
El reparto y los reparteros: esparciendo el virus de la chabacanería
- Cuba
- mayo 16, 2025
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LA HABANA, Cuba. – Si la estupidez y la chabacanería fueran contagiosas, muchos de los cubanos dispersos por el mundo las esparcirían como una plaga de ruidos que ha enlodado la música cubana.
La frase “Parece que estamos allá, pero estamos aquí”, acuñada por el reguetonero Ja Rulay, un aquejado por el síndrome del cubatón, ha provocado el éxtasis y el delirio de los compatriotas que padecen o incuban el virus de la vulgaridad.
Según CiberCuba, dicha frase resume el follón que se forma en una discoteca en Barcelona cuando suena Marca mandarina, una canción de Bebeshito que “refleja no solo el impacto global del talento urbano cubano, sino también el sentido de pertenencia de una diáspora que, a través de la música, mantiene vivo el vínculo con la Isla”.
El hiperbólico impacto mundial y la presunta búsqueda de identidad cubana adjudicados a los que interpretan o consumen ese “grosero engendro marginal y antimusical” (como lo definiera mi colega y amigo Luis Cino en un artículo publicado recientemente en CubaNet) debe derivarse de un arrebato ocasionado por un mano a mano entre “el químico” y el éxtasis, pues ambas drogas causan tembleques, desatinos, pérdidas de la memoria y tales desvaríos que no se sabe lo que dice ni adónde va.
La frase, expresada por Ja Rulay y recogida para la posteridad en un video que se hizo viral en las redes sociales, según la fuente, hace justicia “al estilo distintivo del reparto y su capacidad para conectar con una juventud que ha convertido esta canción en un verdadero himno”.
¿Habrá muchos de los que entonan Marca mandarina, Tacto que llegó el reparto o Totaila, que se sepan la letra del Himno Nacional?
El derecho a escuchar y a bailar lo que le venga en ganas a cada persona se debe respetar, pero hablar de calidad y hacer pasar por traje un calzón ripiado es cosa de improvisados e inescrupulosos críticos que, como los mediocres amanuenses de la prensa oficial Arleen Rodríguez, Francisco Rodríguez o Randy Alonso, recibieron la contraorden del régimen de apoyar, legitimar y hacer institucional la peor y más denigrante ¿música? que se escuche en Cuba con tal de sumar gentuza que supla las diezmadas filas de sus tropas en la guerra cultural.
Para nadie que se respete, el gusto de los comisarios y amanuenses del régimen resulta un buen medidor de la calidad de ese Frankestein elaborado en los barrios marginales, al que hoy le abren las puertas de la EGREM y Bis Music cuando hasta no más ayer se les cerraban detrás las de un calabozo.
Tampoco sirve para legitimar al reparto que un grupo de barrioteros nostálgicos de los derrumbes y la escatología social que impera en Cuba, recuerden desde Miami, París o Barcelona, los apagones y la escasez general que sufrían en su país.
Y, menos aún se puede considerar que el reparto sea una señal de identidad, como un tinajón de Camagüey o un pan de Cruces.
Imagine cómo andarán por el infierno Pedro de la Hoz e Iroel Sánchez, artífices y defensores de decretos enfilados contra “la vulgaridad, el sexismo, la chabacanería y el mal gusto”, que ellos consideraban que contenían los textos del perreo, el reguetón, el guachineo y toda la parentela de engendros marginales y ruidosos disfrazados de música, al sentir hoy como retumba el reparto sobre sus tumbas.
Y qué pensar de los comisarios culturales que, aún vivos, vuelven la cabeza, hacen silencio, y no atinan a decir ni un disparate contra los que desde las propias trincheras ideológicas y estéticas del régimen, han cambiado de bando sin apenas defender sus criterios o dibujar un rictus de desprecio en su rostro.
Todos corren a aplaudir la buena nueva de que el reparto es música innovadora, decir singao o puta una finura, y a jurar sobre el carnet del Partido que, por contrarrevolucionarios, Celia Cruz, Ernesto Lecuona, Meme Solís, Olga Guillot, Willy Chirino y La Lupe son la chusmería, la antimúsica.
Espero que Pancho Amat tenga de luto el tres y Fernando Rojas esté preparando sus guantes de boxeo para retar a Macho Rico a una pelea por escuchar a Bola de Nieve y a Chopin.
Choteados y escarnecidos por la invasión de la chusma, Abel Prieto y Alpidio Alonso, haciendo oídos sordos al reparto, siguen concentrados en su tarea de reconvertir un ómnibus escolar en carro jaula para arrestar a los artistas que, como Luis Manuel Otero y Maykel Osorbo, se atrevan a hacer un arte “subversivo”.