
El invento o cómo no morirse hambre en Cuba
- Cuba
- mayo 5, 2025
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LA HABANA.- Hace unos días, un señor de avanzada de edad expresaba en la parada de ómnibus: “Caballeros, esto no es fácil, desde que me levanto tengo que estar inventando cuatro pesos para buscar qué comer y no me alcanza”. La vida cotidiana de los cubanos de menos recursos, y que no cuentan con familiares en el exterior que les envíen dinero, es agobiante ante la caótica situación de la economía del país. Para sobrevivir tienen que recurrir a lo que aquí llamamos “el invento”.
Es común ver indigentes (y también hasta a personas que no van mal vestidas) que escarban la basura acumulada en cualquier esquina, y recogen objetos desechados que todavía puedan ser de utilidad para venderlos en portales y aceras.
Resulta lamentable ver a personas que devoran desechos de comida sacados de la basura, que no aparentan estar desquiciados, pero sí muriéndose de hambre. Esta situación indica el grado de depauperación existente en amplios sectores de la población.
Hasta la puerta de mi domicilio han llegado mujeres que piden pan, azúcar o algún alimento, pues manifiestan tener hijos pequeños y no tener comida que darle.
Una estampa que no se veía con frecuencia es la de personas que con un cartel que dice: “Ayúdenme para poder comer”. Personas que deambulan por calles céntricas de La Habana hoy. Y es para no llegar a esos extremos, cada vez son más los que tienen que “inventar”
Hombres y mujeres, de todas las edades, son vendedores ambulantes, con o sin licencia, de artículos para el hogar, alimentos, o cualquier cosa que se pueda vender. Otros pregonan por las calles que compran “cualquier pedacito de oro o plata”, efectos electrodomésticos rotos, frascos de perfume vacíos o que reparan colchones.
Cada vez hay más estafadores, carteristas y ladrones. Son frecuentes los arrebatos de prendas y celulares en la vía pública y en los ómnibus, así como los asaltos en las calles, sobre todo a mujeres, ancianos y personas vulnerables.
Los robos en las casas son más preocupantes, porque a veces los malhechores llevan armas blancas y no dudan en asesinar a quienes se resistan. Revendedores y acaparadores pululan donde se expenden productos que están deficitarios, incluso en las tiendas por divisa.
He presenciado como en la Tienda Carlos III, los coleros adquieren 40, 50 y más paquetes de detergentes, jabones, y otros artículos, los cuales revenden después en las puertas de sus casas o en las aceras, a precios más elevados que en la tienda.
En este paisaje de miseria, los más carentes son los jubilados. Así que muchos fungen como mensajeros y hacen las compras en las bodegas y los agro-mercados a familias que pueden pagar sus servicios; y así aumentan algo sus magros ingresos.
Otros que se buscan el sustento familiar son los vendedores de dulces y golosinas como pasteles, coquitos acaramelados, helados, tamales, etc., que trasladan, entre pregones, en carritos o cajas de cartón.
Las personas que no fuman revenden las cuatro cajetillas de cigarros que les corresponden mensualmente por la libreta de abastecimiento. El resto no pueden vernderlo porque es poco y lo necesitan. Una enorme proporción de jóvenes, sobre todo mujeres, trabajan en las mipymes, y están aquellos que realizan labores de custodio nocturno en establecimientos particulares.
Los oficios irregulares, legales o no, practicados en estos días son incontables. Casi nadie quiere trabajar para el Estado, pues los salarios que les ofrecen no se corresponden con el alto costo de las mercancías, imprescindibles para satisfacer las necesidades básicas.
Los dirigentes del gobierno siguen exhortando a trabajar más, mientras viajan por el mundo e “inventan” eventos donde, para los participantes, derrochan comida, dinero y combustible. Y a veces, hasta se llevan a sus parejas con el presupuesto estatal.