
Esto es Cuba: la potencia médica sin medicinas
- Cuba
- junio 30, 2025
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Ante la escasez de medicamentos, los cubanos hemos tenido que ingeniárnoslas para buscar nuestras propias soluciones.
LA HABANA.- El problema de la falta de medicinas en Cuba lleva ya varias décadas. Según las autoridades del país, se debe principalmente al “infame bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el imperialismo estadounidense” y, en particular, a las dificultades para adquirir materias primas, negociar con proveedores y garantizar ingresos para efectuar los pagos. En la práctica, esa retórica no significa otra cosa que el gobierno cubano se escuda tras la supuesta insolvencia de un país “pobre” para evitar pagar al contado. Y como los jerarcas de la isla no acostumbran a honrar sus compromisos financieros, cada vez resulta más difícil encontrar quién les fíe.
En numerosas ocasiones hemos escuchado a las autoridades sanitarias prometer que sustituirán las importaciones para aliviar la escasez. Sin embargo, todo indica que esa iniciativa ha fracasado, pues la situación empeora a simple vista. Para empezar, decenas de farmacias han cerrado por derrumbe, peligro de colapso o un deterioro estructural severo tras décadas sin mantenimiento. Y en las que aún siguen en pie, tanto da que permanezcan abiertas o cerradas: rara vez hay algo que vender.
Así, ante la carencia total de medicinas, los cubanos hemos tenido que idear soluciones alternativas. Muchos recurren como primera opción a la medicina natural, tratando cualquier dolencia con cocimientos, infusiones y tisanas. Otros venden o intercambian medicamentos a través de redes sociales, mientras que en el mercado informal se comercializan fármacos importados que brillan por su ausencia en la red estatal.
En casos de urgencia, movidos por la angustia y la desesperación, no faltan quienes recurren a métodos poco ortodoxos y, a menudo, sin fundamento. Hace unos días, un vecino —al que llamaré Mario— vino a pedirme un poco de luzbrillante. Supuse que era para encender el carbón, cuyo uso ha aumentado debido a la escasez de gas licuado. Por curiosidad, le pregunté para qué lo necesitaba y su respuesta me dejó helada: era para curarle una herida a su madre. Dos días antes, unos muchachos que corrían por la acera en patinetas artesanales la atropellaron, desgarrándole una amplia porción de piel en una pierna.
Mario llevó a la anciana al policlínico, donde un ortopedista, sin poder hacerle una radiografía (porque no había), descartó fracturas. Le indicó curas diarias (para las que tampoco había materiales) y le recomendó antibióticos, preferiblemente Cefalexina, pero no emitió receta porque no disponía de ella. Ni había medicinas en la farmacia: debía conseguirlas por sus medios.
De regreso en casa, Mario hirvió agua y limpió la herida con jabón amarillo. Confesó que ni supo, ni se atrevió a retirar la piel muerta. Al día siguiente, la lesión ya mostraba signos de infección y seguía sin antibióticos. Pidió ayuda a los vecinos, pero nadie tenía. Un anciano le comentó que en el campo, en otros tiempos, se desinfectaban heridas con luzbrillante y decidió probar, pero no había por ningún lado.
Desesperado, contactó a una prima que vive en el “norte revuelto y brutal”, quien se ofreció a comprarle el antibiótico en la tienda online SuperMarket23. Pero para ello necesitaba una foto de la receta médica. Mario pasó horas buscando el dichoso papel. Recorrió consultorios, volvió al policlínico, pero ningún médico tenía recetarios disponibles. Finalmente, una doctora del policlínico 30 de Noviembre accedió a emitirle una.
Sin embargo, la odisea no terminó ahí. La prima le informó que la medicina no llegaría antes de cinco días, pues la tienda debía verificar la receta antes de despachar el medicamento. Por suerte, a última hora un vecino le donó unas pastillas que permitieron aguantar hasta la llegada del encargo. En cuanto a la cura de la herida, otro vecino, con cierta experiencia en estos casos, se ofreció a realizarla.
Este viacrucis no es solo el reflejo de la escasez de medicamentos o de la apatía laboral que se respira en cualquier centro de salud cubano, aunque también lo sea. La desmotivación se ha convertido en una rutina para los trabajadores estatales, y el personal sanitario no es la excepción. Pero más allá de eso, esta historia es apenas una muestra del profundo desamparo en que sobreviven los cubanos de la isla. Porque en Cuba, en lugar de vivir, se sobrevive. Eso, si se tiene suerte.
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