
El vano esfuerzo de fingir empatía
- Cuba
- julio 2, 2025
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Cuando colocan a algunos actores frente a una crisis de la cual no se sienten parte, la empatía se convierte en un esfuerzo tremendo.
LA HABANA, Cuba.- En los últimos tiempos se ha vuelto frecuente que artistas cubanos muy conocidos generen polémica por su neutralidad política o su tibieza a la hora de tomar partido cuando se trata de Cuba. El caso más sonado, hasta el momento, ha sido el de la actriz Ana de Armas, cuya meteórica carrera en la meca del cine mundial debería servir, según el parecer de unos cuantos, para visibilizar la crisis del pueblo cubano, sometido a una dictadura por más de sesenta años.
La actriz dejó clara su posición cuando se exhibió en España, acaramelada, con Manuel Anido Cuesta, hijastro del gobernante Miguel Díaz-Canel. Los cubanos, después de gritarle horrores, la dejaron por incorregible. A Hollywood no le gusta la política a menos que coincida con su agenda, y a Ana de Armas solo le interesa la Cuba de las altas esferas, que puede reportarle algún beneficio.
Otro caso que rodó bastante en redes fue el de Tahimí Alvariño, quien prestó su luminosa sonrisa para una valla promocional de Katapulk, el negocio de Hugo Cancio (amigo de Díaz-Canel) que lucra con las penurias del pueblo cubano y la constante preocupación de los emigrados por el hambre que padecen los suyos aquí dentro. El escándalo alcanzó tal magnitud que la valla fue retirada. Los cubanos ofendidos se calmaron, pero la hija de Coralita se quemó ante un segmento de la opinión pública.
El tema Cuba es una papa caliente con la cual todos los artistas del patio que ponen un pie en Miami hacen malabares; algunos con gracia, como Irela Bravo, otros con un distanciamiento prudente (Camila Arteche) o con sorpresiva enajenación (Aly Sánchez), y otros con egocéntrico optimismo. Tal es el caso del actor Alejandro Cuervo, cuya entrevista con el influencer Destino Tolk casi llegó a buen puerto, pero la mención de la planta eléctrica que “no compró por pena con sus vecinos” redondeó la nota de escepticismo que iba creciendo conforme avanzaba la conversación, porque Cuervo habló de emprendimiento y prosperidad en Cuba como si fuera una meta al alcance de todos los que se parten el lomo a lo largo de sus vidas sin llegar a ver jamás una recompensa parecida.
El actor, cuya capacidad de trabajo, talento para los negocios y visión empresarial no están sujetos a discusión, dejó fuera ciertas variables que, además del esfuerzo constante, lo ayudaron a alcanzar todo lo que se propuso. En primer lugar, él estaba dentro de la Revolución, un detalle que nada tiene que ver con agitar la banderita y gritar consignas; basta con que estés callado, porque para esa Revolución hoy la neutralidad es tan útil –o más– que el apoyo declarado abiertamente.

Y no solo dentro de la Revolución, sino del ICRT, donde mismo les hicieron la vida imposible a los actores de Vivir del Cuento, hasta que se fueron todos. Alejandro Cuervo es un tipo joven, blanco, carismático, un rostro de telenovela, de horario estelar, que Cuba entera conoce e identifica dondequiera que se pare. Es difícil imaginarse a la burócrata de la ONAT diciéndole a semejante personaje “no se puede”, o a los inspectores de esa misma ONAT acosándolo con controles para sacarle dinero. No. Alejandro Cuervo no es cualquier hijo de vecino que trata de meter el cuerpo para montar una mipyme chiquitica en la escalera de su edificio. Su profesión abrió puertas, predispuso favorablemente a quien fuera su interlocutor y, como ha sido siempre un tipo callado, la Revolución no le puso más trabas que las propias del sistema, un default del que solo se salvan los de la nomenclatura. El mero hecho de no tener que sortear trabas extra lo puso en el camino correcto para convertirse en un “emprendedor vitrina”, ejemplo de que en Cuba sí se puede echar pa´alante. La única exigencia es no hablar de la cosa.
Y Cuervo no habló. Trabajando como bestia por aquí, pidiendo prestado por allá, invirtiendo con cuidado y honrando sus deudas, salió adelante en un contexto marcado por la bonanza de la era Obama o inmediatamente post-Obama, muy distinto al que atraviesan hoy los dueños de negocios en la isla, donde los problemas logísticos y de infraestructura se han multiplicado, la carga fiscal es agobiante y las garantías legales lo son mientras el empresario se mantenga entre el apoyo incondicional al régimen y la neutralidad.
A Cuervo le faltó decir que ese requisito es indispensable si se quiere echar pa´alante en la isla. Lo dejó implícito cuando recalcó que en Cuba él sabe perfectamente lo que tiene, lo que puede y lo que no debe decir, porque conoce las circunstancias; pero entonces su historia de éxito personal resulta menos glamorosa por el hecho de que solo a costa de suprimir los derechos políticos es posible levantar un negocio, expandirse y poner en la mesa el plato de comida que se desea, no el que aparezca, que es la realidad con la que deben conformarse miles de cubanos que se matan trabajando, igual que lo hizo él.
Por la misma razón sonó tan falso su lloriqueo a raíz de la planta eléctrica y la pena con el vecindario, un ensayo de empatía particularmente torpe viniendo del mismo hombre que abrió una juguetería cara en un país donde comprar un juguete es un lujo para la inmensa mayoría de los niños, que ni siquiera pueden permitirse un desayuno en condiciones.
La decisión de callar para poder salir adelante y proteger a los suyos no es exclusiva de Alejandro Cuervo. Casi todos los artistas cubanos actúan del mismo modo. El problema es que cuando los colocan frente a una crisis de la cual en realidad no se sienten parte, aunque también ellos sean cubanos, la empatía se convierte en un esfuerzo tremendo, y se les nota.
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