
A José Gabriel lo torturó nuestra indiferencia
- Cuba
- mayo 6, 2025
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LA HABANA.- Si no fuéramos el pueblito indiferente en el que nos hemos convertido, la aldea que finge ser miedosa para disimular el oportunismo que le brota por los poros, entonces el ensañamiento contra José Gabriel Barrenecha y su madre hubiera sido motivo suficiente para gritar “¡Basta ya!”. Y que nos oyera el mundo.
Si de verdad mereciéramos compasión como “víctimas de un secuestro”, como “país abusado”, entonces estuviéramos en las calles asestándole a la dictadura el golpe definitivo pero elegimos mirar a otro lado, al más cómodo, el de la indiferencia, mientras la policía política torturaba a una pobre señora y a su hijo como castigo por la irreverencia, por ser un escritor que, apartándose del gremio de fingidores que constituye la “cultura oficialista”, prefirió denunciar y no vivir como un carnero más del rebaño.
Quienes pensaron que el régimen perdonaría a José Gabriel, permitiéndole estar con la anciana madre en sus horas finales, que las bestias del castrismo atenderían los reclamos, se equivocaron una vez más y todo como consecuencia de perseverar en el error de no comprender la naturaleza despiadada de un gobierno que jamás desaprovecha la oportunidad de castigar a quienes se le oponen.
Lo que ha pasado esta vez, y que apenas es un episodio en un extenso historial de impiedades, debería ser suficiente para convencernos de que a quienes criminalizan el disentimiento, a quienes castigan la protesta pacífica con tales métodos de pandilleros, no hay otro modo de tratarlos que no sea como a criminales, así como no hay otra manera de sacarlos del poder que no sea por la fuerza, como tampoco podemos pensar en el perdón, en hacer borrón y cuenta nueva una vez que pase lo que tendrá que pasar, aún a pesar de indiferentes, cómplices, oportunistas y “dialogueros”.
Con las dictaduras no se dialoga, mucho menos cuando llegan a este punto en que nos hemos perdido, donde ni siquiera el sufrimiento de una madre logra conmoverlos (y hacemos bien en recordar la crueldad que mostraron en el caso del niño Damir Ortiz), cuando les causa extrema satisfacción torturar a un ser humano que por sí solo le sería imposible convertirse en un peligro, en una fuerza que los derribe apenas con palabras certeras, con el intelecto, pero este último es algo que no tienen (en tanto a sus voceros y defensores los caracteriza la mediocridad, la ausencia de talento, la estupidez) y por eso castigan a un escritor disidente (lo cual es una redundancia, puesto que la disidencia es condición imprescindible en el oficio de pensar), para que sea uno menos y para que el castigo llene de miedos a los otros.
José Gabriel ha sido la cruel diversión más que el chivo expiatorio de un poder que necesita diseminar entre nosotros esa cuota de circo y terror que lo mantiene ahí donde está. Odiado e impopular, detestado y maldito pero sostenido por nuestra complicidad, por ese miedo que de tan antiguo terminó transformándose en indiferencia, haciéndonos tan “iguales a ellos” pero solo en la falta de piedad, y en la incapacidad para ver que es en nuestro propio reflejo y no bajo la piel de este o aquel “dirigente comunista”, donde habita el verdadero mal que nos ha transformado a todos en miserables, en insensibles.
Lo que hicieron con José Gabriel y con su madre es un crimen, otro más, pero nada que sea diferente a lo que han hecho durante más de medio siglo, y a la vista de un mundo que siempre les perdonará tales atrocidades porque, mientras parezcamos felices bajo el disfraz de la indiferencia, nadie estará obligado a hacer por nosotros lo que debimos hacer hace tiempo. Nadie peleará jamás nuestra batallas, mucho menos si no las comenzamos nosotros mismos.
A José Gabriel lo castigamos y torturamos todos los que quedamos en silencio, los que nos sentimos aliviados al pensar que esta vez no fue a nosotros, y que con suerte jamás lo será. De la violencia y el terror de un régimen en bancarrota hay para todos, la habrá en tal cantidad que será imposible que en algún momento no nos toquen. Porque la falta de compasión y la indiferencia es lo que los hace crecer.