Food Monitor Program: «La orden de barrer a los mendigos está dada»

Food Monitor Program: «La orden de barrer a los mendigos está dada»

  • Cuba
  • julio 25, 2025
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La organización documenta la historia de María, una anciana de 80 años que representa a miles que, como ella, han sido arrojados a la pobreza absoluta.

MIAMI, Estados Unidos. – Miles de cubanos jubilados sobreviven hoy en condiciones extremas, sin acceso a una vida digna, dependiendo de pensiones mínimas que no cubren ni lo esencial. Muchos han terminado en las calles, rebuscando en la basura o pidiendo limosna, mientras el discurso oficial niega su existencia y los acusa de ser “disfrazados”.

“La orden de barrer a los mendigos está dada”, advierte el Food Monitor Program en una publicación de este jueves. En un extenso testimonio, la organización documenta la historia de María, una anciana de 80 años que representa a miles que, como ella, han sido arrojados a la pobreza absoluta por un sistema que les prometió protección social y les pagó con abandono.

El Estado cubano reconoce que cerca del 40% de los jubilados reciben la pensión mínima. Sin embargo, según denuncia el texto, “la ministra [ahora exministra de Trabajo y Seguridad Social]… convenientemente olvidó que cerca del 40% de los retirados en Cuba cobran la jubilación mínima”. A esa cifra se suman otros muchos que, “aunque reciban un poquito más, tampoco pueden llevar una vida digna en su vejez, tras haber trabajado una vida entera por la Revolución”.

Este mes, el Gobierno anunció un aumento de esas pensiones, que pasarán de unos 1.500 CUP a cerca de 3.000. Pero ese incremento es considerado insuficiente por los afectados. “Ese casi 40%… va a cobrar el doble: unos 3.000 pesos; que ni siquiera le alcanza para tomar un vaso de leche o comer un huevo diario, mucho menos un mísero muslo de pollo”.

El Food Monitor Program señala que el problema no es solo el monto de las pensiones, sino las condiciones estructurales que las acompañan: “Cuestiona el valor de ese aumento si no se eliminan la inflación, las malas políticas económicas, la economía centralizada, los precios abusivos, la dolarización, las inversiones en los sectores equivocados, la migración, las causas del envejecimiento poblacional”.

La respuesta del Gobierno, lejos de reconocer la crisis, ha sido la negación. La exministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó negó ante el Parlamento la existencia de mendigos en las calles de la Isla (aseguró que eran individuos “disfrazados” que han optado por “un modo de vida fácil” y por participar en “actividades económicas ilegales” para evadir el fisco).

Contra ese discurso oficial, el testimonio de María revela una vida marcada por el sacrificio y el abandono. Exmaestra alfabetizadora, jubilada con cáncer y sin recursos, terminó hurgando en latones de basura, primero para sobrevivir, luego porque no le quedó alternativa. “Así, María, que había ido a alfabetizar a la Sierra, que había sido maestra, merolica y buza, terminó en la calle”.

El texto denuncia también el colapso del sistema de asistencia social. “Desde esa época, en que tuvo que arreglárselas por sí sola, María comprendió que ni el Gobierno ni las instituciones de ayuda estatales estarían disponibles para ella”.

Tras perder su vivienda por el derrumbe de un solar, fue enviada a un albergue estatal. Pero el hacinamiento, la falta de agua y comida, y el rechazo de los demás internos por su olor, la obligaron a huir. “María comenzó a oler mal… la tildaban de loca”.

Ya en la calle, su situación se hizo insostenible: “Por el día, revolvía los latones; por las noches, dormía en los parques o en algún portal. Nadie quería mirarla; nadie quería ocuparse de ella; ni siquiera el cacareado proyecto social al que le había dedicado su vida”.

La crítica al Gobierno es directa y contundente: “La loca es la [ex]ministra, que se niega a ver a los miles de personas que bucean en los tanques, que piden dinero en las calles, que no tienen familias ni asistencia social”.

El texto concluye con una imagen devastadora: María, empujando un saco viejo de papas por toda la ciudad, cargando los cartones que usa como colchón, sin esperanza, sin futuro, sin nada. “Con ocho décadas en sus costillas… solo le queda arrastrar por toda la ciudad un saco viejo de papas… hasta el día en que ya no abra más los ojos”.

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