Con la mano en el pecho y llamando a Migue

Con la mano en el pecho y llamando a Migue

  • Cuba
  • julio 5, 2025
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Si faltaba alguna prueba de la magnitud de la crisis energética y su insolvencia, el ingeniero Lázaro Guerra la ofreció para toda Cuba.

LA HABANA, Cuba – El ataque de ansiedad mezclada con agotamiento que sufrió el ingeniero Lázaro Guerra Hernández –director de Electricidad del Ministerio de Energía y Minas- mientras se dirigía en vivo a la población cubana para ofrecer el deplorable parte diario sobre la crisis energética es, por estos días, la comidilla en redes.

De tanto repetir la misma información con ligeras modificaciones que apuntan siempre a hacer menos con nada, de improvisar el tíbiri tábara de los megawatts, de dividirse el cerebro en bloques para determinar cuáles barrios se encienden o se apagan, a qué hora y por cuánto tiempo, de saber que hay que dejar cinco provincias completamente a oscuras para mantener encendidos cuatro municipios en la capital, el funcionario se quedó mirando a la cámara con expresión de “me va a dar”, y casi le dio. Tuvo que interrumpir su informe mientras el lente, tan perplejo como la teleaudiencia, giraba hacia ese otro zombie desgreñado que es Bernardo Espinosa, atorado en el sinsentido “centrales flotantes-generación móvil-pueblo-patana”.

Si faltaba alguna prueba de la magnitud de la crisis energética y su insolvencia, el funcionario hiperventilado la ofreció para toda Cuba. Por causas distintas a las del pueblo, Lázaro Guerra Hernández no duerme, no para, no puede pensar. El guion ya no sale redactado porque es altamente probable que, mientras lo lee en el teleprompter, la Guiteras salga del sistema o se desconecten varias centrales de generación y haya que agregar esos detalles sobre la marcha. El parte ya no es parte, porque no es firme cuando el sistema electroenergético nacional anda grave y con pronóstico reservado. No obstante, hay que inventar porque la gente está incómoda, tirándose para la calle, sonando cazuelas, quemando colchones y, lo peor, gritando consignas antigubernamentales. Hay que despachar las malas noticias recubiertas de optimismo para que el pueblo vea que no hay una termoeléctrica que sirva, ni combustible para poner a funcionar lo que queda de ellas, pero no faltan los ingenieros y técnicos aguerridos al pie del latón, tratando de distribuir equitativamente la oscuridad en La Habana –ya en las provincias no se toman la molestia de hacerlo- y que tal cosa sea asumida como algo normal, que llegó para quedarse, como cada fracaso del socialismo desde 1959 hasta el presente.

Es una tarea machacante, no tanto por calcular el déficit diario de generación como por tener que mentir sin pudor. “Ese gordito es buena gente”, me dice un amigo ingeniero que solía trabajar para la Unión Eléctrica y emigró a tiempo, no sin dejar avisado el descalabro que se avecinaba. Lázaro Guerra parece ser buena persona y buen profesional, pero le tocó cargar con un problema en el cual no hay nada que hacer, salvo aguantar o renunciar, pero en la renuncia también se va el carro moderno con tarjeta de combustible de la clase sírvase usted, los módulos de alimentos y alguna que otra parada en Varadero para relajarse y recordar qué se siente al tener corriente todo el día. El aguante, por otro lado, es el reverso de las prebendas, donde el infarto emerge como una posibilidad de la cual Lázaro Guerra estuvo cerca, a juzgar por lo mal que se vio física y anímicamente en televisión.

Ya su tocayo, Lázaro Manuel Alonso, informó que está bien y regresará a hacer su trabajo. La renuncia no será, de momento, la elección de un joven directivo que ignora –o quizás no- estar incluido en la lista de descartables conformada a toda prisa por una maquinaria de moler humanidades, que gobierna por decreto y le ha cogido el gusto al quita y pon de personal en los cargos de la jerarquía media-alta. Si al gordito le da el infarto, será rápidamente sustituido por otro peón deseoso de experimentar esos golpes de adrenalina en cámara, para refrescarse luego bajando la ventanilla del coche moderno con tarjeta de combustible ilimitada.

Si algo sabe Lázaro Guerra es que el déficit de generación va a seguir pegado a los 2.000 megawatts, que los paneles solares fueron un gasto salvaje de dinero y su mantenimiento –incluyendo el reemplazo de baterías- supone otra enorme inversión de recursos monetarios y naturales con los que Cuba no cuenta; de manera que ese aporte energético no puede tomarse como base para mejorar la situación. Más bien podría empeorarla, pues los paneles solares sin el debido mantenimiento producen energía intermitente, lo cual provocaría fluctuaciones agresivas del voltaje y daños irreparables a los equipos electrodomésticos.

Las patanas turcas se irán por impagos, es cuestión de poco tiempo. Se vienen más apagones, incluso en los circuitos soterrados, aunque las afectaciones serán menos frecuentes. Ante este panorama mucho tendrá que improvisar Lázaro Guerra, así que, tristemente, lo veremos en reiteradas ocasiones con la mano en el pecho y llamando a Migue.

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