Puerto Padre: sin seguridad pública ni jurídica, como el potrero de Don Pío

Puerto Padre: sin seguridad pública ni jurídica, como el potrero de Don Pío

  • Cuba
  • octubre 23, 2025
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Así vivimos en Puerto Padre, en un escenario donde la seguridad brilla por su ausencia, y de nada vale ir a la Fiscalía y establecer una queja.

PUERTO PADRE, Cuba.- Muy pasadas las dos de la madrugada de este martes, un ruido insoportable, ensordecedor —irritante como para hacer justicia con mano propia— me despertó. El escándalo, proveniente de la esquina, causado por voces alebrestadas por la ingestión de bebidas alcohólicas u otras sustancias alucinógenas y música amplificada a todo volumen, era producido por el mismo vecino de siempre, un alborotador impune, el que a esa hora regresaba de juergas junto a su grupo.

De su conducta antisocial ya hablamos en el artículo “Fiscalía en Puerto Padre: ley y orden con unos, vista gorda con otros”, por lo que es innecesario volver a esa historia en la que afirmamos: “Crónica de la desfachatez es esta. Sí, estos son anales de la incuria. Recuerdan el cohecho y la prevaricación. Y, en consecuencia del conato o del hecho consumado, cumpliendo con sus encargos constitucionales debían tomar nota la Fiscalía General de la República, el Tribunal Supremo, Miguel Díaz-Canel y el Partido Comunista, digo, si va en serio y no es mera propaganda la cruzada que llaman contra el delito, la corrupción, las ilegalidades y las indisciplinas sociales”.

Pues bien, como dije aquella vez, parece que por sus resultados borrosos de un día para otro, los ejercicios llamados “contra el delito, la corrupción, las ilegalidades y las indisciplinas sociales”, son mera propaganda de Díaz-Canel y el Partido Comunista. Por ningún lado al que miremos se ve disminución de la criminalidad, la corrupción ni de eso que eufemísticamente llaman “ilegalidades e indisciplinas sociales”, pero que en realidad son conductas antisociales preámbulos de crímenes, propias de personas cuasi delincuentes que según hemos dicho en otros artículos son potenciales delictivos sin control policial ni jurídico, por ejemplo, como el vecino que a cualquier hora de la noche o la madrugada, haciéndose dueño del barrio con la complicidad de fiscales y policías, amplifica música a todo volumen, haciendo el sueño imposible a quienes trabajamos o —y esto es más criminal— a personas que ya ancianas padecen múltiples enfermedades, insuficientemente tratadas por falta de medicamentos y agravadas por el acoso nocturno de un antisocial.

Desde el Código de Defensa Social (CDS), promulgado por el Decreto-Ley No. 802 de 4 de abril de 1936 —y obsérvese que en lugar de Código Penal como catálogo de castigos y penas, por ser relatoría para el bienestar humano, se le conceptuó como de Defensa Social— se observa, investiga y controla como persona potencialmente delictiva a todo individuo que quebranta habitualmente las reglas de convivencia humana, social, mediante actos violentos, o por cualquier otra acción que, por provocadora, viola derechos de los demás o que por su comportamiento en general daña las reglas de convivencia o perturba el orden de la comunidad.

Huelga decir que la defensa social en Cuba hoy más que nunca se encuentra en terreno de nadie, inerme, sí, totalmente abandonada, indefensa. Pero siguiendo el proverbio hindú que dice, “cuenta de tu aldea y contarás del mundo”, en este artículo diré sólo de mi pueblo, del potrero de Don Pío en que se ha transformado Puerto Padre.

Según el folclor, tal potrero, el de Pío, es sitio donde no hay ley ni orden y donde impera el caos, y en ese muladar que no es sólo de basura sino también inmoral por falta de ética, de decencia individual y de civismo colectivo, en ese montón de gente adocenada cual granja de cerdos —salvo honrosas excepciones—, en ese chiquero se ha convertido mi “ciudad”, el otrora culto y muy cultural Puerto Padre.

La vulgaridad, esa ordinariez propia de ladrones, y la simpleza, sí, esa bobería que desciende en la persona hasta llegar a la estupidez rayana con el cretinismo disfrazado de voyageur, que en realidad más que de un ser cosmopolita hace al individuo en un anclado en sí mismo y en su tierra vana por más que pernocte en la capital del mundo, pues no enraizaron esas taras humanas en mi pueblo de un año para otro, sino que son lodos en sedimentación por más de medio siglo.

La condensación de esos menoscabos que hoy vemos transformados en lacras no individuales sino de cohorte, comenzaron hace muchísimos años, cuando el papel de la familia fue disminuido a mero ente reproductor, los maestros y las escuelas convertidos en comisariados políticos, y el municipio pasó de órgano de gobierno colegiado a correveidile del Estado, entiéndase, del Partido Comunista.

Así las mujeres en demasiada proporción pasaron de madres a “jineteras”, un eufemismo veloz para llamar a las prostitutas; y los hombres, en demasía, dejaron de ser padres de familias para convertirse en chulos, compréndase en proxenetas vendedores de sus propias esposas. De tales “matrimonios” no fue raro entonces una progenie degradada no sólo genéticamente sino también por una instrucción estatal que de educación formal, moral, absolutamente nada tiene. Carentes de decoro, esos son los sujetos que nos hacen insoportables los días y las noches.

Pero sujetos así no sólo son potenciales delictivos, sino que también hacen de policías, fiscales, jueces, autoridades de gobierno y comisarios del Partido Comunista. Eso hace que, por afinidad, se diluya la seguridad pública, de por sí precaria o nula por no existir prevención del delito ni de la persona delincuente. Y en ese escenario de inseguridad ciudadana, campea para mal mayor, la más absoluta inseguridad jurídica. La protección de los derechos fundamentales, en un ambiente con alta proclividad a la corrupción, es un sofisma. De nada vale ir a la Fiscalía y establecer una queja para restablecer la legalidad quebrantada. Lo sé yo. Por padecer esa experiencia que recuerda un delito de prevaricación. Así vivimos en Puerto Padre, como en el potrero de Don Pío.

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