El hambre es una cosa muy fea, y no causa risa

     LA HABANA.- Todavía recuerdo algunas de esas “canciones” que los comunistas se empeñaron en privilegiar, pretendiendo que algunas de esas piezas se hicieran muy populares, que se convirtieran en parte de eso que, seguramente, ellos comenzaron a llamar, desde entonces, como “la banda sonora de la revolución”. La “revolución” creyeron ellos, debía tener una lírica, y de ese empeño debieron salir esas tercas piezas musicales que debían situar al comunismo en lo más alto del firmamento.

Y los comunistas se olvidaron de una realidad que era constante, sin variaciones. Los comunistas nos ofrecieron una postal que no pasaba de la más trasnochada retórica y olvidaron la realidad, pusieron a un lado los verdaderos escenarios, esos que podemos ver con solo asomarnos a la puerta o después de dar un paseo breve por el barrio. El comunismo reclamó loas todo el tiempo y puso “en pausa”, quitó visibilidad a los escenarios más comunes, esos que exhibimos en cada uno de los rincones  de la ciudad, esos en los que se hace más cierta la realidad y la miseria más rotunda.

 Y ahí están las imágenes. Ahí está el descuido que dedica el gobierno a quienes no gobiernan nada. Los comunistas se cantan, y se cantan muy alto, y también muy claro, dejando al descubierto una realidad que poco tributa a esa retórica con la que cada día pretenden envolvernos. Ahí está esa mujer que no puede vivir con lo poco que le ofrece la cartilla de racionamiento. Hay está esa mujer y también su hambre, y poco le importa lo insano que es meter las manos en la podredumbre que el tanque exhibe.

¿Qué puede encontrar ahí? ¿Acaso algunas de esas cosas que quizá fueran bondades a la hora del almuerzo o la comida de una familia habanera, de esa familia que después de hartazgo pone en un colector de basura los detritus, toda la podredumbre del día. Y eso es lo que encuentra, lo que come, mucha gente en esta ciudad, en cualquier sitio de este país hambriento.

 Y eso es lo que encuentra mucha gente en la mañana y en la tarde. Y no son pocos los que están atentos, sobre todo en esas horas  en las que los vecinos acostumbran a tirar todo lo que las altas temperaturas acosaron y llevaron a la más asquerosa putrefacción. Hay quienes están muy atentos a esas horas en las que los vecinos acostumbran a tirar lo que no resistió el calor y sobre todo los más largos apagones que viviera este país azotado por un calor que ya se torna insufrible, devastador.

Cuba, la de la libreta de racionamiento, la de las infinitas escaseces, no puede dar a los suyos lo que precisan, y ahí aparecen entonces, ante los ojos de Dios y de todos los cubanos, un oasis de enfermedades que calma el hambre que propicia el sueño, y más que todo la muerte. Esa mujer que está hurgando en los detritus, es una mujer cubana, una mujer desesperada, hambreada, aunque le digan loca y le griten sucia, aunque se lleve en su cacharro un poco más, para más tarde, quizá para la muerte bondadosa.