Desplazamiento en Briceño, Antioquia: así vive el 25% de los habitantes “atrapado” en el parque

Desplazamiento en Briceño, Antioquia: así vive el 25% de los habitantes “atrapado” en el parque

  • Colombia
  • octubre 22, 2025
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—¡Pa, vámonos para la casa!, le insistió Jairo Posada a su padre, Albeiro, mientras esperaban al lado de una chiva en el parque de Briceño—.

—No, mijo, yo todavía no me siento tranquilo para volver por allá.

Esa breve conversación retrata el drama de más de 2.000 campesinos que desde el sábado fueron desplazados de sus veredas por el frente 36 de las disidencias de las Farc, en un intento por frenar el avance del Clan del Golfo en el norte de Antioquia.

En cuestión de minutos, la orden de abandonar los hogares corrió como un eco por 18 veredas de este municipio, a 176 kilómetros de Medellín. Familias enteras dejaron atrás sus pertenencias, sus cultivos y hasta los animales. Este martes, cerca de 300 personas emprendieron el regreso en buses escalera y camperos, aferradas a una sola esperanza: “a la mano de Dios”.

Puede leer: Desplazamiento masivo en Briceño por amenazas de las disidencias del frente 36

Jairo lo hizo en uno de los dos buses escalera que partieron después de las 2:00 p.m. del sitio que funciona como terminal de transporte municipal, mientras que en los seis camperos y camionetas que hicieron los primeros viajes del retorno iba Carlos Enrique Vera, quien había llegado con su familia desde la vereda La Calera, ubicada a 1 hora y 45 minutos del casco urbano.

Había llegado el fin de semana con ocho integrantes de su familia y para retornar con todos tenía que pagar $21.000 por cada uno. Pero el costo fue lo de menos comparado con las ganas de volver a su casa y ponerse a cargo de sus gallinas y su cafetal en tiempos de cosecha.

“La verdad solo supimos que podíamos regresar, aunque sin ninguna garantía para hacerlo. Pero nosotros lo único que queremos es volver a nuestra casa y ponernos a cargo de nuestras cosas, porque estamos aburridos acá en el parque, sin nada qué hacer”, relató este hombre, quien había llegado con su esposa, hijos y nietos.

Posición similar tenía Jairo para decidir regresar a su finca en Las Auras, preocupado por su ganado y por su casa después de estar fuera de ella durante cuatro días. “Nosotros no tenemos nada qué hacer acá y, por el contrario, debemos estar pendientes de nuestras cosas. Nos dijeron que debíamos volver, pero sin meternos por senderos ni nada raro, entonces hacemos caso”, dijo el habitante de este municipio de 8.743 habitantes.

Y es que el retorno de las primeras 300 personas desplazadas se produjo después de que en la tarde de este lunes las disidencias enviaran un comunicado en el que decían que se levantaban todas las restricciones para regresar, pero no daban las garantías de seguridad para el retorno.

Por esa razón, las otras 1.700 personas, incluyendo el papá de Jairo, prefirieron permanecer confinadas en el parque principal de este pequeño municipio, viviendo de la solidaridad de la alcaldía y la Gobernación de Antioquia mientras los grupos armados, al menos, los dejan dormir tranquilos en sus camas.

Ainis María Sarmiento es una de las que permanece en un albergue en el parque principal junto con sus dos hijos, de 16 y 17 años, y con su esposo, porque para ella prima la seguridad de su familia para volver a su vivienda.

Esta mujer, quien llegó hace nueve años desde Fonseca, La Guajira, siguiendo a su gran amor, su actual esposo, vive por tercera vez un desplazamiento y asegura que lo aguanta solo por amor, aunque reconoce que extraña su tierra, donde vivía mucho más tranquila y sin sentir tan fuerte los golpes de la violencia.

Contó esta parte de la historia de su vida mientras estaba sentada en una de las butacas del parque principal, junto a centenares de personas que hacían fila para la brigada de salud que realizaba la Seccional de Salud de la Gobernación de Antioquia, para valorar el estado de cada uno de los afectados.

Para saber más, lea: Tras oleada de 2.000 desplazados, Defensoría pide intervención urgente en Antioquia

Algunos esperaban sus dictámenes médicos, mientras que otros se sentaban, se paraban de nuevo, caminaban el parque y lo recorrían una y otra vez, como si estuvieran encerrados en una jaula, prisioneros de la violencia generada por la confrontación que se vive en estas 18 veredas entre las disidencias de las Farc, histórica controladora de este territorio, y el Clan del Golfo, que quiere adueñarse, al menos, del territorio que está en la cuenca del río Cauca.

Esto ha hecho que desde hace tres semanas los habitantes de estas zonas escuchen regularmente los disparos. Para el caso de la comunidad de Las Auras, los escuchan a la distancia, pero igual les llegó la directriz de tener que salir de sus viviendas.

“Todos los días, a toda hora, teníamos que escuchar los disparos, pero los oíamos a lo lejos, por lo que no sentíamos el problema como propio. Pero resulta que el sábado por la mañana llegó el presidente de la Junta de Acción Comunal y nos dijo que nos teníamos que ir, y lo hicimos para evitar cualquier represalia”, relató esta madre de familia.

Y durante los últimos cuatro días, estas personas han tenido que pasar sus noches en el Parque Educativo, la sede de Asocomunal, la JAC Central, la sala de velación municipal y casas y habitaciones que estaban vacías. Algunos, incluso, dormían en el atrio de la iglesia o afuera de la estación de Policía, ante la falta de espacio para hospedarlos a todos.

A todos se les garantizó la alimentación con mucho esfuerzo. En el segundo piso de un restaurante se les adecuó el espacio para que por grupos fueran recibiendo su plato de comida. Eso sí, en algunos casos debían hacer filas de hasta 1 hora y 30 minutos para poder ingresar a saciar el hambre que han pasado por cuenta de los violentos.

Las filas podían cruzar toda la calle principal y llegar a la entrada de la iglesia, por lo que desde la administración municipal optaron por organizarlos en tres filas, mientras tenían que soportar el sol durante un rato y después una copiosa lluvia que luego se convirtió en tempestad.

Lo claro es que en Briceño las comunidades se encuentran entre la espada y la pared, o lo que es lo mismo, entre la presión de los grupos armados que “soltaron” un poco la cuerda y ya les permiten volver “bajo su propio riesgo”, y el querer regresar a sus casas para que sus animales no se mueran y no se caigan los granos de café en plena época de cosecha.

Algunos, incluso, con resignación, asumen estos desplazamientos como parte de su rutina. Una habitante de la localidad, que quiso conservar su anonimato, solo se aventuró a decir, con desconsuelo: “Esto también forma parte de nuestra rutina y lo tenemos que aceptar, porque vemos muy complejo que estas guerras se vayan a acabar. No creemos que sea la última vez que esto ocurra”.

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