
La peor pesadilla de Díaz-Canel: desobediencia y brazos cruzados
- Cuba
- octubre 13, 2025
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Díaz-Canel tiene miedo. Y tuvo más miedo a lo que descubrió en esa desobediencia que lo hizo irritar, quizás mucho más que las protestas, tan fáciles de criminalizar, de disolver.
LA HABANA.- No hay combustible para generar electricidad, tampoco para asegurar estabilidad en el transporte público pero sí lo hubo, sin limitaciones, para las decenas de ómnibus y autos que movieron a los participantes en el simulacro de “marcha por Palestina” para la que, además, fueron cerradas esas mismas calles que, según Miguel Díaz-Canel, no deben cerrar quienes protestan contra su dictadura reclamando agua, electricidad y comida.
“Es una indisciplina”, “es un delito grave”, “será castigado con severidad” porque el pretexto para la represión es que “obstruir una calle pone en riesgo servicios vitales”. Pero apenas 24 horas después de haber lanzado la amenaza contra manifestantes pacíficos (que son, fundamentalmente, madres desesperadas con sus hijos, según se aprecia en casi todas las imágenes que circulan), él mismo ordena cerrar las principales vías de acceso al centro de la ciudad, obstruyendo no solo algo tan vital como el abastecimiento de agua por pipas en zonas del Vedado que llevan meses en total sequía, sino el libre movimiento de personas por quedar atrapadas por un equipo de seguridad personal probablemente mucho más extenso y intenso que el de cualquier otro político en el mundo. Y eso también habla de gastos excesivos, e innecesarios, en un país donde supuestamente los comunistas retienen el poder por “voluntad popular”.
Niños sin poder ir a sus escuelas y guarderías (cerrados en los alrededores para obligarlos a participar en la marcha junto con sus padres), enfermos sin acceder a la asistencia médica, nula actividad laboral y comercial. Y, por tanto, cero productividad, más el cierre forzoso de los servicios consulares en las embajadas cercanas, en especial la de los Estados Unidos (como objetivo directo de la manifestación, donde una vez más fue bien explícito el apoyo del régimen cubano a terroristas como los de Hamas).
En fin, la imagen perfecta que explicaría por sí sola, a Miguel Díaz-Canel, todo eso que él mismo no logra entender o que le expliquen sus ministros cuando los informes sobre el estado de la economía llegan desbordando números negativos, cuentas en rojo y pronósticos muy reservados para el presente y el futuro mientras, por otro lado, crecen exponencialmente el descontento popular, el enojo, la desobediencia incluso al interior de las estructuras de gobierno. Pero sobre todo crecen las “deslealtades” que tanto lo han hecho enfadar y por las cuales ha pedido, casi con puñetazos en la mesa, que le vayan a rendir cuentas.
Y es que, cuando no pueden disfrazar como civiles a militares, reclutas, cadetes y “camilitos”, a represores y lacayos para que recojan “espontáneamente” la basura en las calles, así como lo hacen cual único modo de llenar sus actos políticos y “baños de pueblo”, entonces se dan de narices contra la peligrosa realidad que los rodea. Están ante una dictadura que se ha ido quedando sin apoyo de sus propias fuerzas, y que, ante la ausencia total de liderazgo, no convoca sino mediante trucos, amenazas y chantajes.
Con el sonado fracaso de su “trabajo voluntario”, cuyo objetivo principal no fue otro que trasladar el problema de la basura a quienes no les corresponde resolverlo, Díaz-Canel no solo hizo otro de sus papelazos, aumentando el rechazo popular que ya pesaba sobre él, sino que constató que su poder de convocatoria es prácticamente inexistente incluso entre sus “cuadros políticos”. Además, los pocos que aún muestran algún grado de obediencia son, a su vez, incapaces de hacerse obedecer, o de ser temidos por ese pueblo que, abandonado a su suerte, enfocado en sobrevivir a la vida de perros al que ha sido condenado en virtud de la interminable construcción del socialismo, tiene cosas más importantes que hacer, que no esa de recoger la basura para que el turista o el militar no se ensucien las ropas, aquel al pasear y este al reprimir.
(O peor aún, para que buena parte del dinero y los recursos que reciben de fuentes externas para el saneamiento de la ciudad, como donativos y ayudas de programas internacionales en los que Cuba participa como país en vías de desarrollo, o por “solidaridad” debido a los “efectos del bloqueo”, termine siendo usado o escondido allí donde nadie rinde cuentas ni es auditado en nombre de la “seguridad nacional” y el “bien común”, de la “confianza ciega en la revolución”).
De las explicaciones ofrecidas —en una cuarta reunión sobre el “tema basura”— por quienes debieron garantizar que los trabajadores fueran movilizados en su día de descanso, sin retribución alguna y solo porque se les antojaba joderles el fin de semana con algo más que con apagones, aún no se ha dicho nada en los medios oficiales.
A pesar de que, según información de fuentes que asistieron a esa rendición de cuentas convocada a puñetazos y lloriqueos, sí se dijo y bastante alto y claro en la reunión a puertas cerradas, donde más de uno casi gritó lo que Díaz-Canel no quería escuchar ni en voz baja: que los trabajadores se negaron a asistir; que incluso muchos directivos estatales estuvieron de acuerdo con la decisión, que la apoyaron y la apoyan por considerarla injusta, abusiva; que no entendían cómo llevaban más de una semana sin combustible y como consecuencia sin producción (ni exportación) en sus empresas pero de pronto aparecía una “reserva para garantizar el éxito de la tarea convocada”.
Se dijo, además, que en esos consejos populares en Plaza, La Lisa y 10 de Octubre — señalados por Díaz-Canel, porque absolutamente nadie salió de sus casas— donde llevaban meses exigiendo pacíficamente agua y luz, pedirles que recogieran ellos mismos la basura, sin antes satisfacer sus demandas, ya hubiera sido suficiente para un legítimo estallido de violencia.
Sí, se habló de estallidos en esa reunión silenciada, y hasta de lo justificados que estarían, así como de lo poco probable que hubiera una respuesta represiva porque el desencanto es prácticamente general, y son cada día más los policías que se niegan a cumplir otra “orden de combate”, así como demasiados los que solicitan con urgencia la baja, previendo lo que estaría a punto de pasar de continuar las cosas como están, de mal en peor.
Porque el enojo creciente no se trata de que, como dijo hace poco el imbécil de “Con Filo”, restando legitimidad a quienes protestan por los apagones, que la gente “se deja llevar por cantos de sirena” de los “odiadores” y “enemigos” en las redes sociales sino de que el régimen y los voceros que le hacen el juego sean totalmente sordos a los gritos de desesperación de un pueblo abusado, desatendido, ignorado.
Díaz-Canel tiene miedo. Y tuvo más miedo a lo que descubrió en esa desobediencia que lo hizo irritar, quizás mucho más que las protestas, tan fáciles de criminalizar, de disolver. Él, para obligar, tiene como armas el miedo a la represión; nosotros, para acabar de una vez y por todas con la dictadura, ahora sabemos que no necesitamos ni siquiera salir a las calles, porque tenemos a nuestro favor la desobediencia que los desarma, los brazos cruzados. Y nuestra libertad definitiva solo será cuestión de días.
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