
Encuestas, purgas y propaganda: la decadencia estructural del sandinismo
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- octubre 17, 2025
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Según una encuesta pagada por la propia dictadura (MR Consultores), un 87.8% de los nicaragüenses “aprueba” la gestión de Daniel Ortega y un 83.6% “valora positivamente” a Rosario Murillo. Nadie con un mínimo de sentido crítico puede creer semejante farsa. Estas cifras no reflejan respaldo popular, sino el miedo y el control de un régimen que necesita fabricar legitimidad para sostener su mentira. Es el reflejo de un poder que ya no convence, pero que intenta sobrevivir a base de propaganda.
Murillo no busca legitimarse ante el pueblo que la repudia abiertamente, sino ante dos frentes estratégicos: la comunidad internacional y sus propias filas adoctrinadas. Hacia afuera, intenta proyectar estabilidad frente a los regímenes autoritarios que hoy conforman una red de intereses comunes en torno al narcotráfico, la corrupción y el crimen político organizado. Hacia adentro, procura mantener la ilusión de fortaleza ante un aparato partidario desgastado, donde crecen la desconfianza, las fracturas y el miedo.
Las purgas internas impulsadas por Murillo dentro del FSLN confirman la decadencia de una estructura que ya solo se sostiene por la represión. En su afán de control absoluto, ha desplazado y castigado a antiguos operadores, cuadros históricos y militantes que en su momento fueron cómplices activos de la represión. Hoy, esa misma maquinaria los devora. No son víctimas: son efectos colaterales del sistema autoritario que ayudaron a consolidar. El sandinismo siempre fue eso: un proyecto de dominación que usa y descarta personas según la conveniencia del poder.
Rosario Murillo no concibe el poder como una función pública, sino como una propiedad familiar. Por eso impulsa una sucesión hereditaria, eliminando cualquier figura que se perciba como obstáculo, incluyendo a quienes un día fueron leales o incluso a sus propios hijos. En su esquema, la obediencia vale más que la afinidad ideológica, y la sumisión pesa más que la militancia. Su prioridad no es la estabilidad del país ni la del partido, sino su propio control personal sobre todos y todo.
El FSLN atraviesa una decadencia moral y política irreversible, consecuencia natural de su historia. No se trata de una crisis reciente, sino del resultado de décadas de corrupción, manipulación y violencia institucionalizada. Desde su origen, el sandinismo fue un movimiento que confundió revolución con poder absoluto, justicia con venganza, y pueblo con sometimiento. Lo que hoy vemos no es el final de una etapa, sino la expresión más clara de su verdadera naturaleza: una agrupación terrorista que destruyó la República, persiguió la disidencia y convirtió el Estado en instrumento de represión.
Las encuestas falsas, las purgas internas y la retórica mesiánica solo evidencian el miedo del régimen. Nicaragua sufre el exilio más grande de su historia, la pobreza se profundiza y la ciudadanía vive bajo vigilancia constante, mientras el régimen intenta sostener su fachada. Pero el país no olvida. Abril de 2018 sigue siendo la herida moral que ningún discurso puede borrar. Allí quedó al descubierto la esencia del sandinismo: el desprecio por la vida, la libertad y la verdad.
El problema de Nicaragua no se llama solo Ortega o Murillo; se llama Frente Sandinista de Liberación Nacional, una organización que desde sus raíces usó el terror, la manipulación y la violencia como instrumentos de control político. Su decadencia actual no es una coincidencia: es la consecuencia histórica de su propio accionar. Ninguna encuesta puede revertir el rechazo profundo de un pueblo que aprendió, con dolor, que no hay redención posible dentro del sandinismo.
Enrique Martínez es un líder juvenil y político liberal nicaragüense, miembro de Avanza Nicaragua, comprometido con la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos.