
Oriente lo pidió y la UNE concedió
- Cuba
- abril 15, 2025
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LA HABANA.- “¡Ay, mi Habana! ¡Que sí, que sí! ¡Apagón!”. Más o menos así quedaría un intento de parodia a cierto poema revolucionario sobre algo que Martí prometió y Fidel cumplió. Lo uno y lo otro son agua pasada; pero en este presente inmóvil, donde no se cumple un solo plan ni se ofrece un solo resultado alentador, la Unión Eléctrica de Cuba (UNE) ha dado satisfacción a una exigencia que los residentes de otras provincias, especialmente de la zona oriental, estuvieron haciendo a lo largo del año pasado.
A la UNE le complace complacer, por eso empezaron con cortes esporádicos, una o dos veces por semana, dos o tres horas. Pero no fue suficiente, según afirman mis buenos compatriotas de La Habana, que dan por hecho que la culpa de los tremendos apagones que se han producido en la capital durante los últimos días, la tienen los ciudadanos de oriente.
Cierto es que cuando en toda Cuba llovían apagones de doce horas como mínimo, en La Habana no la quitaban nunca. Es verdad que, no sin razón, los perjudicados por ese mal vivir cuestionaron públicamente que en la capital no quitaran la corriente mientras a ellos los tenían sin dormir entre el calor y los mosquitos, apurándose para cocinar y, muchas veces, con la comida pudriéndose en el congelador. También es verdad que muchos dijeron, con muy mala entraña, que la isla vivía a oscuras para que La Habana tuviera electricidad y, en consecuencia, pidieron a gritos que aquí la quitaran también, para que el sufrimiento fuera compartido, aunque ni así tocara a menos.
Finalmente, aquí estamos. En lo que va de abril a La Habana le ha tocado oscuridad básica, no básica y dirigida, con hasta tres apagones en el día, de entre tres y cinco horas, con madrugada infernal para algunos circuitos. Puede decirse que estamos entrando en el juego donde nos esperan las demás provincias, que ahora mismo deben estar mirándonos con la expresión del jugador avezado, que ha forjado nervios de acero o se fue a bolina en un colapso nervioso sin retorno, donde da igual comer comida para humanos que comer de la basura, o sencillamente no comer.
Estamos en fase de calentamiento, fondeando la penumbra intermitente antes de caer de lleno en las maratones de doce, quince, veinte horas consecutivas sin corriente. Los apagones nacionales han demostrado que los habaneros se incomodan, pero no pasan de ahí. Nadie puede dudar que nos abocamos a otra noche larga dentro de la noche que inició en enero de 1959, un escenario que pide a gritos rebelión de oriente a occidente, un paro nacional, una intervención humanitaria, la anexión, lo que sea.
Los prolongados cortes de fluido eléctrico en la única ciudad que se estaba librando de ellos deberían ser entendidos como un aviso de que el país no está generando dinero ni para mantener su principal nodo económico, político, cultural y turístico alumbrado. Si a los habaneros nos están quitando la corriente no es por darles gusto a los habitantes de provincias, sino porque no dieron resultado el ordenamiento, el reordenamiento, la corrección de distorsiones ni la bancarización. Tampoco están dando resultados la dolarización, ni las carnadas para atraer inversión extranjera, ni la obsesión con los parques fotovoltaicos que recuerda a otras obsesiones del pasado, todas fallidas y altamente costosas.
Dentro de la caída estamos en una frágil pausa para que los “tanques pensantes” busquen -rapidito- la forma de no seguir cayendo tan aceleradamente. Ya no los ayuda la verborrea. Los rusos siguen firmando acuerdos de cooperación, pero sin aflojar la plata, que esa es la parte que muchos no entienden. En el noticiero pululan los titulares sobre Cuba firmando acuerdos de cooperación con medio mundo y la gente, por una extraña asociación de ideas, convierte esa firma en dinero. Al cabo de unos meses, cuando estamos peor, se preguntan qué pasó con el acuerdo y la respuesta la tienen delante.
Invertir en Cuba es sinónimo de riesgo y pérdida. En una movida desesperada, el mismo gobierno que busca atraer capital extranjero, acaba de congelar las cuentas en divisas de las empresas foráneas, prohibiéndoles repatriar sus fondos. Los empresarios españoles, que han sido cómplices hasta el asco, reconocen públicamente que es un país con mucho potencial, pero se ha estancado. Gracias a esos “leales” que continuaban fiándole al régimen cubano, caían algunos millones para ir corriendo a pagar el barco de combustible que llevaba semanas esperando, en aguas territoriales, el momento de entregar la preciada carga que alimenta, por pocos días, a las viejas termoeléctricas cuya reparación ningún entrañable país hermano se anima a financiar.
Ahora que el manantial está casi seco, La Habana no puede seguir escapando de la oscuridad. Comienza entonces el final-final, al que todavía le falta el final último porque, como dijo un tocayo en redes: el neocastrismo escogió la muerte lenta y dolorosa, más aún para nosotros, los de abajo. La Habana se encamina hacia jornadas de larguísimas horas sin corriente para alegrar a los compatriotas que así lo pidieron, aunque los cortes eléctricos en la capital no hayan modificado, ni siquiera en medio minuto, el brutal plan de apagones que la dictadura preparó especialmente para ellos.