Revelan detalles de la llamada entre Donald Trump y Nicolás Maduro – Nicaragua Investiga
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- diciembre 2, 2025
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Fuentes cercanas al equipo de Donald Trump, citadas por Reuters, revelan que el presidente electo de EE.UU. ha clausurado de manera tajante las súplicas del líder chavista Nicolás Maduro por un salvavidas político. Lo que comenzó como un breve intercambio telefónico el 21 de noviembre de 2025 —apenas 15 minutos de tensión— se ha convertido en un portazo definitivo, dejando al dictador sudamericano con menos salidas que un peón en un tablero de ajedrez en jaque. Esta revelación no solo subraya la impaciencia de Washington ante el colapso venezolano, sino que cuestiona de fondo la viabilidad de un régimen que, desde 2013, ha navegado entre elecciones cuestionadas y acusaciones de narcotráfico, todo mientras el país se desangra en pobreza y éxodo masivo.
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El núcleo del rechazo es brutal en su simplicidad: Maduro, acorralado por la ilegitimidad de su «reelección» del año pasado —desestimada por observadores independientes como un fraude descarado donde la oposición arrasó con claridad—, pidió lo imposible.
Quería amnistía total para él y su clan familiar, el levantamiento de sanciones que asfixian a más de un centenar de funcionarios implicados en violaciones a los derechos humanos, corrupción rampante y presunto lavado de dólares sucios. Incluso flotó la idea de que su vicepresidenta, Delcy Rodríguez —figura clave en la represión y las finanzas opacas del chavismo—, tomara las riendas de un gobierno transitorio hasta unas elecciones «limpias». Como remate, solicitó un salvoconducto seguro para exiliarse con su familia en solo una semana, un plazo que expiró el 28 de noviembre sin que Caracas moviera un dedo más allá de promesas vacías.
Trump, fiel a su estilo de ultimátums sin concesiones, no mordió el anzuelo. En cambio, extendió una oferta limitada: una semana para que Maduro y los suyos abandonaran el poder y el país, con destino a elegir pero sin garantías de impunidad. Al vencer el plazo, la respuesta fue inmediata y punitiva: el cierre del espacio aéreo venezolano el 29 de noviembre, un golpe logístico que aísla aún más a un gobierno ya estrangulado por el embargo económico y operaciones militares estadounidenses contra embarcaciones ligadas al «Cartel de los Soles» —la red narco que, según Washington, incluye al propio Maduro y a pesos pesados como el ministro del Interior, Diosdado Cabello. Con recompensas de hasta 50 millones de dólares por sus cabezas y una orden de captura de la Corte Penal Internacional colgando como una espada de Damocles, las opciones de Maduro se evaporan como el petróleo que su régimen no puede refinar.
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Desde una perspectiva crítica, este pulso diplomático no es solo un capítulo más en la saga de intervencionismo yanqui —como gritan los voceros chavistas, culpando a EE.UU. de codiciar las reservas petroleras venezolanas—. Es un espejo implacable de la podredumbre interna: un líder que jura «lealtad absoluta» al pueblo en ceremonias huecas el 1 de diciembre, mientras su hueste enfrenta cargos por genocidio lento vía hambruna y represión. ¿Por qué no ha cedido Maduro? Porque cualquier negociación real implicaría desmantelar un aparato de poder construido sobre lealtades forzadas y botines compartidos, un riesgo mayor que el aislamiento internacional. Trump, por su parte, no parece interesado en matices: su «presión máxima» —que incluye amenazas de incursiones terrestres— huele a cálculo electoral interno, donde Venezuela sirve de trofeo para una base que aplaude la mano dura contra «dictadores socialistas».
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En el fondo, esta negativa no resuelve la agonía venezolana; la acelera. Con una nueva llamada pedida por Caracas en el aire y discusiones internas en la Casa Blanca sobre el próximo paso, el régimen de Maduro cojea hacia un precipicio impredecible.
¿Un éxodo negociado al estilo de otros tiranos? ¿O un estallido interno que Washington observe desde la distancia, lavándose las manos? Lo cierto es que, mientras el petróleo fluye hacia aliados como Rusia o Irán, el pueblo venezolano —el gran ausente en estas cumbres de poder— sigue pagando el precio de ambiciones ajenas.