Descemer Bueno, el gurú de la paz y la armonía

Descemer Bueno, el gurú de la paz y la armonía

  • Cuba
  • mayo 30, 2025
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LA HABANA, Cuba. – Perder la oportunidad de quedarse callados, de no emitir declaraciones que siempre terminan siendo contradictorias o insultantes para uno u otro bando de sus seguidores, es habitual en varios artistas cubanos que, en busca de reflectores, cámaras, micrófonos, fama y aplausos dentro y fuera del escenario, olvidan la máxima del pintor Apeles dirigida a los advenedizos: “Zapatero, a tus zapatos”.

En su patético rol de “figuras públicas”, “maestros de juventudes” y otras necedades “glamorosas” dentro del más rancio kitsch, como el otorgamiento de búcaros y elefantes de yeso de Carraguao, instituido por el castrismo para distinguir a sus más fieles seguidores y a quienes mejor expresen sus intereses en Cuba y el exterior, un día asumen una pose de apoyo a los oprimidos y al otro una de complacencia con el opresor. Todo en dependencia de su interés personal.

Se caracterizan esos artistas por la volubilidad de criterios, el cambio constante de conceptos y la falta total de principios éticos, valores morales o solidaridad hacia sus compatriotas, cuando por coacción o amenaza gubernamental sienten que peligra su acceso a los escenarios y a las empresas disqueras del país o a las giras en busca de promoción o pacotilla. Ante una situación así, cambian de rumbo político y posición con premura.

Algunos de los hechos de la farándula cubana que deberían figurar en una “Historia Nacional de la Infamia” ―remedando un título del escritor argentino Jorge Luis Borges―, aún causan vergüenza ajena y enfrentan pasiones entre miles de cubanos que siguieron el desenlace de los acontecimientos por la TV cubana, y los que tuvieron el amargo privilegio de vivirlos frente a un escenario improvisado en el Malecón habanero y un concierto en la Ciudad Deportiva: la bochornosa sumisión mostrada por el dúo Gente de Zona cuando  Alexander Rodríguez, líder y cantante del dúo de música urbana, se dirigió al gobernante Miguel Díaz-Canel como “nuestro presidente”, en agradecimiento  por permitirles entrar a su propio país y cantarle a su pueblo teniendo residencia en el extranjero. Resultó un acto deleznable, una ofrenda otorgada por el arte esclavo al amo en el poder.

Antes y después sucedieron otros hechos menos conocidos, pero igual de humillantes para los artistas cubanos, como los condicionamientos políticos que debieron cumplir para repatriarse y que les permitieran volver a la televisión y la radio, como en los casos de Manolín “El Médico de la Salsa”; Isaac Delgado, también salsero, pero más “chévere” con los censores; y Tanya, la rockera-psiquiatra que cantaba Ese hombre está loco.

Tampoco se puede pasar por alto la miserable actitud asumida por el pianista Chucho Valdés, quien, a pesar de residir en Miami, mantiene el hilo umbilical atado a la dictadura al permitirle que manche su reputación y relevante trayectoria musical con el farsesco título de “Maestro de Juventudes”, que acá en Cuba se otorga a un selecto grupo del rebaño de artistas e intelectuales dóciles para que amamanten a sus aún indóciles carneritos.

De tal calaña están hechos algunos de los más conspicuos integrantes del elenco de artistas cubanos que se balancean sobre una cuerda floja tendida entre la realidad y la utopía. 

Y todavía aparecen algunos artistas despistados o con la mala leche castrista en sus entrañas, aun sin vomitar, que quieren dar lecciones de hidalguía y pacifismo sobre cómo los cubanos deben enfrentar a una dictadura con más de seis décadas en el poder.

En días recientes, desde un andén o un aeropuerto de un país en libertad, el cantante y compositor Descemer Bueno escenificó un salto mortal hacia la inmoralidad eterna al dar un giro de 180 grados en su concepción de cómo enfrentar la dictadura que un día confrontó en sus canciones, y que hoy pretende humanizar y hacerla comprensible desde la más abyecta sumisión.

Según el mensaje paralizante o desmovilizador enviado al pueblo cubano por este presunto gurú ideológico y chamán político de pócimas humanistas que hablan de paz y comprensión, los cubanos no deben manifestarse en las calles contra la indolencia, la corrupción y la ineficiencia que corroe al poder, sino conversar con dirigentes y funcionarios y buscar la forma, pasiva, de llegarles al corazón, obviando que los castristas tienen, en ese sitio, un tibor.

“Paz intrínseca” solicita el cantor para aplacar los demonios que habitan las entrañas, los instintos y comportamientos de los dirigentes y funcionarios del régimen, esos que solo se ocupan de las inversiones extranjeras y los grandes y pequeños negocios privados que hoy pretenden hacer renacer de sus ruinas en medio de condicionamientos políticos, cepos económicos, amenazas, multas y confiscaciones, en un país convertido en un vertedero.

Ese tonito entre lastimero, conciliador y entreguista de Descemer Bueno, como de alguien que viene del más allá o recita un salmo bíblico o un versículo del Corán, para convencer a sus compatriotas de que no se rebelen y sigan de rodillas hasta el fin de sus días o se produzca el milagro de que sus amos abandonen el poder, es un llamado a paralizar las manifestaciones callejeras en Cuba.

De aquel artista que juraba “Hasta que Cuba no sea libre, ninguno de nosotros lo será. Esta lucha no tiene dueños, porque es de todos”, y coreaba “Patria y Vida” en cualquier escenario internacional, logrando un Premio Grammy por su texto liberador, hoy solo queda un fantasma que viaja, como alma en pena, entre San Pedro de Macorís y Punta Cana, Santiago de los Caballeros y Nueva York, en espera de que la dictadura le permita volver a su país.

Por mi parte, y junto al resto de los cubanos que se manifiestan en las calles, solo me resta decirle a este aprendiz de fantoche: ¡Solavaya! Y que le vaya bonito, pero bien lejos de nuestro país. En Cuba, de él solo recordaremos el título de una canción: Libertad y amén.

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