Tráfico de coltán enriquece a terroristas en la Orinoquía

Un negocio con el potencial de producir 130 millones de dólares mensuales en el mercado mundial de los minerales está financiando el terrorismo en Colombia, por cuenta de una alianza entre el ELN y las disidencias de las Farc que traspasa la frontera con Venezuela.

El coltán, también llamado oro negro, ha sido históricamente despreciado por los gobiernos locales, a pesar de su importancia como insumo para la fabricación de componentes de la industria automotriz, aeroespacial y telecomunicaciones.

Solo los delincuentes han visto su potencial, y así quedó consignado en una reunión clandestina realizada en enero de 2025 en un campamento ubicado en el estado de Apure, fronterizo con Vichada.

Según Inteligencia Militar, a la cita asistieron Gener García Molina (“Jhon 40”), jefe del frente Acacio Medina de la Segunda Marquetalia, una de las tres disidencias de las Farc activas en la actualidad; y alias “Pedro Pablo” o “Copete”, cabecilla del frente José Daniel Pérez del Ejército de Liberación Nacional (ELN), cada uno con sus respectivos lugartenientes encargados de las finanzas.

Allí pactaron un trabajo conjunto para extraer y comercializar el coltán, con fines de exportación. ¿Pero cómo funciona este negocio?

La zona de extracción

De acuerdo con una investigación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, titulada “Minería de coltán en Colombia”, las autoridades mineras no han hecho una exploración completa para establecer cuánto de este material existe; sin embargo, estudios parciales sugieren que hay un potencial de 10 millones de hectáreas en las que podría hallarse, repartidas en Guainía, Vichada y Vaupés. Paradójicamente, son tres de los departamentos con más abandono estatal y carencia de recursos y servicios en el país.

La explotación del recurso es 100% ilegal y se hace de manera artesanal por parte de las comunidades indígenas, que terminan siendo instrumentalizadas por los delincuentes.

Las poblaciones más involucradas están en los resguardos de la cuenca media y alta del río Inírida, Chorrobocón en Guainía y la reserva natural Puinawai, donde habitan las comunidades aborígenes de Remanso, Matraca, Danta y Venado.

A diferencia de los grandes yacimientos de oro, con el coltán no hay que construir socavones ni excavar kilómetros bajo tierra, con complicados sistemas de oxigenación para los trabajadores y de evacuación de gases; solo hay que humedecer el suelo con agua y cavar un agujero de unos tres metros, sacar a paladas la masa lodosa y ponerla a secar en un tubo, hasta que el mineral quede en el fondo.

Es un procedimiento muy barato y los delincuentes les pagan a los indígenas $30.000 por cada kilo obtenido de esa manera, según fuentes de la Dirección de Carabineros de la Policía.

Para los indígenas no significa una ganancia muy alta, pero en una región con tanta escasez y bajo la amenaza de los terroristas, no tienen muchas opciones.

El negocio comienza a ser lucrativo a medida que aparecen los intermediarios y llega a la zona de comercialización. En Bogotá, en Caracas (Venezuela) o en Manaos (Brasil), ese mismo kilo de coltán colombiano vale $100.000.

Y una vez llega a los mercados de Asia y Europa, se cotiza entre 400 y 660 dólares, según la cantidad de tantalita (uno de sus compuestos) que se le pueda extraer.

Una tonelada puede alcanzar en el exterior los $2.794 millones; y las 200 toneladas que salen mensualmente del país, 130 millones de dólares. De eso, los indígenas no reciben ni el 1%, y a cambio arrasan con sus bosques, el subsuelo y los afluentes hídricos.

Las rutas de transporte

Una de las razones para la sociedad gestada entre “Jhon 40” y “Copete”, es poder reunir una mayor cantidad de coltán para satisfacer la demanda de los clientes en el mercado negro extranjero, coordinar la logística de transporte y custodiar los yacimientos de grupos enemigos, como lo son las disidencias de las Farc que lideran los comandantes “Iván Mordisco” y “Calarcá”.

Un investigador de la Fuerza Pública desplegado en la región de la Orinoquía le contó a EL COLOMBIANO que los nuevos socios tienen su principal punto de acopio en el sector de Puerto Nariño, en Vichada.

Allí cargan sus camiones con bultos de coltán para luego conducir por el municipio de Cumaribo, tomar la Ruta 38 y llegar hasta Villavicencio (Meta), desde donde toman vías alternas para llegar a Bogotá.

“Allá cuentan con una empresa fachada de exportación de mercancías, que tramita los despachos a Europa y Asia”, detalló el investigador.

Una segunda ruta es de carácter fluvial, llevando el oro negro en embarcaciones por el río Guaviare, hasta llegar a Meta.

Y las otras, también por el agua, toman vertientes de río hacia la Amazonía brasilera y venezolana.

La vigilancia sobre estas rutas ha permitido tres importantes incautaciones en los últimos cinco meses, que al mismo tiempo reflejan los enormes volúmenes de extracción del mineral que están gestionando los terroristas.

El pasado 15 de diciembre la Armada interceptó una embarcación en el río Guaviare, que transportaba 344 sacos con 13,7 toneladas de coltán. Según la entidad, tendría un valor cercano a los 4,7 millones de dólares en el exterior.

El 12 de marzo el Ejército instaló un puesto de control en la Ruta 38, donde cayó un camión cargado con 19 toneladas de oro negro, valoradas en US7 millones.

Y el 29 de marzo, esta vez en la vereda Caño Negro del municipio de Cumaribo, los militares detuvieron una caravana de tres camiones que transportaban en bultos 48 toneladas del preciado material, avaluado en cerca de US15 millones.

Para tener un panorama completo del negocio, a las autoridades colombianas les falta establecer quiénes son los intermediarios del ELN y la Segunda Marquetalia con los exportadores, y quiénes son los clientes en Europa y Asia que están comprando el coltán de la Orinoquía.

Para identificarlos, la Dirección de Carabineros de la Policía (encargada de perseguir la minería ilegal) tiene una alianza estratégica con la agencia estadounidense Homeland Security Investigations (HSI), que podría rastrear esas operaciones en el exterior.

Mientras esto ocurre, los indígenas instrumentalizados por los secuaces de “Copete” y “Jhon 40” siguen excavando para sacar el oro negro y lucrar a los criminales, generando una fortuna que se transformará en fusiles, granadas y carrobombas.

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