
“No se puede matar lo que ya no vive”: cubanos sentencian el fin de los CDR
- Cuba
- septiembre 28, 2025
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Los CDR fueron una vez presentados como base de la organización comunitaria, pero hoy son vistos por muchos como una estructura anacrónica.
MIAMI, Estados Unidos – “Murió la flor, se acabó todo. Los CDR no existen porque hace mucho tiempo no hacen nada. Incluso antes había carteles que decían ‘Aquí radica el CDR número tal’, y ya ni esos carteles se ven”, dice el holguinero Carlos Valdés al referirse a la decadencia de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), identificados oficialmente como la mayor organización de masa de Cuba y que este domingo 28 de septiembre cumplirían 65 años.
Los CDR fueron alguna vez presentados como la base de la vigilancia y la organización comunitaria, sin embargo, hoy son vistos por muchos como una estructura anacrónica y un esqueleto burocrático sin utilidad.
Lo que antes era un centro de actividad del barrio, hoy es blanco de la indiferencia general, una situación acelerada por la crisis económica, la apatía y una desconexión con las nuevas generaciones que no entienden la razón de ser de los CDR.
La nostalgia es, curiosamente, el primer pretexto al hablar del pasado de los CDR. Ernesto Pérez, vecino del reparto Alcides Pino, rememora una época de celebración colectiva que hoy parece algo inverosímil. “Los 28 de septiembre eran un fiestón. Te daban cerveza, te daban viandas y cárnicos para hacer la caldosa. Pero la fiesta se acabó porque no dan comida para celebrarla. En vez de festejar seguro habrá un apagón, como todos los días”.
Los recuerdos van más allá de la comida. Arelis González, en el reparto El Llano, detalla los recursos de una celebración que supuestamente fortalecía los vínculos entre vecinos. “Se recogía dinero y había que ir a buscar los cárnicos, te daban un bono para comprar la cerveza, adornábamos toda la cuadra y había refresco y dulces para los niños”
Es notable el contraste con la situación actual. La escasez, el alto costo de la vida y una inflación interanual oficial del 14.75% en julio de 2025 continúan mermando el ya de por sí bajo poder de compra.
La crisis ha suplantado cualquier posibilidad de festejo comunitario, como lo señala Marta Rodríguez, del reparto Ramon Quintana. “Se pasa hambre porque todo está muy caro. Desde hace años en mi cuadra no se celebra nada. No hay fiesta porque el presidente del CDR dice que no le dan recursos. El año pasado él intento celebrar el 28 de septiembre con la ayuda de los vecinos, pero nadie pudo dar ni un grano de arroz, si no tenemos comida para nosotros como vamos a dar comida para celebrar”.
El compromiso de los cederistas iba más allá de las fiestas anuales. Ricardo Fuentes recuerda una época de participación activa que hoy es un pasado remoto.
“En los CDR antes había hasta trabajo voluntario. Yo fui a limpiar frijoles por allá por las lomas. Los CDR te pedían de todo: la donación de sangre, la guardia, la cotización… y cada un año, te daban una fiestecita el 28 de septiembre, pero ya eso hace mucho que se acabó”.
Mientras la memoria popular mantiene vivo al recuerdo de la caldosa y la cerveza, la propaganda oficial sigue anclada en la épica fundacional.
Concebidos el 28 de septiembre de 1960 como “la mayor organización de masas del país, con millones de miembros insertos y tareas fundamentales en la defensa nacional y la vida barrial”, su función ha quedado desecha en la práctica.
La celebración del 28 de septiembre sucumbe y lo que queda es una estructura vista como inoperante. “¿CDR hoy? la palabra que me viene a la mente es ‘un fantasma’. Porque se supone que está ahí, pero nadie lo ve: nadie lo siente, y solo aparece para asustarte con que tienes que pagar la cotización. No hace más nada”, opina la holguinera Marisela Torres.
Para muchos la única actividad vigente de los CDR es, precisamente, el cobro de la cotización mensual entre sus miembros. Jesús Cisneros, como tantos holguineros, cuestiona el destino de esos fondos. “El dinero de la cotización parece que se lo traga la tierra. Nunca he visto que con ese dinero hayan arreglado ni un bombillo del alumbrado. Se supone que es para ‘actividades’, pero aquí no se ve una actividad desde que los peloteros de Holguín ganaron el campeonato en el año 2002 con Tico Hernández como director de equipo”.
Esta apreciación no es solo de los holguineros. Oficialmente se admite una crisis interna, reconociendo un insuficiente funcionamiento de sus organizaciones de base y estructuras de mando incompletas, lo que reduce su capacidad para solucionar temas fundamentales del barrio, dando lugar a la percepción de ineficacia en la atención de problemas diarios
Gerardo Hernández Nordelo, su coordinador nacional desde septiembre de 2020, ha reconocido públicamente estas deficiencias.
“Es prioridad para el Secretariado Nacional de los CDR la atención a los 69 municipios que tienen sus secretariados incompletos, con situaciones desfavorables, al no contar con reservas o con algún cuadro con posibilidad de ser promovido”
A nivel de barrio, el problema se personaliza. Ismaray López Domínguez describe el liderazgo de su CDR como un hecho formal y conveniente. “La presidenta de mi comité es una señora y lo aceptó el cargo porque nadie más quería ser presidente de CDR. Cogieron a la señora por cansancio. Ahí no hay convicción ni nada, eso es una decisión de ella para que no la molesten con unos negocios que tiene”.
La función de vigilancia, la base original de la organización, también se ha perdido. Algunos, como Isabel Batista del reparto Harlem, la recuerdan como un deber cívico.
“Tú sabes la cantidad de guardias que yo hice en los CDR. Me acuerdo perfectamente: era de once a doce, de doce a dos, de dos a cuatro… Qué tiempos aquellos. Ahora, ya ni guardia se hace en los CDR”.
Otros holguineros, sin embargo, tienen una memoria menos amable sobre este tema. Yanelis Cruz Martínez recuerda a las guardias cederistas como un mecanismo de control social.
“Las guardias del CDR se hacían más para vigilar que para cuidar. No se me olvida que la presidenta de mi CDR tenía una libretica donde apuntaba a qué hora llegaba el novio de la muchacha del frente y a qué hora se iba. Para cuidar de los ladrones y los robos no servía, era mejor para el chisme y el brete”.
Sin embargo, el golpe decisivo contra los CDR parece ser generacional. Los jóvenes ven la organización como una reliquia antigua difícil de descifrar. “A un joven tú le dices ‘CDR’ y te pregunta: ‘¿CDR? ¿Y eso pa’ qué es?’. Para ellos, el CDR es una cosa de los viejos”, opina Pedro Sarmiento.
Este conjunto de ideas y realidades sobre los CDR recuerda la llamada “teoría del caballo muerto”. El concepto describe la persistencia sin resultados en mantener con vida una estructura que ha perdido su propósito y eficacia, manifestándose de manera evidente en el contraste entre el afán oficial de mantener la organización a toda costa y el creciente desinterés, la apatía ciudadana y la incapacidad de los CDR para adaptarse a la nueva realidad cubana.
“Los CDR ya ni historia son. Muy pocos se acuerdan que existieron. No hay nada. Y como no hay nada, no se hace nada”, opina la holguinera Raquel Domínguez quien sostiene que la imagen de los CDR es de decadencia total como un objeto olvidado. “Pasó de ser un instrumento de control a ser una pieza de museo, un fósil viviente de otra época”, sentencia Domínguez
La pregunta sobre el futuro de los CDR encuentra respuesta en la indiferencia que provocaría su desaparición. “Si algún día anuncian”, dice Jorge Luis Fernández, “que se eliminaron los CDR, nadie se daría cuenta, porque no se puede enterrar algo que lleva hace años muerto”.
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