«Cuando la Policía en Cuba diga ‘Aquí paró’, ese régimen cae»: Jefe de la Policía de Miami

«Cuando la Policía en Cuba diga ‘Aquí paró’, ese régimen cae»: Jefe de la Policía de Miami

  • Cuba
  • abril 4, 2025
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MIAMI, Estados Unidos. – Las fuerzas del orden público juegan un papel fundamental en la seguridad y el desarrollo de una sociedad. En esta entrevista, conversamos con Manuel A. Morales, jefe de la Policía de Miami, sobre el impacto que una fuerza policial justa y eficiente puede tener en la transformación de una comunidad. Además, exploramos el posible papel de la Policía de Miami en el reentrenamiento de las fuerzas de seguridad en una Cuba en transición hacia la democracia.​

El “Jefe Morales” cuenta con una amplia trayectoria en el Departamento de Policía de Miami, al que se unió en 1994 después de servir casi cuatro años en el Ejército de los Estados Unidos. A lo largo de su carrera, ha ocupado diversos cargos, incluyendo el de oficial de patrulla, detective, sargento, teniente, comandante y mayor. En febrero de 2022, fue nombrado oficialmente jefe de Policía y empezó a supervisar a más de 1.300 oficiales juramentados y 400 empleados civiles.

En nuestra conversación, el Jefe Morales destaca cómo la seguridad es la base para el progreso económico y social, citando como ejemplo la transformación de varios barrios de Miami en las últimas décadas. Subraya que la implementación de estrategias de community policing, enfocadas en la colaboración entre la Policía y la comunidad, ha sido clave para reducir el crimen y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Además, reflexiona sobre la influencia de la policía en regímenes autoritarios y cómo un cambio en la mentalidad de los agentes puede ser determinante en momentos de transformación social.

Háblenos un poco sobre usted. ¿Cómo ha sido su carrera y cómo ha logrado el impacto que ha tenido en la comunidad?

―Ha sido un viaje increíble. Nací en Puerto Rico y llegué a Estados Unidos en los años 80. Soy hijo de cubanos. Desde pequeño sentí un fuerte deseo de servir a la comunidad. Cuando me gradué de la secundaria tenía 17 años, demasiado joven para ser policía, así que me enlisté en el ejército de los Estados Unidos y serví como policía militar, lo más cercano a ser oficial en las calles. Durante mis cuatro años de servicio, participé en misiones como la Operación Causa Justa en Panamá y la Tormenta del Desierto en Kuwait.

Cuando regresé a Miami en los 90, solo quería ser parte de la policía de la ciudad. Comencé como patrullero en la Pequeña Haití y Liberty City, zonas que en aquel entonces eran muy peligrosas, con tiroteos y homicidios frecuentes. Poco a poco fui ascendiendo: en 2001 pasé a sargento, en 2007 a teniente, en 2009 a comandante, en 2016 a mayor, en 2018 a asistente jefe de policía en operaciones y, en 2021, a jefe de policía. He pasado por casi todos los departamentos y unidades del cuerpo policial.

En la policía de Miami, los ascensos se logran mediante exámenes y pruebas, sin interferencias políticas. ¿Cómo funciona este proceso?

―Correcto. Para tomar el examen de sargento, por ejemplo, se requiere un mínimo de cuatro años como oficial, sin problemas disciplinarios ni de asistencia. Luego, se rinde un examen que incluye una evaluación práctica realizada por expertos de otros departamentos policiales de ciudades como Dallas y Washington, D.C. En esta prueba se analizan las decisiones que tomaríamos en distintos escenarios delictivos. Cada ascenso sigue este mismo procedimiento basado en méritos y capacidad.

―En Cuba, muchos ciudadanos están preocupados por el crimen y la seguridad en un futuro democrático. Cuando usted asumió la jefatura, Miami enfrentaba un alto nivel de criminalidad. Los cambios han sido impresionantes. ¿Nos puede hablar sobre eso?

―En los años 90, la situación en Miami era muy difícil. En 1994 hubo 120 homicidios y 9.000 robos en una ciudad de apenas 325.000 habitantes. Trabajamos mano a mano con la comunidad porque entendimos que ellos saben mejor que nadie lo que su barrio necesita. Antes, la filosofía policial era “nosotros sabemos qué hacer”, pero eso no funciona. Ahora nos acercamos a la comunidad y les preguntamos qué necesitan y cómo quieren que patrullemos sus calles.

Gracias a esta estrategia, el año pasado tuvimos solo 27 homicidios. Aunque sigue siendo un número alto porque cada vida perdida es una tragedia, representa una gran mejora. En cuanto a los robos, en una ciudad con más de medio millón de habitantes y cuatro millones de turistas al año, solo tuvimos 400. Esto es resultado del esfuerzo diario de nuestros policías, quienes implementan mi visión y estrategia en el terreno.

¿Cuál debe ser la relación entre la policía y la comunidad?

―Es un pacto. Tenemos solo 1.400 policías para medio millón de residentes. Sin la colaboración de la comunidad, no podríamos patrullar de manera efectiva. Aquí en EE.UU., cualquiera puede portar un arma, así que la clave no es la fuerza, sino la confianza mutua. Nuestro lema es “Servir y proteger”, y el “servir” viene primero. La comunidad debe vernos como aliados, no como enemigos.

―En una sociedad democrática como EE.UU., hay derechos individuales y límites a la autoridad policial. ¿Cómo se equilibra la seguridad con la protección de los derechos ciudadanos?

―La libertad siempre debe ir antes que la seguridad. Si sacrificamos la libertad por seguridad, perdemos ambas. La clave es garantizar la libertad y, como resultado, la seguridad se desarrolla de manera natural. Aquí, el proceso legal asegura que nadie sea condenado arbitrariamente. Cualquier persona arrestada tiene derecho a un abogado y a un juicio con jurado. No basta con que la policía diga que alguien es culpable; 12 miembros de la comunidad deben confirmarlo.

―Para los cubanos, el concepto de los “derechos Miranda” es desconocido. ¿Puede explicarlos?

―Claro. Cuando arrestamos a alguien, antes de hacerle cualquier pregunta que pueda incriminarlo, debemos informarle que tiene derecho a guardar silencio, a tener un abogado y a ser tratado con dignidad y respeto. Si la persona no desea responder, no está obligada a hacerlo. Esto garantiza que nadie sea forzado a autoincriminarse.

―Dentro de Cuba, hay policías que no quieren reprimir al pueblo y desean ejercer su profesión con dignidad. ¿Qué opina sobre esto?

―Es un fenómeno interesante. Hay un estudio llamado “El efecto Lucifer”, realizado en Stanford en los años 70, que demuestra cómo un entorno autoritario puede corromper incluso a personas psicológicamente sanas. En Cuba, muchos policías solo han visto un modelo de represión, pero si comienzan a entender que su verdadero rol es proteger al pueblo, el cambio será inevitable. Todo empieza con una persona que dice “esto no está bien” y, como fichas de dominó, los demás comienzan a seguirlo.

―En EE.UU., un subalterno no tiene que obedecer órdenes ilegales. ¿Puede explicarlo?

―Aquí tenemos un principio claro: una orden debe ser legal, ética y moral. Si no cumple con estas tres condiciones, un oficial tiene el derecho y el deber de no obedecerla. Si un jefe ordena algo ilegal, inmoral o sin ética, será destituido porque la comunidad y las instituciones no lo permitirán.

En un futuro democrático en Cuba, ¿cuál debería ser el rol de la policía?

―La policía debe ser el puente entre el gobierno y la comunidad. Su función principal no es arrestar personas o participar en enfrentamientos, sino crear confianza y garantizar la seguridad con respeto a los derechos. El 90% del trabajo policial en Miami consiste en actividades comunitarias, como visitas a escuelas y eventos con vecinos. La familiaridad con la comunidad hace que los policías actúen con más empatía y responsabilidad.

―¿Cree que una estructura policial nacional o local sería mejor para Cuba?

―Prefiero la policía local. Cuando los oficiales trabajan en la comunidad donde crecieron, hay un sentido de responsabilidad y cercanía. En Cuba, el modelo de una policía nacional centralizada crea distancia entre los agentes y la gente. Una policía local permite que los oficiales conozcan a sus vecinos y los traten con respeto. La clave para una policía efectiva en democracia es la conexión con la comunidad.

¿Usted ve un rol para la policía de Miami en ayudar a reentrenar a la policía en Cuba en un cambio democrático?

―Absolutamente. Aquí en el departamento de policía, casi el 60% de los oficiales son latinos, y la mayoría son cubanoamericanos. Creo que seríamos el departamento perfecto para entrenar a una nueva policía en Cuba, implementando estrategias e iniciativas basadas en la cercanía con la comunidad. Lo que aquí llamamos community policing ha demostrado ser una receta para el éxito.

No sería algo extraño. Cuando hubo problemas en Haití, enviaron a oficiales haitiano-americanos de la Policía de Miami para entrenar a sus colegas. Estuvieron allí al menos ocho días y trabajaron junto con la policía de las Naciones Unidas. Algo similar ocurrió en Panamá después de la caída de Noriega: la Policía Nacional de Panamá fue entrenada por nosotros.

En ese momento, yo era el único en mi unidad que hablaba español, así que fui el traductor de todo. Patrullábamos con un oficial panameño y un oficial estadounidense en el mismo carro.

En los últimos años, hemos visto que muchos barrios han mejorado económicamente y la calidad de vida ha aumentado. Un ejemplo claro es Wynwood. ¿Qué papel juega una policía eficiente y justa en ese desarrollo económico a nivel local?

―Es fundamental. Obviamente, lo digo desde mi perspectiva como policía, pero el cambio en Miami ha sido posible porque ahora estas áreas son seguras.

Antes, ¿quién quería vivir en un barrio donde a tu vecino lo estaban tiroteando? ¿Dónde dos casas más adelante estaban vendiendo droga? Nadie quiere eso. Lo primero que busca cualquier ser humano es libertad y seguridad: poder salir a la calle sin miedo, que los niños jueguen tranquilos sin preocuparse por la violencia.

Cuando cambiamos nuestras tácticas y limpiamos una cuadra del crimen, esa cuadra mejora. Y cuando un área mejora, llegan los inversores, la gente remodela las casas y el mal elemento se da cuenta de que ese ya no es un buen lugar para ellos, así que se van. Ese es el detonante del cambio.

Yo viajo por todo Estados Unidos y conozco a muchos jefes de policía de grandes ciudades. Y siempre digo: “El cambio que ha ocurrido en Miami es increíble”. No somos el departamento más grande ni el más moderno, pero sí uno de los más reconocidos. Cuando la gente piensa en departamentos de policía emblemáticos, mencionan Nueva York, Los Ángeles y Miami.

La seguridad es la base del progreso. Si una ciudad no es segura, no hay desarrollo.

Algunos regímenes autoritarios han utilizado a la policía como un mecanismo de control. ¿Cómo puede la policía ser un agente de cambio en Cuba?

―La policía tiene un papel clave en cualquier sociedad. Si miramos la historia, en la Alemania nazi, ¿quiénes fueron los primeros que Hitler transformó y usó para controlar a la sociedad? La policía.

Pero si los policías entienden su verdadera función y saben que deben estar al servicio del pueblo, pueden ser el catalizador del cambio. A veces, hacer lo correcto no es fácil. Es más sencillo seguir la corriente y hacer lo que todos hacen. Pero el cambio comienza con una sola persona.

Si un policía en Cuba hoy mira dentro de sí mismo y reconoce que lo que está haciendo no es correcto, y decide cambiar, eso puede contagiar a los demás. Ese cambio puede extenderse de un oficial a otro hasta que llegue el momento en que digan: “Hasta aquí. Nosotros no estamos aquí para reprimir al pueblo, estamos para protegerlo”.

Cuando eso pase, el régimen caerá. Primero la policía, luego el ejército, porque un sistema opresivo no puede sostenerse sin todos los componentes de la sociedad colaborando con la represión.

Si algún policía en Cuba escucha esto y se deja contagiar por esa idea de cambio, ahí empieza una nueva época.

Esta entrevista es una colaboración de CubaNet con el Directorio Democrático Cubano.

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