Grabois lidera la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), un movimiento que busca representar a quienes están fuera del sistema laboral formal. Su enfoque combina ideas del marxismo latinoamericano con una retórica inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia. No oculta su admiración por figuras como el Che Guevara y su crítica al modelo capitalista, lo que ha generado tensiones con sectores que consideran que sus propuestas tienen un fuerte sesgo ideológico.
Su relación con el Papa Francisco no es reciente. Ha sido invitado al Vaticano en numerosas ocasiones y ha participado en el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral. Desde allí, ha impulsado proyectos sociales que algunos ven como auténticas obras de asistencia, y otros como plataformas de propaganda política.
El Papa Francisco también ha sido criticado por su cercanía con líderes de izquierda latinoamericana, como Raúl Castro, Nicolás Maduro o Evo Morales. A diferencia de otros pontífices, Francisco ha optado por un discurso centrado en el diálogo y la inclusión, evitando condenas directas. Para sus detractores, esta postura ha debilitado la autoridad moral de la Iglesia frente a regímenes autoritarios. Para sus defensores, es una estrategia pastoral orientada a tender puentes en contextos de conflicto.
En este entramado, Juan Grabois aparece como una pieza clave: símbolo de una Iglesia comprometida con lo social, pero también como representante de una corriente que, según algunos, diluye el mensaje espiritual en una agenda política.
El debate está abierto. ¿Puede la fe convivir con la militancia? ¿Debe la Iglesia tomar postura frente a los poderosos o mantener distancia? Lo cierto es que, al final, el legado de este vínculo entre Francisco y Grabois dependerá de cómo la historia logre equilibrar compromiso social y neutralidad, espiritualidad y poder.