«El químico» cuesta menos que una pizza

«El químico» cuesta menos que una pizza

  • Cuba
  • septiembre 23, 2025
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Robó a sus padres, y no para comprar una pizza, sino para enredarse cada vez más con «el químico». Así sucede cada día en este país, sobre todo en La Habana.

LA HABANA, Cuba. – Ya él había probado la marihuana. Fue por aquellos años en los que estuvo cumpliendo el Servicio Militar. Un recluta, compañero suyo, lo invitó a probarla y le pintó villas y castillas. Era grande el entusiasmo con el que hablo el socio de sus bondades, sobre todo cuando le aseguró que no era cara, y para probarla le hizo saber que costaba mucho menos que una pizza y, lo que era mejor aún, también aplacaba el hambre, al menos por un rato.

El otro abrió los ojos en señal de asombro, parecía incrédulo, espantado y se quedó en silencio, quizá esperando la insistencia del compañero. Él necesitaba un empujón mayor, pensó en lo que podrían decir sus padres, en la reacción que tendrían; también imaginó que podría ser sorprendido por algún oficial que le hiciera una amonestación, que le quitara el pase, incluso que llamara a sus padres, que lo encerraran unos días en un calabozo, quizá mucho más, por su atrevimiento.

Y no pasó nada de eso que él previera. Los guardias no se enteraron y no hubo amonestaciones, no le quitaron el pase de estímulo y se fue a su casa el fin de semana, y repitió, repitió dos veces, quizá más, e involucró a la novia que parecía muy timorata al principio, pero él tenía sus mañas, se creyó un viejo zorro, desplegó sus vastas aptitudes para convencerla.

Los dos fueron felices el fin de semana, no hubo ninguna fiesta que los sedujera más que “el químico”. Lo desecharon todo, incluso los trabajos prácticos que le habían encomendado a la muchacha para que los entregara el lunes. Ellos se creyeron en la gloria y se juraron amor en todos los tiempos por venir, y mucho más si “el químico” seguía teniendo un precio menor al de las pizzas que a ambos les gustaban tanto.

El muchacho volvió a la unidad militar creyéndose un héroe, y ella a la escuela sin hacer ninguno de los trabajos prácticos que le habían encargado, esos que debía entregar en la muy temprana mañana del lunes, creyendo que ese atrevimiento de fin de semana era una de las más grandes heroicidades de su vida, y lo mejor de todo era que no habían tenido grandes gastos, solo una bobería que no hacía mellas a quienes muy poco dinero tenían.

Los dos se amaron en medio de la euforia que propiciara “el químico”, ese que valía mucho menos que una pizza con jamón y queso. Ellos contaron, al menos eso llegaron a creer, que eran felices, que el sexo que tenían era mejor que antes, aunque no pudieran probarlo. Ellos se creyeron revolucionando el mundo, y repitieron una y otra vez y, lo peor, sin llegar al hartazgo.

Los dos probaron muchas veces, y dejaron de cumplir con sus deberes; ella con las tareas de la escuela, él con el regreso a la unidad después del pase, con el rendimiento en las prácticas de tiro, con toda la preparación militar. Ellos creyeron, cada vez más, que eran felices, que eran muy felices. Y en algún sentido lo eran, al menos al principio, cuando se enredaban en la cama y quedaban extasiados, y siempre atendiendo a los mínimos gastos que costaba aquel placer.

El desatendió su, ya grande, vocación por la electricidad y no volvió a abrir más esos libros que su padre le regalara cuando creyó que también sería un ingeniero eléctrico, pero sus pensamientos no iban mucho más allá del “químico” tan barato y de sensaciones nuevas que el confundía con la gloria. El robó a sus padres, y no para comprar una pizza, él robó para enredarse cada vez más con “el químico”. Creyó que era feliz.

Y así sucede cada día en este país, sobre todo en La Habana. Los jóvenes dejaron de encontrar bondades en la lectura, como el muchacho de esta historia muy real. Él ya no toca a mi puerta para pedirme un libro, para comentar un poco el que me traía de vuelta. Él ya no se interesa en la música como antes, y hasta vendió sus bocinas porque no tenía dinero para pagar lo poco que cuesta “el químico”. Ese muchacho, el de esta historia realísima, es una de las más terribles pesadillas de este país.

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