
Aquellos cines de barrio que yo conocí
- Cuba
- octubre 18, 2025
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Según el libro “Los Cines de La Habana” de María Victoria Zardoya y Marisol Marrero, La Habana llegó a tener 138 salas cinematográficas.
LA HABANA, Cuba – En tiempos pasados, una de las principales distracciones para las personas, sobre todo las de bajos ingresos, era ir al cine del barrio.
El cine más cercano a mi domicilio era el Valentino, ubicado en una antigua intersección de la capital: La Esquina de Tejas.
El cine Valentino tenía un sencillo estilo Art Decó. Daba la impresión de que había sido un almacén. Tenía unas altas ventanas de bisagra que un empleado cerraba con un cordel al empezar la función. El ambiente era refrescado, con dos grandes ventiladores, uno a cada lado de la pantalla. Las butacas eran de madera, incómodas pero soportables.
El principal atractivo de aquel cine era el precio de la entrada. Entre semana valía 10 centavos, con tanda corrida con la presentación de dos cintas un documental, un dibujo animado y los consabidos anuncios de publicidad. Los sábados y domingos costaba 30 centavos, debido a que las películas proyectadas eran más recientes. Había un “Día para Damas”, en que las féminas podían entrar gratis.
Las cintas exhibidas tenían casi siempre largo tiempo de uso, y los rollos se partían durante la presentación del film con frecuencia. Esto generaba un grito de los asistentes que fue muy popular: “cojo, suelta la botella”, que originalmente aludía a cierto proyeccionista cojo y que gustaba de ingerir bebidas alcohólicas durante su trabajo.
También, cuando se partía la cinta, había algunas personas que proferían insultos y malas palabras al proyeccionista, que en definitiva no tenía culpa del percance.
En aquel cine era mala la calidad del sonido, lo que daba lugar a otro tipo de protesta con la frase: “Cojo, vitafón”.
Añadido a ese problema estaba la circulación por el pasillo de un vendedor con algunas confituras y refresco de esencia de fresa, pregonando en alta voz: “refresqui-fresa”, que daba lugar a que le gritaran: “cállate, que no me dejas oír”.
Asistí a este cine con mi madre, familiares y amigos de la zona durante mi niñez y parte de la adolescencia. Recuerdo que con 20 centavos, veía toda la tanda, podía merendar con cinco galletas de panadería y el mencionado refresco.
Muy cerca también de mi casa estaba el cine Rooselvelt, situado en la esquina de Monte y Fernandina, que después que pasó a manos del estado se llamó Guisa.
Este cine era más cómodo que el Valentino, pero el costo la entrada era mayor, por lo que íbamos menos que al Valentino, al que ya estábamos acostumbrados.
En cierta oportunidad, siendo niño, fui con una prima al Guisa a ver una película de terror llamada La Tarántula, y pasé un miedo tan grande que casi todo el tiempo estuve con los ojos tapados.
Otro cine del barrio, pero al que nunca entré fue el Esmeralda, al cual lo llamaban “el cine de los placeros”, por hallarse casi al frente de la Plaza de los Cuatro Caminos, por la calle Monte.
El cine Esmeralda fue edificado en 1908. Al lado del mismo vivió el escritor Guillermo Cabrera Infante. Lo menciona en su libro “La Habana para un Infante Difunto”, donde recuerda que desde su edificio se podía oír el sonido de la cinta que exhibían.
Otro cine que visité con asiduidad en mi niñez y adolescencia fue el Ámbar, en la esquina de las calles 15 y 14, en El Vedado, cuando con mis padres pasé a residir en ese barrio.
El Ámbar, que tuvo su época de gloria, había pasado a ser un cine de menor categoría. Tenía aire acondicionado, pero sus lunetas estaban destruidas.
Recuerdo que vi allí muchos viejos filmes norteamericanos que reestrenaron cuando después de 1960 ya no vinieron más películas de Estados Unidos; las checas “Vals para un millón” y “El amor se cosecha en verano”; y la española “El pequeño ruiseñor”, del niño cantante Joselito, que mucho gustaba a mi madre.
Visité de forma ocasional algunos cines de barrio que no estaban en el mío, como el Moderno, cerca de la Esquina de Toyo; el Ritz, en Luyanó; el Lux, en Buenavista; el Tosca, en la Calzada de Diez de Octubre, en La víbora; y El Olimpic, en la calle Línea, entre otros.
Ya convertido en cinéfilo, asistí a mejores cines donde pude ver las películas del neo realismo italiano, las francesas de la Nueva Ola; las películas musicales españolas como “Cantando a la Vida”, de Massiel, “La Vida Sigue Igual”, de Julio Iglesias, y “Cera virgen”, de Carmen Sevilla (esta última en 70 milímetros y pantalla panorámica, en el Cine Jigüe).
Era raro que un barrio de la populosa Habana no contara con un cine al menos. Según el libro “Los Cines de La Habana” de María Victoria Zardoya y Marisol Marrero, la capital cubana llegó a tener 138 salas cinematográficas. Hoy, debido a esa maquinaria arrasadora que es el Castro-comunismo, funcionan, si acaso, una decena de cines. El resto están demolidos, cerrados, o con otras funciones diferentes.
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