Sin caña ni azúcar: lo que queda de Cuba

Sin caña ni azúcar: lo que queda de Cuba

  • Cuba
  • abril 30, 2025
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PUERTO PADRE, Cuba – “Sin azúcar no hay país”, decían nuestros mayores. Es que azúcar significó más que un producto comercial generador de cifras millonarias por concepto de exportación. La industria azucarera fue para Cuba y los cubanos más que un modo de vida, un sentido de la vida. 

La caña de azúcar se introdujo en Cuba en 1516, y de 1595 data el nacimiento de la industria azucarera, con la instalación del primer trapiche junto al río La Chorrera (llamado luego Almendares). A partir de entonces esa agroindustria exitosa y, por consiguiente, en desarrollo constante, necesitó más campos de cultivo, más maderas para construcción o leña, y más mano de obra. Así comenzó la deforestación extensiva de los bosques cubanos y empezaron a ser traídos a la Isla, esclavizados, miles de africanos. Esos dos, entre otros no menos onerosos, fueron el precio que se pagó por nuestra primera industria.

Con todo y las sombras de esa manufactura la nación creció en la misma medida del desarrollo de la agroindustria azucarera, durante siglos, hasta 1959 con la llamada “Primera Ley de Reforma Agraria”, que marcó el principio del fin. A partir de ese momento el régimen expropió vastas extensiones de terrenos dedicados al cultivo de la caña. Mientras, 1960 fue el año en el que el régimen totalitario todavía en ciernes inició la expropiación de los centrales azucareros con la llamada “Ley Escudo”. 

Los que antes fueron bosques y terminaron por ser cañaverales hasta donde se perdía la vista terminarían siendo lo que son hoy, terrenos improductivos cubiertos de maniguas espinosas; y los ingenios azucareros que en su día poseyeron las más modernas maquinarias, son lo que podemos ver ahora mismo ―lo poco que queda en pie―: pura chatarra herrumbrosa. Así y todo, la pérdida de los cañaverales y de los centrales azucareros no es la peor de todas: es la humana, porque prueba lo que un día afirmaron nuestros padres, abuelos y tatarabuelos: “Sin azúcar no hay país”. Y en realidad no lo hay. Las decenas de pueblos, poblados o simples caseríos donde antes existieron colonias cañeras, puertos para la exportación de azúcar o ingenios hoy no existen o sobreviven a duras penas, sin caña, sin azúcar.   

Por experiencia personal lo digo: han estado ante mis ojos tractoristas que trabajan en la minúscula zafra de 2025 con los pantalones raídos unos y rotos otros. He visto tractores sin baterías y con los neumáticos gastados. La cosecha se ha detenido de forma reiterada por continuas paradas del central, donde ha faltado de todo, desde piezas de repuesto hasta operarios en los basculadores, los molinos, las calderas, en cualquier sistema de la fábrica. 

Es esta carencia de recursos humanos no solo en la industria azucarera sino en cualquier sector de la economía y de la sociedad cubana, la pérdida mayor, la lesión más grave de la nación, entiéndase, la desaparición de la persona capacitada, apta, para el ejercicio de un oficio o de una profesión. Del país que fue Cuba ya queda poco: el recuerdo en algunos, los menos. Triste es no saber de dónde venimos ni para dónde vamos.

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