Diarreas en el tren de Manzanillo

Diarreas en el tren de Manzanillo

  • Cuba
  • septiembre 20, 2025
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El tren especial No.18 Manzanillo-La Habana tuvo que realizar una parada de emergencia a causa de un brote diarreico entre pasajeros.

 LA HABANA, Cuba – Antes, cuando se mencionaba a la ciudad de Manzanillo, enseguida se hacía recordación a Celia Sánchez, y también a aquel disparo fulminante que dejó muerto para siempre a Jesús Menéndez en esas tierras orientales, pero las cosas cambian, incluso en esas geografías que tienen la grandilocuencia, la prosopopeya de lo que tiende a ser trágico, quizá demasiado nefasto.

Manzanillo, y probablemente todo el territorio oriental cubano, carga con esa presunción, con esa vanidad que lo trágico despierta en muchos, sobre todo en quienes se creen los únicos artífices de la historia más reciente de esta Isla.

La historia, al menos en Cuba, no la escriben los hombres, al menos no los cubanos de a pie. La historia la escriben los que dictan, los que dicen qué es lo que se puede contar de un suceso histórico y qué cosa no se puede contar.  La historia cubana la escriben, más bien la deciden, los jefes, esos cabezones que se interesan en la parte de la historia que puede ser contada sin temores, sin revalorizaciones, y también la que debe ser desechada y escondida bajo cuatro llaves.

La historia, al menos en la Cuba posterior al 1959, ha sido escrita por los jefes, por esos decisores de alto rango que son los que dictan que partes pueden ser puestas a la luz y cuáles serán escondidas para siempre y bajo cuatro llaves. En Cuba los jefes suelen creerse historiadores. Los jefes dictan, advierten los pasajes que deberán ser sacados a la luz, y difundidos hasta la saciedad según los intereses de los más poderosos, de esos revisores que suelen ser los más grandes censores de nuestra historia.

Y a veces aparecen también eso que mi abuela llamaba los imponderables, esos sucesos que no hay quien los detenga, no hay quien pueda mantenerlos a escondidas para siempre. Y así sucedió en estos días, y en esas tierras “heroicas” del irredento oriente cubano, en esas tierras en las que los comunistas han creído tener su gran centro de decisiones y fidelidades, en el sitio más fiel, el más inexpugnable de entre todos los que existen en la Isla, según ellos, los que se suponen los únicos y verdaderos relatores de la revolución comunista.

Y una diarrea pantagruélica sucedió allá en oriente, en esa tierra alabada por los comunistas. Una diarrea en un tren en marcha, una diarrea en un tren que tiene un destino y tiene horarios muy precisos, invulnerables, y quizá solo un brevísimo urinario donde dejar esas evacuaciones que deben ser depositadas de inmediato en una brevísima taza destinada a esas urgencias que la fisiología humana recomienda que sean atendidas con la urgencia, y en la más absoluta de las privacidades.

Y en ese tren salido de Manzanillo, de la tierra que vio nacer a Celia Sánchez, de esa Celia Sánchez que se encargara de cuidar toda la papelería de eso que algunos llaman todavía “Revolución”, se produjo una hecatombe, y para ser más específico un gran brote de diarrea, quizá porque comieron mucho, quizá porque no comieron nada. Un brote de diarreas, un pantagruélico brote de descomposiciones en un tren en marcha, en un tren en el que muchas veces el baño es cosa muy rara, sobre todo si son muchos los viajeros que deben responder con prontitud a esos reclamos que hace el cuerpo enfermo y que terminan en sufriendo esas pantagruélicas deposiciones que exasperan, sobre todo si son muchos los que deben hacer las más urgentes evacuaciones.

Y sí, dicen que ocurrió una gran deposición en aquel tren, una diarrea larga y muy insistente, pantagruélica, en la que no apareció ni la más mínima señal de contención. Y dicen que muchas de esas nalgas que se implicaron, muchas de esas nalgas que se habían posado ya en los asientos reservados para hacer el viaje desde Manzanillo hasta La Habana sufrieron esa hecatombe putrefacta.

Manzanillo, su tren en viaje hasta La Habana no venía cargado de comunistas esta vez, venía cargado de diarreas, de esas inmundicias que eran sobras, que son el detritus de esos cuerpos maltrechos y muy enfermos. Esta vez Manzanillo no exhibía heroicidades que merecieran de los acostumbrados aplausos. Esta vez Manzanillo hizo la relatoría de la mierda, un sinfín de cuerpos enfermos y todo su detritus. Esta vez Manzanillo, la ciudad irredenta, la ciudad del oriente fidelista se extinguía en deposiciones.

Y esa es Cuba, un país enfermo reunido en un tren que desanda un camino de rieles, y donde la mejor solución para evitar un desastre mayor es poner las nalgas en alguna ventanilla, y deponer, deponer con todas las fuerzas, sacar todo lo malo, incluso en un camino de rieles, aunque el embarro sea enorme, incontenible. Cuba es un cúmulo de diarreas, el horror.

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