
Ferrer: «El rol que deben asumir los militares cubanos: ponerse del lado de la gente»
- Cuba
- octubre 16, 2025
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En entrevista con Cubanet, el líder opositor llama a la unidad y la organización ciudadana para enfrentar al régimen cubano y preparar una transición democrática.
MIAMI, Estados Unidos.- Tras más de 30 años de oposición frontal al régimen cubano, José Daniel Ferrer —fundador de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) y uno de los 75 prisioneros de conciencia de la Primavera Negra de 2003— ha llegado finalmente al exilio junto a su esposa, la doctora Nelva Ismarays Ortega.
Ferrer ha pasado buena parte de su vida entre rejas, sometido a golpizas, aislamiento y campañas de difamación. Se ha perdido muchos años en la vida de sus hijos, pero nunca ha abandonado la lucha por una Cuba democrática. Su esposa, médica y activista, también fue víctima de la represión: sufrió detenciones arbitrarias, golpes, vigilancia constante y censura profesional por acompañar a su marido en la defensa de los derechos humanos.
Ambos llegan a Estados Unidos tras años de persecución, dejando atrás su hogar en Santiago de Cuba a donde sueñan volver. En esta entrevista que concedieron a Cubanet, es una de las pocas veces que se le ha visto a Ferrer llorar ante una cámara.
—¿Cómo te imaginas el final del castrismo? ¿El pueblo en la calle, los militares tomando el poder, una salida pactada?
Dada la situación actual del país, es difícil aventurarse a predecir cómo terminará la dictadura. Puede acabar de muchas maneras, o por una mezcla de factores. Mientras más elementos confluyan —la voluntad del pueblo, el papel de la oposición, la actitud de los militares y policías— más probable será que el cambio ocurra, y que sea menos traumático para la nación.
Los militares y policías deben comprender que también son víctimas del sistema. Aunque el régimen los utiliza, ellos también sufren la miseria, los apagones, el miedo a expresarse y la represión. Viven sin dignidad, en medio de una opresión absoluta. Por eso, deben jugar un papel importante en el momento en que el pueblo decida conquistar su libertad.
Recuerdo el caso de los militares rusos en 1991, cuando durante el intento de golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov se negaron a reprimir al pueblo. Ese es el rol que deben asumir los militares cubanos: ponerse del lado de la gente, porque también son parte del pueblo, porque tienen madres, hermanos, hijos que sufren la misma situación.
Mientras más sectores sociales coincidan en que el cambio no solo es inevitable, sino urgente, menos convulsa será la transición. Nuestro pueblo no merece una guerra civil ni un derramamiento de sangre entre cubanos. Los únicos interesados en mantener el sistema actual son el pequeño grupo en el poder, la cúpula que se ha adueñado del país: los Castro, los Díaz-Canel y sus ministros. El resto del pueblo sufre igual.
Me imagino una transición pacífica, parecida a la de los checos, salvando las diferencias culturales y geográficas. Pero hay que estar muy atentos, dentro y fuera de Cuba, porque el régimen ya demostró el 11 de julio de 2021 (11J) hasta dónde es capaz de llegar. La represión fue brutal, con miles de detenidos y varios han muerto en prisión. Si el pueblo vuelve a salir a las calles, el nivel de violencia podría ser incluso peor, como ocurrió en Rumanía con la caída de Ceaușescu.
Por eso, tanto los cubanos del exilio como la comunidad internacional —Estados Unidos, la Unión Europea y otros países— deben estar muy atentos y preparados para apoyar al pueblo cubano cuando llegue ese momento.
—¿Qué debe hacer hoy el pueblo cubano para conquistar la libertad?
Hay mucho trabajo por hacer. El 11 de julio demostró el coraje del pueblo, pero también la necesidad de organización. Cuando salí a unirme a las protestas en Santiago de Cuba, tenía dos ideas claras: o el régimen caía en los días siguientes, o me encarcelaban por muchos años. Y ocurrió lo segundo. Centenares de activistas presos, mucha violencia, hambre, tortura y humillaciones.
La lección es que las manifestaciones deben ser organizadas, estructuradas y sostenidas. Si surgen espontáneamente, deben tener mecanismos de coordinación y respaldo, dentro y fuera del país, para que no se extingan al primer día. Hay que trabajar en crear confianza, en establecer vínculos sólidos entre los activistas, para que quien salga a la calle no tema ser abandonado.
Uno de los mayores temores del cubano es quedarse solo, morir en prisión sin apoyo, que su familia pase hambre o quede desamparada. Y la Seguridad del Estado se aprovecha de ese miedo, lo amplifica, lo usa para paralizar al pueblo. Por eso debemos construir una red de solidaridad real, para romper esa parálisis.
Hay que organizarnos según nuestras propias condiciones, como hicieron en su momento los movimientos de resistencia pacífica en otros países. No se trata de copiar, sino de adaptar experiencias como la de Solidaridad en Polonia o el Congreso Nacional Indio en su lucha no violenta.
Debemos unificarnos, o al menos coordinarnos lo más posible, y ser eficientes en nuestras funciones. En una operación médica no solo trabaja el cirujano: hay anestesistas, enfermeros, asistentes. Si uno falla, el paciente puede morir. En la lucha por la libertad ocurre igual: cada quien tiene un papel, y si alguno no lo cumple, todo el esfuerzo puede fracasar.
Por eso, repito, hay que trabajar con disciplina, cohesión y confianza. Solo así lograremos democratizar a Cuba y poner fin, de una vez por todas, a esta larga noche de opresión.
—¿Cuál fue el momento más difícil en tu presidio político?
Mira, yo te diría que el momento más difícil, que es casi permanente, ocurre durante todo el tiempo de confinamiento, cuando no tienes información de tu familia. Ese es el momento más duro, más difícil que los golpes, las torturas, que te partan un hueso o te saquen una muela a patadas. Es más doloroso no saber cómo está tu hijo, o cuando la policía política difunde un rumor —a veces falso— de que tu hijo está hospitalizado, que tiene una insuficiencia renal grave, y luego descubres que no era así. No poder confirmar si es cierto o falso, si realmente está ingresado, cuál es su situación, qué enfrenta tu esposa o tu familia… eso duele más que cualquier castigo físico.
Uno se pregunta: “¿Estará viva mi madre?”. Mi madre, de 81 años, vive en la Florida. Pasan meses sin saber de ella, sin poder recibir una sola noticia. Eso produce un dolor que no sé describir con suficiente objetividad.
—Nelva, ese sufrimiento familiar lo has vivido por años, ¿dejó secuelas en ti?
Sí, deja muchas secuelas. No solo en mí, sino en cualquier familiar de un preso, sobre todo de los presos políticos, aunque también afecta a los presos comunes. Se trata de un trastorno de estrés postraumático que se manifiesta en todos los miembros de la familia, especialmente en los niños.
Había momentos muy difíciles en las visitas. A veces no querían que nuestros hijos estuvieran presentes. En una ocasión nos dieron la visita de noche, sin iluminación. Apenas podíamos vernos a la cara. Nos decían desde la mañana que nos reunirían, pero lo dilataban. Cuando finalmente nos dejaban vernos, el momento era muy emotivo, pero la despedida era desgarradora y tener que dejarlo allí era horrible.
Sabía que, si para nosotros era duro, para él debía ser aún peor. Los niños también sufrían esa mezcla de emoción y dolor. No entendían por qué su padre tenía que quedarse allí, si era una persona buena, si ayudaba a los demás, si decía la verdad. Para ellos era un héroe, y explicarles por qué estaba preso era una tarea muy difícil.
En el caso de nuestro hijo Daniel José, que ahora tiene seis años, desde muy pequeño tuvimos que explicarle las cosas de forma adaptada a su edad, pero sin ocultarle la verdad. Era muy duro no dejar que me viera llorar. Esperaba a que se durmiera para encerrarme en un cuarto, orar y desahogarme.

—¿Hubo momentos en que temieron por la vida de José Daniel?
Ferrer: Sí, en varias ocasiones. Una vez, en marzo de 2024, murió un preso común en la prisión, algo que ocurre con frecuencia por tuberculosis, desnutrición, negligencia médica o golpizas. Poco después, circuló la versión de que el muerto era José Daniel. Fue terrible para la familia, tanto en Cuba como en el extranjero. Mi madre y mis hermanos pasaron horas de angustia.
Nelva: Al día siguiente me permitieron verlo apenas tres minutos, solo para que confirmaran que estaba vivo. Hubo muchas situaciones similares. Llegaban notas con información falsa, diciendo que estaba en huelga de hambre o que había sido brutalmente golpeado. Todo formaba parte de las estrategias de la Seguridad del Estado para crear incertidumbre, impedirnos dormir o descansar. Aprovechaban esos momentos para detenernos, impedirnos pasar por los puntos de control o amenazarnos con quitarnos al niño.
Me decían que si él volvía a prisión, lo llevarían a Pinar del Río o a la Isla de la Juventud. Me amenazaban con encarcelarme y que a nuestro hijo lo internarían en una casa para menores sin amparo filial. En una ocasión me lo arrebataron y lo subieron a una patrulla, hasta que una amiga, Fátima, logró recuperarlo. Todo eso deja una huella profunda. Son eventos que quedan grabados en el subconsciente y que uno no logra borrar, sobre todo en los niños.
Recuerdo que al llegar a Miami, Danielito estaba asustado al ver la policía en el aeropuerto. Me preguntó: “Mamá, ¿esos son buenos o malos?”. Cada vez que veía un carro patrulla pensaba que nos iban a detener. Me decía: “¿Por qué hay gente tan mala? Si solo queremos ayudar”. Desde bebé ha sufrido esto, incluso durante el embarazo, y ha estado expuesto a situaciones de extremo calor, encierro y miedo.
Esos eventos traumáticos no solo destruyen emocionalmente, sino que también afectan el sistema inmunológico. Son heridas invisibles que permanecen toda la vida. No hace falta una agresión física para sentirlo en la piel. El sufrimiento emocional puede ser igual o más devastador que un golpe.

—¿Hay momentos que recuerda especialmente por su carga emocional?
Nelva: Sí. Uno de los más significativos fue el cumpleaños de Anita. Cumplía 11 años y por primera vez pudo celebrarlo con su padre. Estábamos conscientes de que debíamos registrar ese momento, tomar fotos, porque era algo que tal vez no se repetiría. Pero cuando más felices estábamos, abrazados, se acabó el cumpleaños abruptamente.
Fue muy doloroso ver cómo ella preguntaba: “¿Por qué no podemos quedarnos un poco más? ¿Por qué si es mi cumpleaños me lo arrebatan tan rápido?”. Son momentos más duros que una golpiza. Y eso lo viven todas las familias de presos políticos, personas que no han cometido delitos, que son encarceladas por motivos de conciencia.
—En su caso, Ferrer, ¿ha sentido odio o deseos de venganza hacia los responsables?
No, no siento odio ni deseo de venganza. Lo que quiero es justicia, por una cuestión de principios cristianos y también de pragmatismo político. No quiero arrinconar a quienes sostienen el régimen al punto de que crean que, si llega la transición democrática, su vida será peor. Necesitamos que comprendan que si ayudan al cambio, pueden redimirse.
Como decía un antiguo proverbio: “No puedes arrinconar a tu enemigo al punto de dejarlo sin salida, porque puede volverse un tigre feroz”. A los que me han golpeado o torturado, les decía: “Gánense el perdón antes de que caiga la tiranía. Si no lo hacen, serán juzgados con justicia, y cumplirán condena”.
Y no hablo de una prisión como las nuestras, sino de una donde se respete la dignidad y la integridad física. Pero deberán pagar por lo que hicieron. Cuando Cuba sea libre y el país se reconstruya, ellos deberán rendir cuentas. Aún están a tiempo de redimirse y poder contar algo digno a sus hijos.
—¿Cómo valora la respuesta internacional frente a lo que ocurre en Cuba?
Creo que en la medida en que se fortalece el activismo dentro y fuera del país, el régimen se vuelve más violento, más represivo. Es la tercera ley de Newton: a cada acción, una reacción igual o mayor. Por eso esperamos que la comunidad internacional, y especialmente la administración estadounidense, aumente las medidas de presión contra la tiranía y apoye al pueblo cubano.
Es fundamental romper el control del régimen sobre las comunicaciones. Hoy la tecnología lo permite. Si el pueblo cubano pudiera conectarse libremente a internet —aunque el régimen corte la red durante las protestas—, el mundo podría ver en tiempo real lo que sucede.
También es necesario que los aliados de Estados Unidos, como la Unión Europea, actúen con coherencia. Muchos de esos países exigen más apoyo a Ucrania frente a la invasión rusa, pero a la vez votan cada año a favor de resoluciones impulsadas por la tiranía cubana en la ONU. Esa es una gran contradicción moral y política.
Esa resolución culpa al embargo de todos los males, cuando en realidad el principal responsable de la miseria y la represión en Cuba es el propio régimen. Apoyar esa narrativa es políticamente torpe y moralmente injustificable.
Parece que los políticos europeos no se han detenido a mirar los noticieros cubanos, ni a estudiar lo que se enseña en las escuelas sobre sus países. No saben que el régimen cubano difunde propaganda antioccidental, defiende a Putin y justifica la invasión a Ucrania bajo el pretexto de “desnazificar” ese país.
Nada más parecido al nazismo que el comunismo. Y quien hoy representa una mezcla moderna de Hitler y Stalin es Vladimir Putin. Sin embargo, la Unión Europea mantiene una actitud complaciente, casi cómplice, sin darse cuenta de que ese régimen es más enemigo suyo que de nosotros los cubanos.

—Si mañana Cuba despertara libre, ¿qué sería lo primero que haría José Daniel Ferrer?
Si no hay vuelos, regresaré en lancha. Quizás no llevemos al niño, para no exponerlo, pero mi esposa y yo volveremos. Ella misma me lo ha dicho muchas veces. Pero te seré sincero: quiero regresar antes de eso, con una estructura fuerte y efectiva, para ayudar a poner fin a la dictadura desde las calles de La Habana o de Santiago de Cuba.
Sé que eso puede implicar volver a prisión durante unos meses, pero iré sonriente, aunque me golpeen o torturen, porque sé que a la tiranía le quedan los días contados.
—En cuanto a la unidad, ¿qué está dispuesto a aceptar para lograr una verdadera unión entre los opositores?
Cuando empezamos a estructurar un movimiento de unidad para hacer más efectiva la lucha, renuncié de inmediato a la dirección de la UNPACU. Llegamos a un consenso y se nombró como líder a Félix Navarro Rodríguez, mi hermano, que hoy está siendo torturado en prisión junto a su hija Saily Navarro y más de mil presos políticos.
Unos sufren más que otros, porque mientras más firme y vertical eres, más te ataca la tiranía, más te hostiga y más intenta destruirte. Por eso, mi reconocimiento y admiración hacia esos hermanos, y hacia todos los que luchan cada día por su libertad. Ese es el primer deber de todo cubano patriota.
Yo estoy dispuesto a todo si logramos una unidad efectiva, real, no solo de palabras. Porque podemos decir que estamos unidos, pero si a la hora de actuar nadie cumple su rol, esa unidad no sirve de nada. La unidad debe ser para conseguir efectividad, para generar la mayor sinergia posible.
Si eso se logra, yo me sumo como un soldado más a ese bloque o coalición, y apoyo que la dirección la asuma el equipo más capaz, el cubano más comprometido, más inteligente y con mayor dedicación a la causa. He visto campesinos que trabajan 16 horas al día, pero siguen en la miseria porque no son efectivos. En cambio, aquí en Estados Unidos, un solo granjero con su familia produce toneladas de alimentos, incluso para Cuba.
Lo que demuestra que el “bloqueo” es una farsa del régimen; muchos productos, alimentos y medicinas van de aquí hacia allá. Por eso digo: benditos Estados Unidos y los cubanos exiliados, porque sin ellos la mayoría del pueblo cubano estaría pasando aún más hambre y enfermedades.
Yo estoy a disposición de lo que se decida democráticamente y con sentido común. Pero no puedo aceptar que quien dirija la “unidad” no sepa de lo que habla. No se puede pretender ganar la Serie Mundial de Béisbol si el entrenador solo sabe de fútbol. Hay que saber de lo que se está haciendo, quién juega en cada posición, quién es bueno en qué, y usar bien los recursos.
Hay personas que se aprovechan de causas nobles, igual que lo advirtió Máximo Gómez. Y eso pasa en Cuba, en el exilio y en cualquier lucha por la libertad. Algunos dicen que lo que falta es dinero, y es cierto, pero el dinero solo sirve si hay estrategia, liderazgo y efectividad.
Durante años, cuando alguien se me acercaba y decía: “Quiero unirme a tu organización”, yo le preguntaba: “¿Qué sabes hacer bien?”. Porque no todos sirven para lo mismo. Hay quienes son buenos en la cocina, otros para escribir, otros para manifestarse en la calle o hacer fotografía. Lo importante es ubicar a cada quien donde pueda ser más útil y esté más seguro.
También pregunto si cuentan con el apoyo de su familia. Si no lo tienen, les digo que primero deben ganarlo, porque cuando caigan presos, su familia será su vínculo con el mundo. Si no son capaces de convencer a sus seres más cercanos, difícilmente podrán convencer a otros.
Yo pasé por organizaciones donde la desconfianza era tal, que todo era “no se puede”. Esa mentalidad frena, desmotiva. Desde los años 90 he visto cómo el miedo y la falta de visión destruyen cualquier esfuerzo de cambio.
En el movimiento también aprendimos a tratar con infiltrados. Hubo casos en los que logramos que agentes enviados por la Seguridad del Estado se dieran cuenta de que estaban del lado equivocado y terminaran colaborando con nosotros.
Esas son estrategias del régimen para desgastar a los activistas, para que el cansancio y la desconfianza destruyan la efectividad del movimiento.
Aun así, seguimos. Porque la causa es justa. No se trata solo de resistir, sino de organizarnos con inteligencia, con fe en la libertad y con respeto por el esfuerzo de cada cubano que quiere una patria democrática.
—¿Cómo se visualiza José Daniel Ferrer a sí mismo ahora? ¿Participando en la política, desde la sociedad civil o en la vida privada?
Voy a intentar hacer carrera política, pero la política, como toda empresa, es muy complicada y en democracia nunca se sabe lo que puede pasar. Puede que no obtenga el apoyo necesario para llevar adelante mi proyecto o el de muchos cubanos que coincidimos en lo que debe ser mejor para Cuba.
Si eso ocurriera, si me viera incapacitado de impulsar ese proyecto, apoyaría con entusiasmo al candidato que sí cuente con respaldo popular. Sería su colaborador y, mientras tanto, buscaría el sustento de mi familia de forma honesta, tal vez con un pequeño negocio o empresa familiar. Tengo cierta experiencia en eso. De hecho, de manera clandestina, mi hermano Luis Enrique y yo llegamos a tener una cooperativa pesquera que producía más pescado y ayudaba a más familias que la propia empresa estatal. Todo esto lo hacíamos desde 1991, pese a la persecución policial y política.
Así que probablemente emprendería algún negocio propio o asociado a personas con más capital y experiencia. Aunque también podría sumarme al trabajo periodístico. Quién sabe, tal vez termine colaborando con CubaNet, como reportero o camarógrafo, porque el periodismo siempre me ha apasionado y CubaNet tendrá un gran rol en la Cuba futura.
En la UNPACU practicamos un periodismo quizás rudimentario, pero comprometido. Reportábamos lo que ocurría en todo el país, desde Pinar del Río hasta Guantánamo. Difundíamos videos de la realidad cubana y de nuestras comunidades, y también impulsamos la campaña Cuba Decide. Con el equipo de Santiago de Cuba llenamos el país de pegatinas desde el faro de Maisí hasta casi Sandino, en el extremo occidental. Las colocamos en carreteras, señales de tránsito y vallas propagandísticas del régimen. Eran tantas que no alcanzábamos a grabarlas todas.
Siempre he tratado de dar el ejemplo. Nunca pedí a nadie hacer algo que yo no estuviera dispuesto a hacer antes. Si pedía poner un grafiti, mostraba un video mío poniéndolo la noche anterior. Lo hacíamos no solo en Santiago, sino en toda la región oriental: Granma, Contramaestre, Dos Ríos… incluso allí, en el monumento a Martí, tuvimos una experiencia muy particular.
Una vez el guardia del sitio no quería dejarnos entrar por no ser horario de visita. Le regalé una botella de ron y le pedí que fuera a comprar algo de comer para poder quedarnos solos un momento. Sabíamos que si daba el discurso que tenía preparado, me iban a quitar el teléfono antes de llegar a Bayamo. Fue una situación tensa, sobre todo porque mi hijo Daniel estaba muy inquieto ese día.
—Nelva, ¿cómo es tu esposo?
José Daniel es único en su especie. Buen hijo, padre, patriota. Es un ejemplo para todos. Es también mi psiquiatra y tengo la dicha de tenerlo a mi lado. He recibido dos grandes regalos de Dios: nuestro hijo, que siempre va primero, y él, un esposo y padre magnífico. En casa es como un niño más cuando está con los hijos.
—¿Ferrer, y qué es para ti Nelva?
Ella es mi compañera, mi amiga, mi hermana… la adoro, es mi vida. He tenido mucha suerte con mi familia y con mis parejas, incluidas las madres de mis hijos mayores.
Ella es médico especialista en medicina general integral, y cuando nos conocimos quería especializarse en oftalmología. Yo suelo bromearle y decirle que necesita un buen oculista, porque me ve mejor de lo que realmente soy. Ojalá yo fuera como ella me describe, pero sé que ella sí es como yo la veo.
Y claro, ya sé que ahora van a decir en el noticiero que le lavé el cerebro, como tantas veces ha repetido la policía política. Pero yo siempre les digo: si alguien necesita que le “laven el cerebro”, es porque ustedes se lo ensuciaron primero.
***Esta entrevista se realizó en colaboración con la Fundación Cubano Americana
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