Las casas del oro y la plata: otra gran estafa del régimen castrista

Las casas del oro y la plata: otra gran estafa del régimen castrista

  • Cuba
  • mayo 18, 2025
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LA HABANA.- Para las generaciones actuales puede resultar insólito saber que, en la década de 1980, existieron en Cuba las llamadas Casas de Cambio del Oro y la Plata: unas tiendas sui generis donde se podían adquirir objetos procedentes de países capitalistas a cambio de entregar joyas y artículos de alto valor.

Aquel negocio, ideado por Fidel Castro, fue en realidad una estafa que propició transacciones muy favorables al gobierno, permitiéndole apropiarse de lo que aún no había sido confiscado por el Instituto de Recuperación de Bienes Malversados. Prendas de oro y plata, piedras preciosas, obras de arte y reliquias familiares con gran valor sentimental se malvendieron para poder adquirir ropa, zapatos, electrodomésticos, radiograbadoras, ventiladores e incluso autos soviéticos Lada.

Los supuestos tasadores eran miembros del MININT y psicólogos entrenados para engañar a los vendedores y hacerles creer en la justeza del precio ofrecido. Aunque la mayoría de las personas sabían que estaban siendo estafadas, aceptaban el cambio debido a sus necesidades y al deslumbramiento que provocaban los artículos extranjeros.

El acceso a estos mercados limitados solo era posible después de entregar los objetos de valor y obtener los bonos PANGOLD CIMEX, conocidos popularmente como “chavitos” o “papelitos de colores”. Para entrar a estos establecimientos, era necesario hacer largas colas —a veces de varios días— sin tener idea de qué mercancías había disponibles, ya que los locales permanecían cerrados al público, sin vitrinas ni información visible.

Las principales casas del oro y la plata se encontraban en 3ra y 0, en Miramar, y en Maisí (la antigua Casa Phillips, ubicada en Infanta y San José, en Centro Habana). Como en el interior del país no existían aún estas tiendas, muchas personas de otras provincias se trasladaban a la capital, casi a ciegas, sin saber qué podrían encontrar y afrontando dificultades como dormir en la calle si no tenían un familiar donde hospedarse.

Toda la mercancía que se vendía en estos establecimientos tenía precios muy superiores a los de las llamadas “diplotiendas” (destinadas a extranjeros). Con respecto a su valor en el exterior, los productos llevaban un gravamen del 40 %, un expolio que se sumaba a la fraudulenta tasación inicial.

El gobierno se aprovechó de que los cubanos, además de necesitar electrodomésticos, deseaban poseer jeans nevados o prelavados, shorts reversibles, tenis de marca, pullovers y adornos de pacotilla, con la intención de parecerse a las personas del mundo capitalista y romper con la uniformidad en el vestir de los “tos-tenemos” (todos tenemos lo mismo).

La fiebre por el oro y la plata condujo incluso a hechos de vandalismo. En el Cementerio de Colón se robaron muchas obras de arte de las tumbas, y también instituciones estatales, como el Centro Wifredo Lam y el Museo Nacional de Bellas Artes, sufrieron expolios a manos de funcionarios corruptos.

Puedo contar experiencias dentro de mi propia familia. Mi hija, por entonces jovencita, pidió a sus parientes cercanos que le dieran algo de oro y plata para poder comprar en estas tiendas. Después de todos los sacrificios que hicieron ella y su madre con los trámites requeridos, fue muy poco lo que lograron adquirir.

Aquellas situaciones no escaparon al humor popular. El pueblo bautizó estos establecimientos como “las tiendas Hernán Cortés” o “la tienda de los indios”, en alusión a la época de la conquista, cuando los españoles daban cuentas de vidrio a los nativos a cambio de pepitas de oro.

Todo el oro recaudado fue fundido en lingotes para respaldar la devaluada moneda cubana. Se dice que fue guardado en unas bóvedas existentes en el Palacio de la Revolución, aunque otros afirman que se encuentra en las bóvedas del Banco Nacional de Cuba. Los objetos valiosos, por su parte, se subastaron en residencias del exclusivo reparto Atabey, donde concurrían diplomáticos, extranjeros y miembros de la élite gobernante.

Las Casas de Cambio del Oro y la Plata marcaron el inicio del fin de la austeridad y uniformidad características de los regímenes comunistas, y anunciaron la llegada del hasta entonces denostado consumismo propio del mundo capitalista.

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