
Cuba, el país donde hay que remendar para vivir
- Cuba
- septiembre 7, 2025
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En medio de la grave escasez y la crisis salarial e inflacionaria, el país se sigue sosteniendo sobre la base del remiendo.
SANTIAGO DE CUBA. – En Cuba, los deseos suelen ser postergados por la necesidad. A las puertas del nuevo curso escolar, se nota más: las mochilas, zapatos y uniformes que debieran simbolizar el estreno de septiembre llegan a las aulas reciclados de años anteriores.
Pero el problema no se limita a los estudiantes: alcanza a profesionales de todos los sectores que tampoco pueden darse el lujo de comprar algo nuevo.
Lisbeth Leyva, médica neonatóloga de 30 años, gana más de 20.000 pesos mensuales (unos 50 dólares al cambio actual), desde la última reforma salarial en el sector de la salud. Sin embargo, aunque este sueldo está muy por encima del promedio ―el salario medio mensual en Cuba ronda los 6.000 pesos (15 USD)―, la joven tuvo que acudir a un taller de reparaciones en el centro de Santiago de Cuba, provincia donde reside, para arreglar un paraguas y unos bolsos gastados. “Primero se come y después se piensa en lo demás”, resume con resignación. En ese lugar, por 650 pesos resolvió lo que, nuevo, le costaría más de 6.000.
Si para Lisbeth pagar ese monto de golpe es impensable, cuando asume la alimentación como mayor prioridad; ¿qué representa un gasto de esta índole para una enfermera que devenga poco más de 9.000 al mes (22 USD)? Libia Medina, aparte de ser licenciada en enfermería, es madre de dos adolescentes. Por ende, cualquier gasto, en su caso, se multiplica por dos. Este año, reconoce, sus hijos volverán a clases con las mochilas y zapatos remendados, heredados del curso anterior.
“Sé que les duele, a mí también. Yo misma, cuando era niña, soñaba con estrenar cada nuevo curso, y muchas veces tampoco pude, a pesar de ser hija única. Ahora, con dos hijos en secundaria, todo es más difícil. Solo una mochila de tamaño regular cuesta 7.000 pesos y unos tenis de calidad media, de 10.000 para arriba. Es imposible”, confiesa.
Escasez oficial, negocio paralelo
Según el Ministerio de Educación, este año la comercialización de uniformes comenzó el 15 de julio en las propias escuelas. No obstante, solo se priorizaron los grados de preescolar, quinto y séptimo, dejando al resto de los niveles en manos del mercado informal. Como era de esperarse, la escasa disponibilidad se ha convertido en una oportunidad de negocio para este sector. Varias mipymes se han encargado de la producción y respectiva venta de uniformes. En este ámbito, cada prenda puede costar hasta 700 pesos, pese a que los precios oficiales oscilan entre 23 y 61 pesos.
Por otro lado, a la carencia de uniformes se suma la falta de libretas y demás materiales escolares que ya no se entregan con regularidad. Muchos padres deben comprarlos a sobreprecio en el mercado paralelo o incluso imprimir los libros de texto por su cuenta.
En la esquina de la calle Caballo Blanco, entre Santo Tomás y San Francisco, un grupo de cuentapropistas mantiene vivo el arte de reparar. Pedro, talabartero de oficio, asegura que julio y agosto son los meses más intensos: “Las mochilas llegan rotas, sin cremalleras, sin forro. Yo les doy otra vida. Si bien una reparación completa puede llegar a costar 3.500 pesos, siempre será más barata que comprar una nueva. La gente no viene por gusto, viene por necesidad”.

Vladimir Gutiérrez, relojero con más de 25 años de experiencia opina al respecto que: “La inventiva, típica del cubano, ha sido una cualidad aprendida, forzada por las circunstancias”. “No por gusto se dice que la inventamos en el aire”.
En este taller confluyen alrededor de dos docenas de hombres que, cada uno en su especialidad, desempeñan a diario la labor de restaurar. “Aunque se nos hace difícil conseguir los materiales, siempre se resuelve. Se los compramos a quienes los importan de otros países y también compramos roto, con el objetivo de aprovechar las piezas. Como sea, la cuestión es no pararse y satisfacer a los clientes”, dice Vladimir.
Los cubanos tratan de reparar y reciclar todo lo que pueden con el objetivo de extender la vida útil de los bienes que poseen y así aliviar los gastos de la familia. Este proverbial ingenio, forzado por la pobreza, se evidencia no solo en el mantenimiento de los automóviles que, con más de medio siglo, aún ruedan por las calles de la Isla, sino también en el caso de electrodomésticos, ropas, calzado, etc.
El país se ha habituado a sostenerse sobre la base del remiendo. Reparar no solo significa alargar la vida de los objetos, sino también posponer indefinidamente la posibilidad de un consumo digno. Mientras el salario mensual de un médico apenas equivale a 50 dólares, una mochila puede costar la cuarta parte de ese ingreso. La consecuencia es clara: la reparación deja de ser una opción y se convierte en una condena cotidiana.
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