
Carnavales en Santa Clara: «para desangrarse el bolsillo»
- Cuba
- julio 28, 2025
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Las «fiestas populares» de Santa Clara son más parecidos a una plaza comercial ―con mal olor― que a una jornada festiva.
SANTA CLARA, Cuba. – Basta con acercarse a las calles que rodean el Estadio Augusto César Sandino, desde cualquiera de los accesos que lo circundan, para recibir el impacto inmediato de los olores intensos que caracterizan toda aglomeración humana en modo festivo: cerveza seca por el sol, maíz tostado y fluidos humanos, nada gratos. Este año esa es la única zona de la ciudad dispuesta para las llamadas “fiestas populares” que todo santaclareño reconoce como carnavales.
Por toda la avenida hay decenas de puestos de fritas, cuyo aceite recalentado convierte el aire pesado y caluroso de este verano en una mezcla sofocante de vapores. Las aceras son también la plaza de vendedores improvisados, que incluso pernoctan en portales cercanos, conscientes de que este es el mejor momento del año para generar algún ingreso.

“He hecho más de 10.000 pesos en confituras esta tarde”, confirma Marianny, joven comerciante de Manicaragua que vende galletas, pellys criollos y manzanas. Justo al frente de esa quincalla una niña de pocos años implora desconsolada por una de las frutas ―que tiene el precio de 250 pesos cubanos―, mientras la madre la amenaza con llevarla para la casa. “No se puede traer muchachos a estas cosas, porque no hay forma de explicarles que no puedo gastar lo que gano en el día en una manzana”, protesta la mujer.
En el carnaval confluyen negocios de todo tipo, más allá de los que guardan relación con la gastronomía: ventas de gafas y carteras, tatuajes, paseos a caballo, una ruleta con pequeñas casillas en la que un roedor decide quién se lleva el premio en un juego de azar. Los carnavales son más parecidos a una plaza comercial que a una jornada festiva: “Esto es ganancia para revendedores porque las ofertas del Estado son muy pocas”, comenta Dayana Pulido, que vino con su familia desde el reparto José Martí. “No he disfrutado nada, vine nada más a gastar dinero”, se queja.

Desde el oriente del país se han mudado a Santa Clara por estos días varios propietarios de castillos inflables y carruseles infantiles de factura criolla. Michel y Yoiné, el primero de Guantánamo y el otro de Las Tunas, dicen llevar seis meses fuera de sus casas en un recorrido itinerante por toda localidad donde se celebran fiestas populares. Por el espacio en el que dispusieron sus equipos, que no funcionan con electricidad sino con fuerza humana, pagan el monto de 8.000 pesos. Duermen y cocinan sus alimentos en un tráiler parqueado cerca de allí. Cada vuelta en el carrusel cuesta 50 pesos: “Estamos echando pa’lante, para llevar dinero a la familia”, dice Yoiné, el tunero.

Frente a otro de los castillos inflables, su propietario avisa con un silbato que se ha consumido el tiempo de diversión consistente en pocos minutos para dar saltos en su interior y por lo que los padres de los mejores han pagado también el monto de 50 pesos. En medio de la explanada, propietarios de pequeños autos infantiles cobran lo mismo por la ida y vuelta en un espacio de apenas seis o siete metros.
“Traje casi 5.000 pesos y ya no me queda casi nada. Esto es para desangrarse el bolsillo”, asegura Diamela, una madre residente en el reparto Camacho que dice haber “huido” de un apagón de 10 horas. “Vine para traer a mis hijos y mis sobrinos que no van nunca a ninguna parte y con estos apagones ni televisión pueden ver”. A las 6:00 de la tarde de los días 24 y 25 de julio buena parte de Santa Clara está sin electricidad. Desde los municipios llegan reportes de más de 15 horas continuas de apagón porque los carnavales del Sandino acaparan una proporción considerable de los megavatios reservados para toda la provincia.
Al pie de las publicaciones de redes sociales en la página del Gobierno municipal los santaclareños dejan sus comentarios: “Eso se llama uso irracional de la energía, tantas necesidades, tanta miseria, tanto déficit de combustible, y se gasta en fiestas populares”, escribió una usuaria identificada como Minerva Martínez. “No hay nada que celebrar”, arguyen otros.

En las carpas de la gastronomía estatal al centro del carnaval, donde además de vodka y ron venden porciones de caldosa preparada allí mismo, la turba de personas se aglomera para llenar sus repositorios de cerveza dispensada. La tarde del 25 de julio aún no habían llegado a la zona las tradicionales pipas de cerveza mientras que la bebida enlatada se vendía a 220 pesos la unidad en los puestos particulares. “Estuve media hora en la cola para la cerveza dispensada, para llenar un pomo que nada más me quitó la sed, y de nuevo para la cola. Ya ni emborracharse puede uno”, dice Mauricio, un santaclareño de 54 años. “Mira que yo he era carnavalero y te aseguro que estos son los más malos que recuerdo en mi vida”, termina.

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