La Habana parece una ciudad después de la guerra

LA HABANA, Cuba. – Carlos volvió a La Habana después de algunos años. Carlos se fue alguna vez a Chile y más tarde se estableció en Estados Unidos, tras un camino largo, quizá demasiado largo. Carlos ha estado buscando insistentemente un sitio donde vivir desde hace mucho tiempo. A Carlos podríamos llamarlo Odiseo, pero solo por sus viajes. Carlos llegó hace unos días, unas horas después de abordar un avión que aterrizó en el aeropuerto de Rancho Boyeros.

Carlos no reconoció a La Habana. Carlos salió del aeropuerto y ajustó el precio con un señor muy viejo que acostumbra a hacer esos trayectos que, anticipadamente, decide el recién llegado, ese que hace el recorrido desde el aeropuerto hasta el lugar que, previamente, decidiera para pasar unos días. Carlos dijo al chofer que manejara lento; que quería ver La Habana, y escogió uno de los asientos de atrás. No quería hablar, solo mirar la ciudad desde el auto que, casualmente, era un “almendrón”, y para ser más exacto un Chevrolet, esos que, según él, son las cosas que mejor se conservan en esta ciudad, y solo por el cuidado de sus dueños.

Y es cierto que lo más conservado en esta tierra son los viejos autos, gracias a las tantísimas destrezas de sus dueños. En La Habana, y en otras ciudades del país, abundan esos autos, pero también se multiplica la desolación en cada uno de los rincones de la Isla. Y el recién llegado comprobaría esta vez las múltiples angustias que a la ciudad, y a su gente acongojan. Él hizo alusión a su pasión por el viaje y a los lugares que había visitado y yo le mostré unas imágenes de la Calzada de Rancho Boyeros antes de cruzarse con la calzada, también enorme, del Cerro.

Yo mostré al amigo esas imágenes que fijé hace unos días, y que son prueba de las congojas que acongojan a los cubanos, incluso a esos que la visitan por solo un rato, por unos días. Y el recordó los viajes de don Quijote. Yo le mostré a mi amigo Carlos esas imágenes que tomé hace solo unos días: las imágenes de una ciudad y sus múltiples angustias, y la desolación, siempre la desolación.

La Calzada de Rancho Boyeros hace recordar algún paisaje después de una devastadora batalla, las imágenes de una soledad muy desolada. Yo le mostré unas imágenes de la que es, sin dudas, la calzada más importante de la ciudad, incluso más que aquella a la que le escribió Eliseo Diego: “En la calzada más bien enorme de Jesús del Monte / donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo”.

Y es devastador mirar la calzada de Rancho Boyeros tan vacía. Y esas imágenes que capté me hicieron pensar también en algunos paisajes después de una batalla devastadora en la que, hasta ahora, los contrincantes mejor preparados, los devastadores, son los comunistas.

Nuestra más concreta compañía está en la devastación, en esa soledad desamparada, que no es la soledad del sabio. Mire una y otra vez las imágenes de una ciudad a la que aún llaman maravilla, una ciudad donde la comunicación con los otros se hace rara, imposible casi. Mire la soledad también enorme de la Calzada de Rancho Boyeros, la arteria mayor de la ciudad, y no se avergüence si una lágrima se hace notar; esa lágrima es por La Habana, por toda Cuba, toda; y perdónese la cursilería, que también es salida de la devastación de una ciudad, de todo un país.