Guantánamo, «el Singapur del Caribe»

Guantánamo, «el Singapur del Caribe»

  • Cuba
  • mayo 20, 2025
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LA HABANA, Cuba. – Ojalá haya llegado a buenos oídos esa genial idea del empresario estadounidense Palmer Luckey sobre convertir la Base Naval de Guantánamo en el “Singapur del Caribe”. En resumen, el proyecto es —de acuerdo con lo que se ha difundido hasta ahora— algo así como crear una especie de ciudad-estado con puertos, astilleros, manufacturas, refinerías, desarrollo turístico de lujo y muchas más iniciativas que transformarían el enclave en una verdadera perla del Caribe.

Una joyita que se haría irresistible para cualquier magnate o emprendedor que haya pensado en invertir en grande en el archipiélago cubano pero que terminó postergando la idea por las causas que sabemos: la pésima infraestructura básica, las pocas garantías legales y las numerosas trampas ocultas en la ley, los constantes corralitos financieros, la descarada obsesión con mantener la estafa de la “empresa estatal socialista” a costa del capital privado, las limitadas libertades políticas, la imposibilidad de realizar contrataciones directas de fuerza de trabajo y hasta los riesgos que resultan de violar los términos del embargo económico de Estados Unidos al régimen cubano.

Un embargo que, es válido acotar, no surgió de la nada, que no es el “castigo” del que se lamenta la dictadura para justificar sus políticas de miseria generalizada como eficaz método de control, sino consecuencia de las expropiaciones forzosas ocurridas a partir de enero de 1959, del discurso antiestadounidense promovido por el castrismo en todo el orbe desde su llegada al poder y que ha tenido como fin extender el comunismo y los fundamentalismos políticos por la región como arma aniquiladora de las democracias, incluido Estados Unidos como principal objetivo.

Cualquier emprendedor con sentido común, conociendo la esencia perversa y corrupta del castrismo y la raíz anticapitalista e hipócrita de la cual nacen los actuales niveles gigantescos de corrupción y represión, evitaría arriesgar su dinero con el régimen cubano, aun cuando la posición de la Isla lo lleve a imaginar las indudables ganancias que resultarían de tal fortuna geográfica, aunque solo si esta estuviese acompañada de las garantías legales y las libertades necesarias para crecer todo cuanto el potencial interno de la empresa, y el ambiente externo donde está enclavada, lo permitan.   

No sé si en Washington se la tomarán en serio la propuesta de Luckey pero, en Cuba, a la vez que nos entusiasma a unos cuantos, más por lo que significaría contra el régimen cubano (y hasta para contrarrestar las peligrosas penetraciones de Rusia y China), ya no tanto como claro mensaje geopolítico —que sin dudas lo sería— sino como elemento esencial para la definitiva derrota de los comunistas. 

“Liberty City” (que así se propone llamar al enclave), al atraer para sí todo el potencial de inversiones extranjeras que ya no elegiría pactar con la dictadura sino apostarle a un negocio seguro en la misma área geográfica, dejaría totalmente sin oxígeno (y sin esperanzas) a esa casta militar que, transformada en dueña absoluta de la economía, ha soñado largamente con atraer ese grueso capital (incluido el capital humano) que ahora se les escaparía a Guantánamo, tan demasiado cerca geográficamente pero a la vez demasiado lejos de su control político.

“Liberty City” sería la estocada final a lo que alguna vez los comunistas, con la complicidad de Lula Da Silva, Daniel Ortega y Hugo Chávez, planearon hacer con la Zona Especial de Mariel (junto con el proyecto del canal de Nicaragua), pensada con el único fin de seducir al gran capital estadounidense y que este a su vez se convirtiera en grupo de presión por la eliminación del embargo, no porque esto fuera a resultar en algo viable —en tanto las causas que lo originaron no han sido resueltas, ni el régimen tiene voluntad alguna de resarcir a los expropiados, ni siquiera de disculparse— sino porque a la postre esos grupos de presión a favor del régimen, por obra y gracia de la inteligencia cubana (y también de las rusa y china) terminarían convirtiéndose en elementos de desestabilización política manejados desde La Habana en contra de Washington, una actividad de caotización general a la que la facción más retrógrada del Partido Comunista no renunciará jamás.

Al castrismo y a su mayor núcleo de corrupción —que se extiende mucho más allá de la Isla, abarcando el conglomerado de off-shore y testaferros con decenas de negocios de envíos a Cuba y demás—, no les conviene que se elimine el embargo —no en su totalidad— en tanto el “éxito” de esas empresas de paquetería, de flete de embarcaciones desde puertos estadounidenses a La Habana, de importaciones de todo tipo, depende de que la situación económica de “excepcionalidad” continúe tal cual, aunque también buscan sumar otras licencias de la OFAC —además de las ya existentes sobre los alimentos y otros puntuales— como puertas traseras por donde escape (y les entre directamente en los bolsillos verdeolivo) ese gran capital estadounidense que necesitan para una oxigenación más “eficiente”, y a la vez más controlada.

El régimen desea con toda su alma ese capital —que, materializada la idea, se escurriría hacia “Liberty City”— pero a la vez no quiere que la situación de miseria generalizada que les asegura el control “de las masas” cambie demasiado (por tanto, el “dinero del enemigo” debe fluir hacia un solo lugar controlado por él, y nada mejor que a las arcas de los militares de GAESA), así como tampoco desea eliminar la palabra “bloqueo” de su discurso, aunque este cada día se vuelva más “simbólico” que efectivo, porque no solo justifica su sistema de “estímulos” y “privilegios” sino porque también le sirve para mantener activos sus grupos de presión en el exterior, que no tendrían razón de existir una vez que todo se arregle entre Washington y La Habana, o al menos cuando parezca que han llegado a un arreglo, con lo cual las “izquierdas” se sentirían decepcionadas e incluso traicionadas.

Los comunistas jamás han querido un “arreglo”; apenas aspiran a una situación intermedia, como de simulación hipócrita, donde el capitalismo sea solo privilegio de la misma casta que discursa de boca hacia afuera contra el capital pero, en su interior, lo pide a gritos, porque lo necesita para sostenerse, con lo cual el régimen cubano existe en una contradicción perpetua. 

Con la propuesta de Palmer Luckey se resolverían —aunque por las malas, y en total detrimento de las aspiraciones de los comunistas— todas esas “contradicciones” que mantienen al régimen cubano a salvo, pero solo porque se perpetúa infinitamente en un limbo de inmunidad creado a partir de “posibilidades” más que de “realidades”. Es decir, unos no se atreven a derribarlo porque ven en la “virginidad” de la Isla una “posibilidad de inversión” a futuro, pero también hay otros, los más, que ni siquiera voltean la mirada hacia acá, hacia este país miserable y en ruinas, porque nada distinto puede ofrecerles aquí y ahora a lo que les ofrecen otros países en las cercanías, y con mayores garantías e incentivos. 

La realidad es que el régimen de La Habana ha sabido manejar a su favor ese mínimo de interés y de oxigenación que le permite existir, pero ¿qué pasaría si ese mínimo se convirtiera en cero frente a la experiencia de Guantánamo, o si, en la genuina ambición de crecer más allá de la Base Naval, pusiera a pensar seriamente al capital mundial sobre las grandes ventajas de una economía cubana sin el lastre del comunismo? Los propios cubanos verían en “Liberty City”, así como en la prosperidad de Miami, sus inmensas potencialidades cuando trabajan y piensan en libertad, en democracia.    

El régimen cubano se ha mantenido donde está porque, en buena medida, resulta indiferente al gran capital. No despierta demasiados intereses ni siquiera entre los propios connacionales, que han llegado al punto de emigrar rumbo a Haití porque, a pesar de todo lo que ocurre por allá, lo consideran un país con mayores oportunidades que el nuestro. 

Imaginemos lo que pasaría si llegara a concretarse la idea de Liberty City, y que de verdad todo cubano que logre llegar reciba asilo y permiso de trabajo, o que incluso se les permita como opción de destino a los emigrantes deportados que con razón ven el retorno a Cuba como una condena a muerte. 

En Cuba hay una mayoría deseosa de ser como Groenlandia ahora que Donald Trump se ha propuesto anexarla, pero por desgracia no lo somos, ni lo seremos jamás, aunque pudiera cambiar nuestra mala suerte si la idea de Palmer Luckey fuese escuchada donde se debe, y no solo aquí donde estamos tan mal que cualquier destino, por incierto que sea, nos parece mejor opción que continuar como estamos.

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