
A los que niegan esa realidad que, en Cuba, es el hambre
- Cuba
- agosto 2, 2025
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Tengo miedo a todos esos Brunos Rodríguez que son jefes y cancilleres de la indignidad y que niegan esa realidad que, en Cuba, es el hambre.
LA HABANA, Cuba. – Yo expuse mi cara, y también algo de mi viejo torso, después de que revivieran unas declaraciones de Bruno Rodríguez Parrilla de hace cuatro años: el ministro se atrevió a asegurar que en Cuba nadie pasaba hambre; y lo dijo, muy tranquilo, como quien chupa delicadamente un caramelo dulcísimo. “En Cuba no hay nadie pasando hambre”, así dijo ese canciller, que no es un bondadoso filete que fuera sacado del mar para ponerlo a asar, tras un buen aliño, en la parrilla.
Y, por eso y para mostrar mi delgadez, yo me expuse. Justo esta delgadez que ya pasa de ser delgadez y comienza a tener los tintes de la caquexia, que es un poco más crónica y mucho más fea, y pretendiendo confrontar al canciller que parece no tener mucha dignidad, como se acentuaba en aquel otro, yo conseguí la imagen con el estómago estragado y se veían los huesos de mi cara, y esas prominencias que suelen ser los pómulos haciéndose muchos más grandes en sus evidencias.
Yo me hice la foto, con el celular, claro. Yo me puse delante de esa cámara de mi teléfono para advertir, con la cámara, los estropicios de mi cara, la decadencia de un hombre que parece deshacerse un poco más cada día. Yo quería que el lector tuviera las evidencias de mi ―ya brutal― delgadez, esa delgadez que ya tiene casi todos los signos de la caquexia. Esa delgadez, de una consumición muy peligrosa para mi salud…
En la imagen no se ve todo lo que siento. En la imagen no se puede ver toda la dimensión de mi cansancio, ese sopor, que no es realmente un adormecimiento sino mucho más y, sobretodo, un peligro que podría ser mortal. Y lo mortal, ya lo sabemos, no es esporádico: la muerte por hambre es para toda la vida, para toda la muerte; y lo peor será que no quedarán evidencias. Los diarios comunistas no dejaran constatar las evidencias de mi muerte, de mi paso al más allá.
Nadie va a hacer una foto para un periódico, una instantánea que se atreva a hacer visible mi cara estragada, los ojos marchitos, mi dolor en el alma que quizá susurré todavía un poco, y la espalda que pesa y duele, y el hambre, el hambre, el hambre. El hambre es muy mal consejero. El hambre marchita los huesos. Y el hambreado parece no merecer las consideraciones que debíamos tener con los hambreados, esos que, según se dice, tienen un andar muy parecido al que exhiben los borrachos, ese que se torna zigzagueante, peligroso, y hasta mortal.
A mí me pesan los brazos, Bruno, a mí me pesa el cuerpo todo, y esa desolación que se empeña en adueñarse del abdomen, o más exactamente en el estómago que cruje, ¿ruge? Yo he conocido el hambre en la vejez, y temo que esa alimentación tan desastrosa se haga acompañar de males mayores. Me duele la espalda, me duele el dolor que es negado por las autoridades de un país que está viviendo sus momentos peores.
Tengo miedo; tengo miedo a la muerte por la inanición y el hambre, pero más le temo a ese andar lento y pesado de ahora, a las tripas que han dejado, con cierta apariencia de conformidad han dejado de sonar, como si supieran que ante cualquier advertencia que hagan no será correspondida. Me duelen tantas cosas. Me agobia el espíritu aquiescente de mis correligionarios. Tengo miedo al hambre, tengo mucho miedo a la muerte por hambre. Tengo miedo a todos esos Brunos Rodríguez que son jefes y cancilleres de la indignidad y que niegan esa realidad que, en Cuba, es el hambre.
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