Cuando La Habana rodaba mejor: un siglo de retroceso en el transporte

Cuando La Habana rodaba mejor: un siglo de retroceso en el transporte

  • Cuba
  • marzo 22, 2025
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LA HABANA.- En Cuba, viajar en coche de caballos era fácil y seguro hasta las primeras décadas del siglo XX. Específicamente en La Habana, abundaban los coches, que eran el medio de transporte público urbano y contaban con un servicio especial.

Sobre el tema, hay un interesante libro,  “Cochero” de Luis Adrián Betancourt, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales en 1998, que recoge el testimonio de un hombre que practicó el oficio de conducir coches de alquiler.

Macho, seudónimo por el que era conocido por  familiares y amigos, cuenta con lenguaje sencillo su vida, anécdotas, costumbres, personajes, lugares, y datos  significativos de los   años que trabajó como cochero.  

El establo del padre de Macho, llamado La Huerta, estaba ubicado en una  finca en lo que hoy es parte de la Plaza de la Revolución.

Macho, a diferencia de los cocheros que hacían piquera en sitios públicos, prestaba el servicio por encargo a través de llamadas telefónicas a los números A-4041 y A-1763. Al cliente se le  preguntaba nombre, dirección, si el viaje era de ida, y también regreso y para qué función lo necesitaba,  para así poder escoger el cochero, el vehículo y el caballo adecuado.

Si era para un entierro, el cochero vestiría pantalón de punto, librea, plastrón en el pecho y botas. Para bautizos, algo parecido. Para  las bodas, el chofer iba con traje blanco,  el caballo también era blanco, y  si querían llevar paje, éste vestiría igual que el cochero, con bombín color café, no negro.

Con respecto a los tipos de coches estaban el Milord, con asiento detrás y otro más chico delante escondido para abrirlo de ser necesario; el Duquesa, el Jardinera, el Vis a Vis, de dos asientos para dos parejas; el Faetón, el Break, usado en los carnavales; y el Tílburi, de cuatro ruedas y muy grande, entre otros modelos. Para trasladar los cadáveres usaban carrozas con cristales.

Los adornos complementarios e imprescindibles eran el timbre denominado ding dong, velas de trabuco, que demoraban en derretirse; faroles a ambos lados, con vidrios rojos y verdes, que indicaban si iban por la derecha o la izquierda; el tapacete de los techos con metal especial, o loneta engrasada para evitar que pasara el agua.

Había coches de todos los colores, con filetes azules o ribetes rojos pues existían personas que gustaban de presumir y paseaban en los coches para que los viesen.

Se consideraba que andar en coche era una buena señal, lo cual generó una frase que aun se dice cuando algo sale bien: “Saliste en coche”.

Además de los coches de alquiler, existieron colectivos o guaguas de caballos, y los llamados “tranvías de sangre”, con tracción animal, que hacían recorridos desde el centro de La  Habana hasta diferentes puntos extremos de la ciudad como Jesús del Monte y Marianao.

En el libro “Historia de Marianao”, de Fernando Inclán Lavastida, se explica que esa parte de la ciudad contaba en el siglo XIX con un tren de pasajeros  y coches-guaguas que circulaban  con una frecuencia de 15 minutos entre uno y otro.                            

Haciendo comparaciones, asombra comprobar que funcionaba mucho mejor el servicio de coches de caballo de hace más de un siglo que el transporte público urbano actual. 

Sobre el transporte público en tiempos más cercanos, Leonardo Padura, en su más reciente  libro “Ir a La Habana”, destaca la eficiente prestación que realizaba la ruta cuatro de Mantilla , considerada en su época la mejor, con ómnibus cada cuatro minutos y menos en horario pico, dos carros de madrugada (en la llamada “confronta”) y otros en reserva por alguna rotura que hubiera en los que trabajaban.

Esto era muy similar en el resto de las líneas de ómnibus. La COA (Cooperativa de Ómnibus Aliados), que era la compañía predominante, contaba como promedio con 2000 guaguas, siempre en excelente estado, y los Autobuses Modernos, que sustituyeron a los comodísimos tranvías, tuvieron unos 800 ómnibus, para una población que era entonces la mitad de la actual.

Luego de 1959, ese parque de ómnibus de procedencia norteamericana e inglesa, se fue rompiendo poco a poco, debido a la falta de piezas de repuesto. Fueron sustituidos por otros de Checoslovaquia (Skoda), Hungría  (Ikarus), Japón (Hino) y más recientemente de  China (Yutong). En todos los casos, siempre sin importar sus piezas de repuesto para el transporte.

Hoy, los paraderos son cementerios de guaguas rotas y canibalizadas, que terminan convertidas en chatarra.  

En estos instantes, las rutas de ómnibus que existen trabajaban con uno o a lo sumo dos carros por línea, que pasan como promedio cada dos, tres y hasta cuatro horas y más. Algunas rutas  de menor demanda tienen un solo ómnibus, que cubre varias rutas. Hacen recorrido por una vía, y al regreso por otra, por tanto cubren un solo viaje diario. La culpa de todo esto siempre se le achaca al bloqueo y a la falta de combustible.

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