
A 36 años del Domingo Sangriento del barrio San Pío X, en Itagüí
- Colombia
- marzo 19, 2025
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Sin duda para muchos 1989 –el año en el que las mafias mataron al candidato Luis Carlos Galán, al exgobernador de Antioquia, Antonio Roldán, y al exalcalde de Medellín, Pablo Peláez, y encima se dio el atentado del avión de Avianca– fue el “annus horribilis” de la historia reciente del país.
Todo porque se dio el embate con el que la violencia se ensañó con Colombia y Antioquia, dejando un registro de 23.441 homicidios en todo el país, de los cuales 4.443 (el 18%) los puso el Valle de Aburrá.
Y si bien la patria sufrió los embates del conflicto, ni qué decir de los barrios de Medellín y el área metropolitana. Estos también llevan su procesión por dentro pues, aunque ni en sus barriadas ni esquinas mataron a personajes ilustres, sí cayeron víctimas del monstruo de la violencia, padres, madres, hijos, hermanos, sobrinos, amigos, que también hasta hoy se recuerdan con cariño mientras sus muertes siguen impunes.
Hoy, exactos 36 años después, recordamos uno de esos casos que conmocionó a uno de los municipios del Valle de Aburrá, aun en medio de esa barbarie de sangre y violencia de la que era víctima por cuenta de los violentos y los narcotraficantes.
Domingo sangriento
Según las crónicas periodísticas ese 19 de marzo, justo un Domingo de Ramos, un fuerte estruendo sacudió a los habitantes del barrio San Pío X, de Itagüí. En ese instante, cerca de las 4:30 p.m., una edificación ubicada en mitad de la calle 31A con carrera 45A fue arrasada tras una fuerte explosión que la tumbó como un castillo de naipes.
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El atentado tomó por sorpresa a los habitantes del barrio no solo por el sacrílego ataque en pleno Domingo de Ramos, sino porque aunque en la ciudad la explosión de petardos era algo infortunadamente común en ese entonces, dichas explosiones ocurrían sobre todo en puntos importantes.
Por eso, una bomba en un barrio popular fue un nuevo “hito” en la degradación de la guerra que vivía la ciudad.
Mientras el polvo se disipaba, la comunidad llegó tan pronto como pudo para ver qué había sucedido y cómo podía colaborar. Fue así que comenzó el conteo de afectados que posteriormente arrojó un balance de seis muertos.
Ese día murieron Luz Eneida García Carmona, de 17 años; Jaime Gutiérrez Correa, de 28; Francisco José Quirama, de 52, y Claudia Quirama Quiroz, hija del anterior, de 21 años. También murió un niño de cinco años de nombre Sergio Ramos.
Además, el ataque dejó 11 heridos, entre ellos cinco menores de edad que tuvieron que ser llevado al Hospital San Rafael de la localidad, pero ante la precariedad de este fueron trasladados a Policlínica, de acuerdo con las reseñas judiciales de la época.
Según los artículos de ese entonces, dos grupos de hombres que se movilizaban en un Renault 12 blanco y un Mazda de color rojo llegaron hasta el mencionado punto –donde operaba una cafetería– y abrieron fuego contra los presentes. Varias personas que se encontraban allí jugando cartas fueron las primeras víctimas de la ráfaga de tiros.
Posteriormente los atacantes dejaron una bomba –al parecer compuesta por cuatro kilos de dinamita– y abandonaron el lugar de la masacre. Momentos después el artefacto explosivo detonó.
La cuestión es que la fuerte onda expansiva no solo afectó la cafetería, sino también las dos edificaciones que había sobre ella y otras dos a sus lados. Con los cimientos comprometidos, la edificación se vino al piso agravando aún más la emergencia ya acaecida en el barrio. Todo era horror y confusión cuando el sol comenzó a caer ese domingo sangriento.
Durante la noche de ese 19 de marzo, las autoridades comenzaron no solo la búsqueda de más sobrevivientes debajo de los escombros, sino también de los responsables del hecho, pero estos nunca habrían aparecido.
Posteriormente un folleto clandestino, tal vez escrito de afán en máquina y que incluía una foto del desastre mal fotocopiada, fue lanzado debajo de las puertas de las casas y en él se narraba con detalles lo ocurrido, a la vez que invitaba a reflexionar sobre esa guerra “de pobre contra pobre”. Uno de ellos, (¿milagrosamente?) sobrevivió hasta hoy.
Folleto que apareció en las casas después del atentado. FOTO: Cortesía
“El día era nublado, dudoso… La sospecha del calor de Segovia es semejante a la de San Pío. Algo puede pasar… ¡Y paso! (…) Todo fue tan repentino, tan espantoso… tan innecesario. Los minutos eternos y temblorosos de dolor. La gente aglomerada sobre el polvo de la tragedia gritaba, lloraba pero no se movía. ¡Parecíamos arboles!”, detalló el anónimo cronista.
“Varios vecinos se metieron entre el revoltijo a sacar sobrevivientes. Estaba doña Luz, con sangre por todas partes por los huecos en su cuerpo. Debajo de un bloque de muro encontraron a Cristina llorando espantosamente. El niño de cinco años que murió ya estaba de un color verde y sus ojitos llenos de tierra y sangre, como también la muchacha de ojos grandes que yacía muerta. ‘Popeye’ (un personaje del barrio) gritaba y lloraba, su cara estaba envuelta en sangre e hinchada. Don Pacho murió en su tienda, la que también fue nuestra, así como la niña que ‘rellenaron’ de bala. Los asesinos querían acabar con cualquiera. Desde el deposito hasta la otra esquina descargaron su rabia. San Pío era un Vietnam simultáneo. Luego los familiares buscaban sobrevivientes, lloraban y maldecían esta tragedia injusta como duele una injusticia… Lo demás ya todos lo sabemos”, escribió el autor que solo atinó a firmar su escrito como “Desde el Ataúd”.
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¿Quienes fueron responsables?
Con el paso de los días se supo que quienes estarían detrás del atentado era una banda conocida como Los Pitufos y que su accionar se habría dado por un supuesto “ajuste de cuentas” (qué curiosa es la longevidad del término policíaco) con otra banda rival. Sin embargo, hasta donde se pudo averiguar nunca se supo si fueron detenidos y llevados a juicio por su horrendo crimen.
Hubiera sido bueno escribir que este fue el punto de inflexión de la violencia en San Pío, pero infortunadamente no fue así. Por un tiempo la situación antes se agravó y de hecho el 12 de diciembre de 1990 se dio otra masacre, la de la taberna Esturpy, donde mataron a 14 personas a punta de ametralladoras y granadas.
Archivo de prensa sobre la explosión en el barrio San Pío X. FOTO: Archivo EL COLOMBIANO
Lo que sí se puede decir es que –como sucedió en gran parte de la ciudad– a su modo las cargas se fueron acomodando y el fantasma de la violencia poco a poco se fue exorcizando.
Hoy en día San Pío es otro. Por fin ha vuelto la calma así parezca “chicha” y se ha convertido en uno de los puntos más cotizados de Itagüí por su ubicación estratégica. ¡Y hasta se dio el lujo de tener su propio centro comercial!
Aun así, pese al positivismo reinante hay que recordar hechos como este para evitar que vuelvan a ocurrir, sobre todo en un momento donde el péndulo de la historia parece volver a marcar el inicio de un nuevo ciclo de aciagas fechas que ya parecían superadas.