
Los viajes de Diazca y Lis: psicoterapia conyugal por cuenta de Liborio
- Cuba
- septiembre 16, 2025
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LA HABANA.- Quienes deseaban creer que la presencia de Díaz-Canel y compañía en Asia sería relevante, pudieron comprobar la importancia exacta que tiene la continuidad castrista gracias a cierta fotografía que dio mucho de qué hablar durante la gira del gobernante cubano por esas latitudes. En ella se veía una delegación encabezada por el presidente chino, Xi Jinping, junto a sus homólogos Vladimir Putin (Rusia) y Kim Jong-un (República Democrática de Corea). Detrás caminaban personajes de consideración que fueron invitados a celebrar el 80 aniversario de la victoria de China sobre Japón. Un poco más atrás, en lo que vendría siendo el equivalente al tercer balcón del Gran Teatro de La Habana, avanzaba una doble fila de personajillos e inmediatamente después, en la quinta fila (tertulia, gallinero, cazuela), Díaz-Canel y su esposa, Lis Cuesta, que no es primera dama, como ya sabemos.
La imagen desató burlas y comparaciones, porque ese ninguneo es otra de las tantas cosas que “con Fidel no pasaban”. El bárbaro, dijo la gente, hubiera estado en primera fila, atravesado entre Putin y el gordito norcoreano, y hasta se hubiera colocado él mismo al lado de Xi-Jinping para que el mundo entero viera que Castro estaba ahí, junto a los timoneles del orden mundial que le caían bien.
No ocurrió así con Díaz-Canel, pues Cuba ha dejado de ser importante más allá del interés geopolítico, que hay que explotar con cuidado porque Donald Trump no es un hombre paciente. Cuba ya no hace ganar dinero a sus socios, y su gobierno carece por completo de credibilidad. La gira fue para pasar el cepillo y llegarse hasta la celebración de Xi-Jinping, quien, con hospitalidad y paciencia asiáticas, volvió a recibir a su amigo limosnero caribeño y a su esposa, cuya incorporación a las delegaciones oficiales constituye un despilfarro.
En esos eventos del más alto nivel, Díaz-Canel y Lis Cuesta son un par de macramés que nadie sabe dónde colgar. No son atractivos ni interesantes, más bien son de bajo costo y se les nota, a pesar de las ropas, relojes, carteras y zapatos empleados para la ocasión. Los cubanos se indignan y denuncian, con razón, lo mucho que nos cuesta Lis Cuesta, pero no acaban de entender que el único y verdadero motivo por el que ella va con su marido a todas partes, es precisamente evitar que Díaz-Canel se desmorone, muchos menos ahora que el sistema es más de cartón que nunca.
Los cubanos, fajados a piñazos con la crisis, no reparan en la derrota de Díaz-Canel como ¿político? y como ser humano; un fracaso que se huele a través de la pantalla, se percibe en su voz agrietada, su guapería ficticia, sus ojos hundidos y esa fatiga que envuelve, como una placenta, cada una de sus intervenciones.
Siete años lleva Raúl Castro diciéndole a su sucesor designado que va bien, pero el estado general de Cuba grita otra cosa, y todo el mundo lo ve y lo oye. Es comprensible que Díaz-Canel no pueda convencerse a sí mismo de que lo está haciendo bien, y eso es algo que todos necesitamos en algún momento, por encima de las apreciaciones y halagos externos. Ya para él es un mérito levantarse cada mañana, mirarse en el espejo y no morirse de asco; pero semejante esfuerzo lo deja exangüe, es demasiado, es diario, y así mismo le piden que suba al avión y vaya a ver qué puede raspar en Asia. No hay posibilidad de negarse, pero al menos puede llevar a su mujer con él, para que le pase la mano a lo que queda de su ego, para que le diga que está haciendo todo lo posible, que no es lo mismo que estar haciéndolo bien, pero es algo, y algo es mejor que nada cuando la autoestima se ha convertido en una plasta de lo que a usted, estimado lector, le parezca más conveniente.
Un conocido refrán asegura que “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”. Visto que la grandeza no es lo de Díaz-Canel, es lógico pensar que Lis Cuesta representa, apenas, el sostén psicológico y emocional del dizque presidente de Cuba. Su labor de apuntalamiento es pagada por todos nosotros, que no tenemos corriente, agua potable, comida ni medicinas, pero al menos pudimos ver a Díaz-Canel sujetando el cheque-pancarta de 15 millones de dólares “donados” por Vietnam, junto con la exigencia -disfrazada de sugerencia- de eliminar todas las trabas para que los negocios entre ambos países puedan fluir. También en China pudimos escucharlo afirmar, frente a varias decenas de empresarios, que Cuba está abierta a todas las propuestas; tan abierta que no es posible decirlo sin ruborizarse, solo que él no se ruborizó porque para eso es necesario, primero, tener vergüenza.
Desconocemos si los chinos, una vez más, cayeron en el pozo; pero la prensa oficialista corrió a publicar que Cuba podrá realizar operaciones financieras en yuanes, tal como lo hizo con los rublos y las tarjetas MIR, sin que por eso hayan mejorado en absoluto los problemas más apremiantes que afectan a la población.
En esa gira pagada por Liborio y que a Liborio nada reportó, Lis Cuesta tuvo la misión de animar al dictador de su corazón diciéndole que si en Cuba existieran las encuestas de popularidad, él las reventaría todas; que la frase del limón fue muy ocurrente, aunque los “odiadores” hicieran memes; que su inglés es de lágrimas, pero San Vicente y las Granadinas, en definitiva, no son tan importantes, peor hubiera sido meter la pata en Nueva York, adonde iremos de nuevo, Machi, tú verás que sí, deja que Trump se vaya.
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