
Elvis: la perdurabilidad de un mito
- Cuba
- agosto 16, 2025
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Los comisarios culturales castristas veían en Elvis la encarnación del mal, “la decadente y deformante música del enemigo imperialista”.
LA HABANA, Cuba – Cada 16 de agosto, millares de personas (se calcula que entre 400.000 y 700.000) acuden a Graceland, la mansión de Elvis Presley en Memphis, Tennessee, para conmemorar la muerte, en 1977, del Rey del Rock and Roll.
Hace 8 años, el 15 de agosto de 2017, fui uno de los millares de fans que, en las afueras de Graceland, en medio de un mar de flores y velas, participaron en la vigilia que conmemoró los 40 años de la muerte de Elvis.
Aprovechando mi estancia en los Estados Unidos, con un amigo de mi juventud, pudimos cumplir nuestro viejo sueño de rodar por el Sur, por Alabama, Louisiana, Mississippi, Tennessee, recorriendo la ruta del rock y los blues. Y nuestro peregrinaje culminó en Graceland, porque si hay una meca del rock and roll no puede ser otra que la casa de Elvis.
Rodeado de un mar de velas y flores, apretujado por hombres y mujeres tan emocionados que no podían contener las lágrimas, se sumaron nuestras voces a la de Elvis cuando se le escuchó, cantando como solo él podía hacerlo, cual si viniera desde el mismísimo cielo, “The wonder of you” y “I can’t help falling in love”.
Vinieron de todas partes del mundo. Muchos llegaron desde el mediodía y esperaron durante horas, bajo el sol del verano de Memphis, el inicio de la ceremonia, a las 8:30 PM. Pero valió la pena la espera: los fans no podíamos fallarle al Rey en tan redondo aniversario.

Hay mucho que agradecerle a Elvis. No habrá inventado el rock and roll, no tocaría la guitarra mejor que Chuck Berry, pero si no hubiera sido por canciones como “It’s alrigth, Hound dog” y “Heartbreak Hotel”, y aquel meneo que escandalizó a todos los pesados, pacatos y aguafiestas habituales, tanto de la Norteamérica conservadora como de la Cuba regida por Fidel Castro, la música y nuestras vidas, hubieran sido muy grises, uniformes y aburridas.
No concibo cómo habría sido si no hubiesen existido primero Elvis, Chuck Berry, y Little Richard y luego, los Beatles, los Rolling Stones y Dylan. Pero puedo hacerme una idea bastante exacta, porque los mandamases comunistas que rigen en mi país como si fuera un campamento, empeñados en preservar nuestra pureza ideológica, durante la década de 1960 y gran parte de la de 1970, hicieron todo lo que pudieron por privarnos de su música a los cubanos y hacernos la vida imposible a los que nos negamos a renunciar al rock.
Los comisarios culturales castristas veían en Elvis la encarnación del mal, la quintaesencia de “la decadente y deformante música del enemigo imperialista”. Uno de ellos, el escritor Lisandro Otero, llegó a calificar al rock como “música para palurdos”, “aberrante deformación de las formas musicales”, y a Elvis Presley lo describía como “un aluvión de mal gusto” y “el apogeo de la más grosera chabacanería”
El propio Fidel Castro, allá por 1963 (cuando ya Elvis había hecho su regreso triunfal del servicio militar y cantaba baladas románticas) inventó el término “actitudes elvispreslianas’, para advertir a los jóvenes de todo lo malo que les esperaba si no se cortaban el tupé, se olvidaban del rock y los pantalones estrechos, y se consagraban, como vírgenes vestales, a servir al régimen en cuanto se les ordenara.
Pasado un tiempo – luego de que el furor de Elvis fuese sustituido por el de los Beatles, que también fueron prohibidos en Cuba, y de que Elvis hubiese vuelto en 1968, cuando parecía haber pasado de moda, cantando como Dios en un especial de TV – a los de mi generación ya no nos llamaban “elvispreslianos”, pero seguía el hostigamiento. En vez del tupé, eran nuestras melenas las que les molestaban a los mandamases, tanto o más que a nuestros padres y profesores, y nos hacían un objetivo a castigar por las hordas de la corrección ideológica.
Si me he referido a Fidel Castro y sus comisarios es porque me confirman que los que han atacado a Elvis y a la música rock, y la han prohibido por considerarla dañina, son, en el mejor de los casos, gente amargada, retorcida y frustrada. Me imagino cuanto les mortificaría ver la multitud en Graceland sin ser convocada por una iglesia o un partido único.
En la vigilia en Graceland a la que asistí, había gente de todas las edades, pero la mayoría eran ancianos, muchos con bastones y en sillas de rueda. Siguen fieles a Elvis y lo seguirán siendo hasta el último aliento. Le agradecen su música, que los hizo más libres y desinhibidos. Puedo imaginarlos como pepillas y pepillos, bailando Jailhouse Rock y enamorándose, arrullados por “Love me tender” o “Are you lonesome tonight?”.
Vi ofrendas en la tumba de Elvis tan sencillas e ingenuas que parecerían patéticas sino fuera por las historias tan lindas que hay tras ellas. Como la de una mujer cuarentona, acompañada de su hijo adolescente, que ponía velas a Elvis y que me explicó que lo hacía en recuerdo de Davis, su padre, un amante del rock and roll que estaba reuniendo el dinero para venir a Graceland a la vigilia, pero no pudo hacerlo, porque falleció hace unos meses.
Con personas como ella debían conversar esos que no aciertan a explicarse la perdurabilidad del mito de Elvis, los que consideran que es como cualquier otro ídolo pop, los que dicen que Graceland es solo un parque temático más, una cuestión de negocios…
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