sí casi todos. Dirigentes y funcionarios lo intuyen por las constantes contradicciones que definen la actual política de “corregir distorsiones” que, en buena lid, no es más que una “distorsión de lo corregido”, como bien lo definen algunos en tono de crítica o burla al interior del propio régimen —de acuerdo con fuentes consultadas por CubaNet. Lo intuyen, y por eso huyen. Unos, porque tienen la “misión” de huir, y otros porque se saben fuera de los planes de “sálvese el que pueda”.

Los ejemplos de contradicciones (y de traiciones) sobran por estos días y van más allá de los cierres de negocios “privados” (que jamás lo han sido, y en próximos trabajos explicaré por qué), y abarca ahora desde las trabas y retrocesos en la aprobación de nuevas inversiones extranjeras —que dependen del visto bueno de los expertos rusos que hoy exigen tratamiento preferencial en aquellos sectores que determinen (porque ese es el trato)— hasta el congelamiento de las cuentas en divisas a aquellas pocas empresas extranjeras que operan en Cuba y a las que habían prometido respetar, “en virtud de la confianza demostrada”.

Hoy esas promesas son letra muerta. Como lo será muy pronto ese pacto con los rusos en que los comunistas cubanos están ganando tiempo, y también dinero, pero solo el necesario para garantizar la huida y construirse un futuro fuera de Cuba (y lejos de los rusos). 

No por gusto compran aviones, y no por casualidad se resisten a tocar las cuentas millonarias que tienen en Europa, ni siquiera cuando dicen “no tener liquidez”. Tampoco por error las tarjetas en MLC van quedado sin respaldo; ni por guapetones se fueron al juicio en Londres sino porque está en juego una de las pocas cartas bajo la manga. Se trata del Plan B, sin dudas, de una operación “de evacuación”, para llamarla en términos que no hagan demasiado evidente la derrota. 

Tanto la exjueza Juana Orquídea como los exsecretarios del PCC y los demás represores descubiertos en Estados Unidos son conscientes (porque lo saben o porque lo intuyeron de los más recientes bandazos en la “construcción del socialismo”) de ese Plan B que no se les ocurrió a última hora (que ni siquiera incluye a muchos de ellos) sino que han venido elaborando desde hace años, cuando los principales del régimen, cuando sus comandantes y generales casaron a sus hijos con empresarios extranjeros, con figuras prominentes del arte y la política, o los enviaron a estudiar a Europa y posteriormente a exiliarse, a sabiendas de que podía llegar el momento de “salir echando”. 

El listado de hijitos, nietos, sobrinos y compinches viviendo en Europa y Estados Unidos (algunos incluso con empresas importantes que sirven abiertamente a la dictadura) es mucho más extenso, más difícil de rastrear, así como más dificultoso a la hora de demostrar que emigraron como parte de un plan macabro de sus padres, tíos y abuelos represores. 

Algunos de ellos serán atrapados en el intento, como Juana Orquídea, mientras otros cumplirán el objetivo de pasar inadvertidos, de camuflarse o infiltrarse en el “enemigo”, tal como sucedió con muchos de los criminales de guerra de la Alemania nazi que lograron huir y “desaparecer”, “mutar”. El éxodo masivo ha sido una operación esencialmente de camuflaje desplegada por el régimen cubano, aprovechando a su favor la distorsionada percepción que se tiene de él fuera de Cuba ―incluso en Washington―, donde muchos gobiernos han despreciado no solo la voluntad desestabilizadora de los comunistas cubanos sino, además, su capacidad de transfigurarse en aquello que les garantice la supervivencia.

La repatriación de los represores, aunque a muchos les parece un castigo, en realidad no lo es. Jamás ninguno de ellos, manteniendo a sus familiares cercanos del otro lado, regresará a la Isla para sufrir el hambre y las calamidades que padecen los cubanos “de a pie”. Retornarán y recibirán remesas que los proveerán de un nivel de vida superior a la media, reforzarán con su arrepentimiento el discurso antiestadounidense de la dictadura pero jamás se enfrentarán a ella porque han sido bien entrenados en la hipocresía y la doble moral, que es la esencia del Plan B. Lo mejor es encerrarlos bien lejos y echar la llave en lo profundo del mar.

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